Se trata, probablemente, de una de las peores películas del año. Previsible, tópica y con una voz en off insoportable que regala perlas de sabiduría extraídas del peor libro de autoayuda. De esa forma, la protagonista nos hace perder 140 minutos de nuestro tiempo para asistir cómo, a golpe de American Express, supera una supuesta crisis existencial gracias a un idílico viaje que nos hace pensar que la película no es más que un publirreportaje de alguna oferta vacacional. No faltan todos los tópicos esperables sobre los países y sus gentes, a través de la la mirada prejuiciosa de la protagonista: la indolencia de Italia, la espiritualidad de mercadillo de la India y el paraíso vacacional en Bali, con un emotivo y pasional latin lover incluido, personificado en un Javier Bardem que, a pesar de todo, es el único que imprime un poco de realidad en este viaje espiritual de cartón piedra.

La película trata algo habitual en las películas románticas americanas: la búsqueda personal no es más que una excusa para que la protagonista encuentre un hombre que la defina. Realmente, una puede llegar a perder la cuenta de las veces que se repite la frase "necesitas un marido". Me llama la atención la presencia de unos personajes secundarios que, ante su situación personal, los problemas de Liz Gilbert parecen tan ridículos como efectivamente son. Resulta preocupante pensar que, si lo que se necesita para superar un pequeño bajón emocional (¿alguien puede creer realmente que a la protagonista le importa su matrimonio o su divorcio?) es regalarse unas vacaciones a cuerpo de rey durante un año, difícil lo va a tener el común de los mortales para enfrentarse a auténticos problemas.

Además de los tópicos y de las reflexiones presuntamente profundas y trascendentales, lo peor es que, bajo un aparente envoltorio feminista, se esconde una visión muy tradicional de lo que necesitan las mujeres para encontrar su propio equilibrio: el episodio de la India es muy revelador al respecto.

En conclusión: una película mal escrita y peor desarrollada, interminable en su colección de tópicos e imposible de empatizar por lo vacío de su propuesta. Los primeros cinco minutos de la película, en los que lo primero que oímos es la voz en off de Liz Gilbert, ya auguran que no nos espera nada bueno. Y así es.

La película parte de una premisa interesante y complicada: un hombre es enterrado vivo con un móvil, y la historia gira en torno a los motivos de por qué está allí y cómo se las apañará para salir de esa situación. Un punto de partida intrigante, no sólo por la historia en sí, sino porque al poco tiempo te preguntas: ¿logrará mantener el interés? ¿No perderá emoción? ¿Podrá un solo actor llenar la pantalla todo el tiempo? La respuesta: sí, no, sí.

Ryan Reynolds es un actor que nunca me ha llamado especialmente la atención. Sin embargo, he de admitir que aquí hace un trabajo más que correcto, impresionante. Y la historia tiene un pulso narrativo admirable: no queda más que felicitar al director, porque ha cumplido sobradamente con las expectativas. La historia se desarrolla en una constante tensión, de tal modo que los espectadores sufren con el protagonista, y asisten, impotentes e incómodos, a la dramática odisea del contratista que se desespera por conseguir ayuda antes de que sea demasiado tarde. Claustrofóbica, angustiosa, es una película muy recomendable. Al contrario que en "Última llamada", que se va desinflando a medida que se desarrolla, en "Enterrado" la tensión va creciendo a medida que las esperanzas del protagonista aumentan o disminuyen, como en una montaña rusa emocional.

Los paralelismos con el cine de Hitchcock son inevitables: el inocente enfrentado a una situación que le supera, la identificación con el espectador... Tampoco se puede olvidar el momento del enterramiento de Uma Thurman en "Kill Bill", el referente cinematográfico más cercano a esta película. Sin embargo, hay una relación más: con los relatos de Edgar Allan Poe, el autor que mejor supo reflejar la angustia del enterrado en vida y del hombre enfrentado a un destino aterrador.

La película destaca principalmente por dos aspectos: el impresionante trabajo de sus actores y su estética feroz, descarnada. Ricardo Darín es una baza segura en cualquier película que cuente con su presencia. Marina Gusman, desconocida para mí, combina a la perfección la fragilidad, la soledad y la determinación de su personaje. Una historia de ambiente sórdido, en una ciudad de aspecto desolado, donde sobreviven unos personajes marcados por la deshumanización y la muerte, que ocupa una parte importante de sus vidas: de hecho, su vida está entrelazada con la muerte (ajena). La película tiene un ritmo creciente, y va ganando en intensidad hasta alcanzar un final potente e impactante. Sin embargo, tiene momentos de confusión: estos no vienen dados por el guión, entrelazado y organizado en un constante crescendo, sino por un sonido irregular, que tan pronto te ataca con una banda sonora atronadora como se confunde en las palabras de los personajes. Sólo esta confusión llega a deslucir un poco el conjunto, especialmente en los momentos en que la historia avanza a toda velocidad.

La película tiene todos los fallos posibles. La historia es ya conocida, rancia inclusa, y contiene los peores tópicos de la típica historia de la aspirante convertida en estrella. A todos los clichés habidos y por haber, se unen unas interpretaciones lastradas por un pésimo doblaje. Elsa Pataky, una actriz que no logra destacar interpretativamente hablando pero que puede ser bastante correcta, se dobla a sí misma con escasa fortuna, con lo que su trabajo se resiente, y mucho: su voz se oye a varios tonos por debajo de la de los actores americanos, a ratos sin inflexiones y en otros momentos sobreactuada, con un tono de voz impostado que incluso la dota de un acento forzado, y a veces ni siquiera coincide con el movimiento de los labios. Por otra parte, la película parece la excusa ideal para que Bigas Luna se recree en el espléndido cuerpo de la actriz, en un abuso fetichista de escenas de desnudo.

La historia es plana y se ve venir de lejos, y si no fuese por los generosos excesos de la carne, recuerda en no pocas ocasiones a un culebrón latinoamericano o a una película antigua con cantante / actriz en cabeza de cartel. Elsa Pataky hace lo que puede con un papel imposible. El paralelismo de su historia de ascenso a la fama con la de las dificultades de su amiga en Madrid es desigual y postizo, pues sus historias no guardan relación, y la vida que deja atrás en España para perseguir su sueño en EE.UU. entra y sale de la acción principal sin ton ni son, como si fuese el caudal del Guadiana.

En conclusión, una película vacía, acartonada, repetitiva y kitsch, con una historia incapaz de despegar y que se queda sólo en lo superficial, en el cartón piedra. Un proyecto que pretendía mucho y se ha quedado en las intenciones, y, sin llegar a la zafiedad de "Huevos de oro", puede llegar a tener el dudoso honor de ser de las peores películas del director. En conjunto, resulta totalmente accesoria e innecesaria.

Independientemente de que la película guste o no, se trata de una película de factura exquisita, donde el guión está medido al milímetro. Uno de los principales problemas al que se enfrentan las películas de estas características es que todo encaje, que no haya cabos sueltos. Y, nuevamente, el director ha hecho encaje de bolillos. La película está muy bien hecha; en ese sentido no se le puede poner ningún pero. E interpretativamente hablando, es también notable; destacan las interpretaciones estelares de Leonardo Di Caprio (recién salido de una aventura similar en "Shutter Island") y de Marion Cotillard. Hasta el momento, es la película del año... brillando por encima de los inútiles esfuerzos de las productoras por atraer la atención con productos trillados, fórmulas repetitivas, remakes insustanciales y las enésimas entregas de éxitos anteriores. Al menos todavía hay quien se arriesga a hacer cosas atractivas y sugerentes.

En la película se plantea alguna reflexión interesante: los límites entre lo real o lo irreal o la identidad y el subconsciente; temas, por otra parte, habituales en el cine del director, ya sea en un contexto de mentira, ilusión, confusión o sueño. Sin embargo, no renuncia ni a la acción ni a la intriga (aunque en algún momento las escenas de acción puedan parecer excesivas). Particularmente pienso que, si se desea, es una película que invita a la reflexión y que puede dar mucho de sí. Algunas de sus escenas son poderosas visualmente, apoyadas por una música contundente: los sueños como una construcción arquitectónica, con lo que lo onírico cobra una nueva dimensión más allá del habitual absurdo asociado al sueño. La historia es atractiva y compleja, pero el director la guía con mano firme, omnipresente, para no permitir que el hilo se enrede o se desvíe: las claves de la historia se cuentan y se recuentan a través de mecanismos casi teatrales, de tal forma que no llega a caer ni en la contradicción ni en el enredo absurdo.