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Críticas de torroncitostock
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
9
15 de septiembre de 2014
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ad ganga med bok I maganum. En castellano, el significado de esta frase islandesa es: Todo el mundo da a luz a un libro. Y es que este país oscuro y magnético del noroeste europeo con una población de algo más de 300.000 habitantes ostenta el mérito de tener mayor número de escritores, obras publicadas y libros leídos per cápita que cualquier otra nación del planeta. Aunque el séptimo arte no tenga en sus fronteras tanta cabida como las historias contadas en formato papel, de vez en cuando nos encontramos de frente con alguna joya cinematográfica como Málmhaus (Metalhead). Esta obra, cuarto filme acuñado por Ragnar Bragason, nos arrastra con fuerza y sordidez a la vida de una joven chica de un complejo granjero a las afueras de Reikiavik. Hera Karlsdóttir vive desde su infancia cargando con la pesada losa de la muerte de su hermano Baldur, a causa de un trágico accidente de tractor cuando éste contaba sólo con doce años. Un hecho que ha trascendido en el círculo familiar instaurando silencios cortantes y una sensación de angustia perpetua cada vez que entran a la habitación del chaval, intacta desde su fallecimiento y repleta de posters de grupos heavymetaleros. Precisamente, en torno al nacimiento de Hera, surgía en 1970 Black Sabbath, una de las bandas que marcarían el gusto musical del joven Baldur, cuyos vinilos siguen sonando, todavía, una década más tarde en los altavoces de su hermana. La fiebre del rock and roll corre por las venas de Hera, que compone canciones desgarradoras e inyectadas de adrenalina, guerra y rabia, toca la guitarra eléctrica y vive permanentemente con los cascos puestos y el walkman subordinado al encanto de Judas Priest, Iron Maiden y el resto de grandes estrellas del heavy metal del momento. Nunca recuperada del trauma de la desaparición de su hermano, Hera sufre varios problemas de conducta y arrebatos de ira, no puede comprender su existencia sin música y tiene una relación distante y gélida con sus padres, dedicados de forma casi espartana a la producción ganadera.

Las atmósfera espesa que determina todo el transcurso de Málmhaus desde su comienzo hasta su final es un reflejo fiel de los pensamientos que surcan la cabeza de su controvertida protagonista, una chica agotada capaz de agotar por momentos al propio espectador, puesto que en muchas ocasiones se siente demasiado incomprendida de puertas para afuera y de puertas para dentro de su cuerpo. Sensibilidad y rudeza, autodestrucción y autosuperación, riffs y lágrimas son los dos hemisferios que dominan el día a día de Hera, concentrada en componer, desgañitarse y evadirse, sin atreverse a emigrar a la ciudad en busca de algún trabajo decente, con desgana absoluta ante la socialización y escasas convicciones católicas. Hera siente que Dios le debe algo que no puede devolverle (dilemas que conducen a su amistad con el nuevo cura del pueblo), y el lastre de sus recuerdos de infancia es el causante de tantas cuentas pendientes con el pasado y esa incertidumbre pastosa y paralizante que parece experimentar hacia el futuro. También abundan los conflictos amorosos y la iniciación sexual pertinente de una adolescencia tardía, de por si más extraña que la del resto de jóvenes de su quinta. Para contarnos las secuelas de la pérdida de un ser querido, las fases de liberación paulatina del dolor, y la inadaptación de una rebelde que intenta combatir la muerte con rock, y sobrevivir con la cara pintarrajeada, como un payaso triste resistente a claudicar, Bragason apuesta por una actriz de interpretación convincente y carismática como Ingvar Effert, capaz de comunicar huida, agresividad, derrota y pasión. El contraste entre la banda sonora repleta de piezas archiconocidas del heavy metal clásico y los silencios envueltos en nieve blanca, parajes estáticos o interiores claustrofóbicos como la habitación de Baldur obtiene como resultado una estética densa, azulada e inquietante, parca en colores pero rica en expresividad.
Finalmente, aunque el ritmo narrativo es lento y farragoso, podemos vislumbrar múltiples frentes abiertos: familiares, laborales, sociales y personales, que redondean un filme intimista y con un claro mensaje de supervivencia, a pesar de estar sumido en esa nebulosa islandesa por donde no pasa la luz, todo el año parece invierno, y sólo una buena canción de Judas Priest puede romper la quietud de las vacas en el establo. Málmhaus es, ante todo, profundamente realista y humana, y mucho más que de amor por el heavy o la persecución de un sueño musical, nos habla de límites, de miedos, de lastres y redenciones. También de la inmensa falta de fe de su protagonista, por supuesto no en el sentido estrictamente católico, sino mucho más amplio y relacionado con la anulación total de esperanzas, o la carencia absoluta de respuestas para seguir en pie. Al finalizar su visionado, nos quedamos secos y diversas imágenes de este, gélido pero a su vez cálido filme, se quedan clavadas en la retina y en la memoria para siempre; especialmente porque ¿existe algo más metafórico sobre el (sin)sentido de las cosas que una chica tocando un furioso rock and roll frente a la tumba de su hermano?

Andrea Núñez-Torrón Stock

http://www.elantepenultimomohicano.com/2014/09/critica-metalhead-malmhaus.html
torroncitostock
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6
15 de septiembre de 2014
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para obtener altas dosis de entretenimiento, intriga y expectación, nada mejor que un thriller argentino en noche de viernes. Betibú, estreno este fin de semana en cartelera española, nos ofrecía, a priori, un plato suculento con el descubrimiento de un crimen violento como ingrediente principal, aderezado con los cabos sueltos de un pasado inquietante y condimentado con los tejemanejes propios de una redacción periodística. Este filme de género, dirigido por un Miguel Cohan que se ganó el favor de crítica y público hace cuatro años con su ópera prima Sin retorno (2010), pausa aquí el incesante ritmo de su creación anterior para masticar un drama psicológico más lento. Filmado de manera soberbia, se muestra muy fiel a los conflictos y la crítica que prevalecen en el fondo de la novela homónima en la que se basa, firmada por Claudia Piñeiro. El origen de los crímenes en cadena y de la investigación (simultáneamente policial y periodística) lo hallamos en la muerte de un poderoso empresario llamado Pedro Chazarreta, degollado en su lujosa finca residencial La Maravillosa. Su empleada doméstica lo encuentra tieso, empapado en sangre y con un whisky a medio terminar, postrado en su sofá favorito, y enseguida la noticia se dispara por los principales medios de comunicación argentinos. Uno de los tabloide de mayor tirada del país, El Tribuno, decide complementar la investigación del nuevo encargado de la sección de policiales (un torpe pero decidido Mariano encarnado por Alberto Ammann) con la colaboración más intimista y literaria de Nurit Itscar (una expresiva Mercedes Morán). Esta prestigiosa escritora de novelas policíacas lleva años abocada al bloqueo creativo y decidida a no volver a empuñar la pluma, pero sus crecientes problemas económicos la obligan a aceptar la propuesta de Rinaldi, el director de la publicación (José Coronado), ex-amante con el que tuvo una relación apasionada y tormentosa hace algunos años. Así pues, la carismática Nurit se instala en el country residencial donde se perpetró el crimen, acompañada de sus dos mejores amigas, y comienza a escribir notas de cariz literario sobre el asesinato que salpica todas las portadas porteñas.

Son muchas las piezas del puzle de una historia que tiene mucho de cuentas pendientes, amistades deshechas, tensiones no resueltas y sadismo para saldar crueldades realizadas muchas décadas atrás. Para ello, Betibú cuenta con una irreprochable factura técnica, plasmada en una estética sublime generosa en planos detalle, secuencias llenas de giros y diálogos bien manufacturados, rasgo al que estamos acostumbrados en los guiones argentinos. La fotografía es creativa e impecable, y el pulso adecuado a los avances de la trama, a pesar de que ciertos giros resulten un tanto evidentes y predecibles. El primer hemisferio de la historia tiene un ritmo narrativo lento y pausado, situando en el tablero todo ese mejunje desordenado de fichas que tendremos que situar más adelante. La desaparición de una fotografía de juventud se convierte en un indicio clave: en ella, el difunto Chazarreta posaba con “Las furias”, nombre con el que se autodenominaron él y su grupo de amigos del instituto, una recua de sádicos con superioridad moral que, como la mitología clásica señala, personificaban la venganza y castigaban a aquellos que consideraban culpables. Nurit (apodada Betibú gracias a una vieja anécdota), y Brena inician una investigación paralela que también abarca otras muertes violentas de empresarios poderosos, y enseñan al menos experimentado Mariano que no todo son nuevas tecnologías a la hora de ponerse manos a la obra. Todo se enreda como las madejas de un ovillo de lana, y el caso se torna cada vez más complejo, sumiendo al espectador en una intriga creciente que en nada tiene que envidiar a los thrillers estadounidenses más taquilleros de los últimos tiempos. Algunas secuencias son ciertamente inconexas, y el pseudo-triángulo amoroso entre Brena, Rinaldi y Betibú, bastante forzado, pero lo que está claro es que a lo largo de todo el transcurso Cohan es capaz de mantener el pulso, logrando plasmar las pretensiones del texto y sumirnos en una red intrincada de chantajes, favores, inquinas y pactos, salpicada con algunos retoques de humor que aligeran la trama.

Los personajes principales están bien construidos, desde la adorable Betibú hasta el pedante pero entregado Mariano, la conexión entre el triángulo protagonista es palpable, y las elipsis del tramo final, lejos de dejarnos el argumento masticado en la boca, conllevan a que cosamos los retales de la historia en pos de la verdad definitiva y quizás, diferente en el caso de cada uno. Al final, como el cartel del filme indica, el crimen de Chazarreta es sólo el principio, y Betibú se transforma en una espiral no exenta de flashbacks y omisiones como parte de un juego inquietante para el espectador, que deberá atar cabos en torno a un final abierto de tintes sombríos. A mayores, si somos capaces de realizar una segunda lectura Betibú es, antes que nada, una parábola sobre la conspiración de los poderes fácticos que dominan el mundo desde la sombra, una ficción bien pautada donde la crítica mordaz hacia la mediocridad y la censura del periodismo viene con molde de thriller

Andrea Núñez-Torrón Stock

http://www.elantepenultimomohicano.com/2014/09/critica-betibu.html
torroncitostock
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