El inicio es prometedor. Imágenes de Tahití, grandes olas, surferos, cocoteros, puestas de sol... Y un antro puteril con neones donde los primeros planos, al cabo de unos minutos, pecan ya de excesivos. Los de Benoît Magimel, el megaprota, con una eterna americana de verano tipo Don Johnson, acabarán por extenuar al espectador en los eternos 165 minutos que dura la película del catalán Albert Serra. Luego está Sergi López, con mirada torva y barriga a punto de estallar, dejando claro al espectador que está contemplando, plano va plano viene, al puto sheriff del antro. Sus planos medios, con gesto duro acompañado de caída de ceja, no tienen desperdicio en la que será a buen seguro la actuación más lamentable de su carrera. No es el único tipo duro.

Otro afilado capo, de nariz ganchuda, gafas de gánster y sandalias inclasificables, recibe también su cuota de primeros planos sin que nadie en la sala de cine sepa cuál es su papel. Acaso otorgar dramatismo a este pastiche que se agarra como una garrapata a las bellas imágenes de la Polinesia. Tampoco se había visto nunca al capitán de un submarino con carga nuclear bailar ridículamente en plena pista, confesar que consume drogas o dejar que sus marines reciban a taitianas cada noche en su nave nuclear. ¡Tremendo!

Antes de proyectarse la película como pase especial en el FICX gijonés, un propio de la organización salió a las tablas del Teatro Jovellanos a sentenciar, sin rubor alguno, que esta película iba a hacer historia. En el apartado de HUMOR seguro que sí. Con suerte podría ponérsele un 2.