El cabello revuelto, la ropa ancha en su gris cotidiano y el dolor tatuado en la cara. Cuando veo “Mare of Easttown” pienso un poco en “Happy Valley” y otro poco en “Broadchurch”, aquellas brillantes series británicas que respiran un aire rural bajo la sombra de un portentoso personaje femenino.

Aquí, Mare Sheehan se sumerge en la bruma de un pueblo periférico donde los límites se cruzan en los secretos de la comunidad; secretos que abren heridas y obsesiones. La detective atormentada detrás de un caso que la perturba funciona como un perfil pletórico de capas. Profundiza más allá de la unidireccional mirada masculina arremolinada en una cantina aunque ella también desatore la angustia con una cerveza.

Vadeando los estereotipos, “Mare of Easttown” (creada por Brad Ingelsby y dirigida por Craig Zobel) es un relato tan rústico en su apariencia como prepotente en su carácter. Así como la propia Mare, una heroína corriente en disputa con la vida, un halcón agazapado y lastimado. Todo encaja perfectamente, desde el drama familiar hasta el caso policial, sin destemplanzas y con milimétricos giros de guion.

Es la serie que quiero ver siempre. HBO lo hizo otra vez. Un triunfo en sí misma con una Kate Winslet tan grande como los secretos de Easttown.

“La media hora inicial es una experiencia brutal y desgarradora...”, afirmaron ciertos críticos. Y no estaban equivocados. Empezar un viaje con “Pieces of a woman” (Fragmentos de una mujer) significa cruzar una frontera, la primera que se nos presenta, la biológica, para traspasar luego una mucho más intrincada y demoledora, la psicoemocional ¿En qué tipo de personas nos convertimos tras un hecho que nos cambia la mirada sobre la vida que teníamos? Sí, aquel prólogo es una sacudida de vísceras, un plano secuencia tan hermoso y tan triste que te removerá un poco el corazón.

Dirigida por el húngaro Kornél Mundruczó (White god), con guion firmado por Kata Wéber y producida por Martin Scorsese, “Fragmentos de una mujer” nos azota con ese látigo de furia que cae como cae la nieve en Boston, con su peso irreversible, desde septiembre a marzo, cuando todo va tomando otro rumbo, cuando todo se va removiendo dentro, bajo la opacidad y los leves trazos de luz, como los colores, como los olores que uno nunca olvida. Hay tanto amor roto desparramado en la película, tanta quietud en el aire, tanta mirada de “no me dejes ahora”, hay tanta ausencia que a veces hay que perderse para poder reencontrarse. La relación entre Martha y Sean se sucede con una inevitabilidad conmovedora.

Vanessa Kirby está de Óscar (suena ya como fuerte candidata tras ganar la Copa Volpi a mejor actriz en el Festival de Venecia). Los críticos ya lo habían afirmado y tampoco se equivocaron. Su trabajo, entre la austeridad del dolor y el tormento agazapado, es notable. Shia LaBeouf y Ellen Burstyn también se merecen un par de aplausos aparte.

Vean "Fragmentos de una mujer" (se estrenó el pasado 7 de enero en Netflix). Véanla con todo su silencio, con todo su amor roto. Véanla más allá del demoledor prólogo. Tras él no pierde nada, gana mucho. Gran película, de las que valen la pena aunque duelan.

La Veneno o esa cosa que se te mete por las venas, mi alma. Ya verás, que quién eres es por lo que has luchado, con vara en el lomo y volanticos, con comunión y carnaval, con obstinación y rabia.

La serie creada por Javier Calvo y Javier Ambrossi, original de Atresmedia Studios, es un vendaval desbocado que no se aquieta en el rumor de la clandestinidad, que no lleva un nombre prohibido. “Veneno” -serie basada en las memorias de Cristina Ortiz Rodríguez- trasciende el biopic al uso. Parte de ella pero la desdobla, la humaniza. Más allá de esos labios y esas tetas, hay un horizonte de canciones rotas y amores a contramano. Hay exuberancia, compasión y delirio. Hay un parque, sombra y neón. Hay poesía en el dolor.

Lola Rodríguez, Isabel Torres, Daniela Santiago, Jedet y Paca la Piraña, conforman un cautivador elenco para esta serie que suelta la rienda para luego contenerla en el corazón. Te patea y te abraza. Tras su elogiado estreno en España, “Veneno” se expandió a Latinoamérica y Estados Unidos a través de HBO Max. Un éxito rotundo. La consagración.

La ficción, que bebe de la realidad a borbotones, es una reivindicación, un alegato en honor a todos los Joselitos que, ayer y hoy, buscan ser Cristinas. “Porque si tú lo eres, lo vas a ser siempre”.

Una antigua canción de cuna.
La inocencia perdida en el laberinto.
Un lamento roto en el lago.
Otra maldición despierta.
Escuchad el eco.
Escuchad los pasos.
Ahí llegan…

La oda al miedo se desboca en aquel largo camino a casa. La eternidad es un lugar del que algunos vuelven, dicen, para reclamar algunas cosas que quedaron pendientes. Y de esa eternidad como premisa, Mike Flanagan refrenda su virtud como orfebre del terror con todos sus simbolismos. Las comparaciones con Hill House son orgánicas pero injustas. A pesar de ciertos guiños, Bly Manor equilibra e independiza su propia narrativa -basándose libremente en la obra de Henry James-, subvirtiendo el cliché, el susto fácil. Aquí y ahora se juega otro juego. Hay otro truco, otra vuelta de tuerca. El titiritero mueve hilos ancestrales. ¿La fantasía es superstición? ¿Cuál es el confín?

Bly Manor no es Hill House. Tampoco le hace falta serlo. Aquí el fuego va ardiendo lento sobre la memoria y el tiempo. Los personajes se humanizan, van despojando las capas de sus misterios para bucear en uno superior, uno donde la culpa y el rencor transforman a los personajes en seres frágiles y atormentados.

Mike Flanagan y Netflix lo han hecho de nuevo: un espléndido relato gótico bajo el reflejo y la huella del amor trágico.

El estreno de ANTEBELLUM incitó la controversia y una ola de críticas negativas que no le hacen justicia. Acusan a la película de ser pura propaganda, de convertir al espectador en “esclavo” de la corrección política, de vender humo. Algunos críticos y otros indignados espectadores deberían revisar la historia. ¿Saben en qué mundo viven? No deja de ser ficción. La realidad es mucho peor.

Con un plot twist, en lo personal, sorprendente, la película sigue el rastro de otras de temática racial como GET OUT y US. Quedarse en ese punto sería reduccionista. Dirigida por la dupla de creadores publicitarios Bush + Renz y protagonizada por Janelle Monáe, ANTEBELLUM se aproxima a un cuento moderno sobre el esclavismo y la supremacía blanca. Si alguien intenta desestimar estas cuestiones anteponiendo otras meramente ideológicas, deberían repudiar también todo el catálogo de películas que hemos llenado de florituras y que nadie acusa de propagandísticas por su obsecuencia al modelo hegemónico.

La ficción sigue siendo ficción. ¿Qué esperamos de una película, que sea condescendiente y se ajuste a nuestros parámetros morales, a nuestras preferencias éticas? La película puede gustar más o menos, se le pueden discutir sus recursos narrativos y técnicos pero no es un panfleto. La tesis es otra. La historia también.