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Críticas de Fred Madison
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Críticas 27
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
9 de septiembre de 2016
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras el visionado de «Los rojos y los blancos» así como de «Salmo rojo», creí inconscientemente que el estilo de Miklós Jancsó siempre había sido el mismo –largos planos secuencias con enorme movilidad de la cámara y una potente profundidad de campo. Retomo su filmografía y parto desde sus orígenes: estaba equivocado. Este es uno de los ejemplos por los que generalmente me gusta empezar por el comienzo, así contemplo la maduración del director y veo pulir su estilo. Como se introduce en la sinopsis de Filmaffinity, esta película bien podría haber sido dirigida por Antonioni. Es más, podría haber formado parte de la trilogía de la incomunicación («La aventura», «La noche» y «El eclipse») o crear una nueva trilogía con «El desierto rojo». Para Cantata una sinopsis más cercana a lo real sería la de que un médico de mediana edad sufre una crisis existencial y decide viajar a su pueblo natal. Dicho lo cual, vamos al meollo.

A Ambrus (Zoltán Latinovits, el protagonista), le ahoga todo. Tras una operación fallida entra en una crisis existencial que cuya primera fase es preguntarse por su propia valía como médico y que continúa buscando los motivos por los que debe vivir. Para continuar con el desarrollo, merece aclarar un concepto que he trabajado ligeramente y que conviene trabajar más profundamente y pasados los años. Ese es el concepto de «hogar». Una vez llegues a una edad, generalmente los dieciocho años (debido al aluvión de cambios y la llegada de los deberes), ya no vuelves a tener una un hogar, sólo recuerdos. Por mucho que te asientes en una ciudad, nunca, nunca será tu hogar. Podrás tener momentos de apacibilidad, pero todos los pedazos que forman tu ser estarán desparramados por toda tu vida. Lo que viene a ser el concepto «hogar» atormenta si lo vives desde una temprana edad, esto es, la adolescencia. Atormenta porque sabes que cada momento es el último de tu propia viva, ya que luego tus pedazos internos se desparraman. Tenerlo presente angustia porque sabes que cada momento que pasa te estás despidiendo de ti mismo. Esa es la “oscura” verdad de la frase "vivir cada día como si fuera el último" pero sin toda la parafernalia pesudoemocional de los típicos libros de autoayuda. Por eso, una vez pasado el umbral de la mayoría de edad comienza una búsqueda de sí mismo, de tu hogar y, para más inri, de los demás. El protagonista, tras la operación fallida ya comentada con anterioridad, comienza esa búsqueda entre fiestas, charlas, proyecciones y amigos. En esos actos se siente perdido y es un intruso. Nada ni nadie «son» para él: repudia a un médico mayor, rechaza a una joven que le quiere, acude a un círculo de arte abstracto para luego ignorarlo y es invitado a una fiesta donde él será uno de los protagonistas. Aquí cobra especial importancia esa fiesta. Ahí se proyectará un cortometraje donde Ambrus y su amante se les ve joviales y risueños. ¿Por qué ver la proyección es el único resquicio de felicidad y sosiego de su vida? Porque las imágenes, partiendo de la dualidad establecida por Walter Benjamin y acorde a la filosofía de Miklós Jancsó, pueden ser símbolos (unidad) y alegorías (fragmentos). En un cortometraje se reconstruyen esos fragmentos de vida de los protagonistas, colocando así los pedazos internos de Ambrus y recuperando, por momentos, su hogar. Pero la vida de un cortometraje es efímera y la felicidad de Ambrus, por ende, también. Quiero remarcar la elección de planos de Jancsó en este momento, en el visionado del corto. Podemos observar a Ambrus y a su amante viendo dicho corto a través de un plano medio desde su espalda, pero que es un plano subjetivo a la vez. Sencillo, pero maravilloso. La intención es la de no dejar al espectador como un simple voyeur de la ficción, sino como un espectador activo que ve a sus propios fragmentos internos en ese corto, como si fuese el protagonista de la película. Prosiguiendo, el médico a partir de ahí acude desesperadamente a casa de su padre con el fin de pedir auxilio y reencontrarse a sí mismo, pero sólo encuentra una vida pasada y múltiples futuros de haber escogido otra salida de joven. «Nadie recuerda aquel primer día. ¿Cómo pudo escabullirse tan rápido?», podrá pensar. En el pueblo se encuentra con personajes hastiados y que han perdido el brillo y su interés por el protagonista, aumentando así la agonía. Las crisis existenciales ponen en peligro tu ser, pero también son muestra de un egocentrismo exacerbado. Todo gira en torno a él y sus problemas de comunicación produce un círculo vicioso en el cual la preocupación de sus allegados aumenta con su silencio. Una conocida de su pueblo, con la cual tuvo un breve romance, lejos de preocuparse por él, fue la primera que le dejó claro que es un narcisista y sólo él es el problema y la solución a la vez. En este momento de la película destaca la fotografía, como en toda la filmografía de Jancsó, donde la inmensidad del campo reduce a Ambrus a la nada y lo condena a la abstracción. Su figura se banaliza, pierde todo significado, se fetichiza y se sentencia al ostracismo. Sin hogar, el médico realiza el viaje de vuelta a la ciudad, es decir, a ese lugar donde se encuentra uno de sus fragmentos para siempre.

«Si la luz del cielo ciega tu vista, no culpes al sol, sino a tus ojos».

Más allá del debate que pueda generar sus mensajes, cábalas e interpretaciones, me parece una joya por descubrir. Tiene una dirección bastante medida digna de estudio, pero que está lejos del mejor nivel de Jancsó, que podría ser el mostrado en «Los rojos y los blancos». Repito lo del primer párrafo: las filmografías se empiezan desde el comienzo, si no nos perderíamos los ensayo-error de los autores así como joyas de este tipo.
Fred Madison
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6
6 de agosto de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi primera incursión en Ozu, escogida al azar, por qué no decirlo, dado la facilidad de su obtención. De este verano no podía pasar visionar algo de este tipo, aparentemente un coloso del cinematógrafo. Verla justo después de un ciclo de Mizoguchi no puede hacerle bueno a Ozu dado el excelso nivel del primero, pero para sorpresa, sucedió lo contrario.

Aparentemente es un drama más de andar por casa un domingo por la tarde. De los primeros telefilms de la historia. Pero no, aquí ya se augura un prometedor futuro del director. El protagonista se ve obligado por circunstancias de la vida a madurar de golpe, poniéndose a la cabeza de la empresa de su familia. Pero la madurez no se obtiene de un día para otro, y tampoco es un número. La madurez se obtiene cayendo, levantándose, aprendiendo a despedir y a aceptar (...). En este proceso de maduración el protagonista, Horino, vive un amor no correspondido y debe seguir adelante y no encapricharse. De igual manera, en la empresa tiene que olvidar las actitudes llevadas a cabo en la universidad (fiesta y holgazanería), ya que las decisiones que tiene que tomar ahora no tienen nada que ver con lo vivido, y su tío, ayudante en la empresa, se lo reprocha. Cuando quiere olvidar la rutina de la empresa, Horino se reúne con sus ex compañeros de clase. ¿Pero qué se encuentra? La desidia y desgana de unas almas que ya no son las mismas que hace tiempo. Todo ha cambiado... Finalmente, Horino y sus ex compañeros inmersos en un cambio conjunto obligados por la vida (con un plano final hermosísimo), dan el paso hacia adelante en sus vidas, el definitivo: la madurez.

Yasujiro Ozu intercala en este drama momentos cómicos. No es su especialidad, pero lo hace dignamente, acompañado de un reparto de jóvenes figuras dispuestas a hacer reír y llorar. Ochenta años tiene la película, y se mantiene viva la esencia de la juventud. Porque no, no hemos cambiado. El ser humano sigue siendo el mismo.

Repetiré con Ozu, por supuesto. Este será el verano de don Yasujiro Ozu.
Fred Madison
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7
24 de agosto de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chung-hoon Chung: OldBoy, Soy un cyborg, Thirst, The Unjust y New World, esta última probablemente una revelación coreana de este año. Que nuestro amigo Park Chan-wook se ha traído a su hombre de confianza. Y se nota. La fotografía es magistral. Completamente OldBoy, completamente asiático, completamente Chan-wook Park. Desde la primera escena nos traslada a esos bellos planos en los que Oh Daesu y Mido campean. Con unas palabras contundentes de Mia Wasikowska, que sirve de prólogo para una historia perturbadora y engañosa.

India (Wasikowska) es una joven fría. Es conocida como la «friki» en su instituto. Siempre callada. Persona parca en palabras. Que con el paso de los días encuentra en la figura de su tío, alguien en quien confiar, alguien similar a ella. La dirección medida hace de la tensión erótica y de la violencia de algo con una belleza exorbitante. Destacar el gran papel de Mia Wasikowska, que sin duda ella dará de qué hablar en los próximos años. Ya incluso se ha ganado a la crítica con su mirada perversamente inocente.

Las llanuras, las cámaras lentas, las gafas de sol picudas en los extremos, las colegialas bulliciosas, el cinturón como sustituto del martillo...¿no recuerda a algo...? Park Chan-wook habrá rodado en EEUU, pero sigue siendo el mismo, el mismo que nos dejó fascinados hace diez años.
Fred Madison
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5
24 de agosto de 2013
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Porque no hace falta quince sustos para meternos en la piel de los protagonistas, por lo tanto de la familia Perron (bueno, cuatro tal vez sí). No abunda la morralla innecesaria típica del cine de terror actual. Solo realismo cogido con pinzas, sutilmente. Estamos ante una historia verdadera y no de asesinos con máscaras de hockey, o de máscaras con cara de susto, o niñas caídas en pozos. Atrás quedó el terror hecho para impresionar con autenticidad y calidad. Ahora la nueva ola de terror está hecho para vender, vender y también vender. The Conjuring ha logrado unir ambas partes: la crítica y la taquilla. No obstante, la vieja escuela (del terror) se palpa. La película sería completamente nula sin el trabajo de Vera Farmiga y Lili Taylor. Asombrosamente buenos.

James Wan, experto en la materia, ha logrado igualar o superar su mayor logro hasta la fecha, que era Saw. Ahora no sabremos qué le deparará el futuro... Que empiece el juego.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fred Madison
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7
23 de agosto de 2013
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace casi un mes, y para asombro de muchos de mis amigos, me aventuré a ver Casablanca por primera vez. Sí, primera vez. Y es bastante curioso, porque llevo como un lustro viendo películas a diario, y es muy raro que aún no la hubiera visto. Me decidí a verla finalmente.

Estaba preparado: con mi tarrina de helado «Mars» en la mano, mi coca-cola de 50cl, y un rollo de papel por si las moscas (Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, you know).

Comienza la peli. A los pocos minutos hace una aparición estelar mi colega Peter Lorre. Van pasando los minutos y la película apenas tenía sustancia, los destellos venían por parte de Ingrid, y sobre todo, de Humphrey. Su carisma inundaba la pantalla y atraía al espectador. Estaba deseoso por ver cuál sería la siguiente frase épica de este personaje, Rick, probablemente de los mejores que ha habido. Pero acabándose mascaba la tragedia...

Termina. Enganchado a la trama me hallaba. La fotografía oscura daba mucho ambiente. La BSO perfecta. Y la dirección con un magnético estilismo de ensueño por parte de Curtiz. Pero la sensación de vacío me ganó. Francamente, queridos, lo mejor es Humphrey Bogart. Y Casablanca pasó por mi vida sin pena ni gloria. Nuestro amor había durado poco. No obstante, aún la recuerdo con mucho cariño...

Cientos de personas lo habrán hecho ya, pero no me voy a quedar atrás, lo mejor de la película lo expondré en spoiler:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fred Madison
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