Después de bastantes años sin ver "El funeral", he vuelto a visitarla. Un reguero de hormigas te recorre las tripas después de verla. Éste clan familiar no tiene nada que envidiar a los Corleone, al contrario, aquí no hay estereotipos. Los Tempio son hijos del reino del Dios católico y ahí justifican su rabiosa violencia, ante los demás y sobre todo ante sus mujeres, que les aman y les sufren. El pasado, la venganza y la locura delante de un ataud, como catalizadores para desplegar una encrucijada de odios, sentimientos enfrentados y emociones que culminan en la tragedia.

Ni un respiro nos da Abel Ferrara en el metraje. Al contrario, su cámara nos guía por senderos íntimistas y cotidianos hasta los rincones mas oscuros de la mente. Y todo cargado con un halo religioso-sagrado que culmina en la redentora escena final.

Johny es el idealista, el intelectual, el romántico, el cinéfilo, el que realmente está implicado en el tiempo que le ha tocado vivir, el verdadero "santo", (y no hay mas que ver el primer plano de Vincent Gallo después de tirotearle desde el coche) está metido en un ataud cuando empieza la película, por lo tanto no hay esperanza ni para la familia ni para sus enemigos.

Con el mismo ímpetu que el del alumno que admira al maestro, o el de Sancho al custodiar a Don Quijote, Manuel Olmedo Redondo se lanza en un viaje de diez meses por un poblado en Castilla-La Mancha llamado, novelescamente, Tomelloso, para filmar el paisaje, los colores y las personas que rodearon al genial pintor español Antonio López Torres. Con una cámara más ingenua y enamorada que obcecada en la perfección, el director se acomoda al tiempo lento y al paisaje silencioso de aquel lugar de La Mancha de cuyo nombre nadie quiere acordarse, y se sienta a hablar en las puertas de las casas de sus entrevistados —amigos y familiares del pintor—, trayendo al presente el talento obstinado de un artista que nunca dejó de mirar su tierra y a su gente.
Alba Balderrama