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Argentina Argentina · Rosario
Críticas de TSK
Críticas 4
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
14 de junio de 2020
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Desde hace un tiempo Hollywood nos está invitando al cine a ver “tanques de taquilla”, con sus respectivos superhéroes que vuelven, vuelven y revuelven las mismas o parecidas ideas. Sus pomposos efectos especiales son irreprochables pero exigen un esfuerzo cada vez mayor en hacer “la vista gorda” a la carencia de los argumentos que debieran fundamentarlos.

Le perdonamos a Sleep Dealer sus “defectos” especiales porque los compensa con buenas ideas, con originalidades, con algo para decir, con algo para contar, con una identidad. Comparándolo con el cine catástrofe o cine de superhéroes que viene desde Estados Unidos es un discurso (o un diálogo) más real y menos conquistador. Nótese que podríamos representar la película como un grupo de mexicanos hablándole desde México al mundo y no como un pretendido universo unificado hablándose a sí mismo desde su sede en Washington.

El argumento se centra, al igual que el film “Un día sin mexicanos” (2004) de Sergio Arau pero desde otro género, en el perverso contraste entre la necesidad del pueblo norteamericano de trabajadores latinos y el desprecio con el que son tratados. En el futuro imaginado existiría un artilugio robotizado que permitiría contar con mano de obra barata latina pero de un modo impersonal, “sin tener que soportar su presencia”.

Este mismo sistema que conecta a los seres humanos a una red informática global no ya por medio de computadoras sino directamente mediante sus sistemas nerviosos, un modo indirecto de vivir símil “Surrogates” (2009) de Jonathan Mostow, nos muestra otros conceptos interesantes como por ejemplo un portal estilo facebook donde la gente en vez de compartir fotos y videos comercializa memorias acompañadas de relatos que forzosamente deben ser objetivos.

También vemos a un ejercito norteamericano muy parecido a un juego de video con soldados que al mismo tiempo son personajes de una especie de reality show y, como telón de fondo, un río privatizado metaforizando al que llamamos “trabajo basura” extrayendo, succionando, segando la energía vital humana.
TSK
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10
14 de junio de 2020
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Hollywood nos mostró muchas veces al gris oficinista de vida cuadradita y mediocre que desea ser Rambo o Indiana Jones o, al menos, fotógrafo de la National Geographic. Selton Mello desde Brasil nos cuenta una historia acaso inversa.

Nos sitúa en el circo “Esperanza”, un mundo con enanos y altos, con rubios teñidos que hacen de rusos, con una gorda tetona que hace de eso y Benjamim, nuestro protagonista, un tipo que perdió el rumbo y la “gracia”, esta triste y hace de payaso.

Los problemas de Benjamim son bien claros: “Esta cansado de todo”, “está cansado de hacer lo que hace” y, por otro lado, ansía tener un ventilador. Sus posibilidades económicas no le permiten comprarse uno como el que sí pueden tener los policías que suele coimear o los alcaldes que en su show suele adular.

Abandona entonces Esperanza, abandona a “San Filomeno” (patrono de músicos, comediantes y artistas) y va a reclamarle su ventilador a otro santo quien enseguida se lo da, luego de acoplarlo a esa otra vida de gomina, corbata, azulejos, cuotas y burocracia (se sabe que la sociedad de consumo a la hora de adoctrinar es más inflexible que el cristianismo).

Benjamim sólo cuenta con un certificado donde consta que nació, necesita tramitar documento de identidad y certificado de residencia. Lo vemos luego respondiendo ante un pedido de “crédito” lo que tantas veces le toco escuchar, indicando quizá que lo único relevante en esos diálogos preestablecidos es a que lado del mostrador se encuentra cada quien.

La historia es linda, sencilla y el final no sorprenderá a nadie. En la última escena podemos ver a “San Filomeno” disfrutando del aire fresco que le trae el nuevo ventilador y quizá podamos preguntarnos si nuestros “santos” están para cuidarnos o si somos nosotros quienes debemos cuidar de ellos.
TSK
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10
14 de junio de 2020
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Hay películas en las que, a los veinte minutos, el espectador ya intuye que el asesino es el mayordomo, a estas películas las considero malas. Hay películas en las que, a los cuarenta minutos, el espectador ya está en condiciones de afirmar que el mayordomo no sólo es asesino sino también metáfora de la maldad despiadada que socava los derechos individuales de los ciudadanos libres (por ejemplo), a estas películas las considero muy malas.

Alex van Warmerdam en su film “Borgman” imposibilita las lecturas rápidas y las explicaciones sencillas. En algún momento de la película y luego de muchos intentos fallidos el espectador se ve obligado a desistir en su intento de conformar una estructura alegórica que ayude a entender y se entrega (o no) a disfrutar su entramado.

Borgman y sus caprichosos raptos nos absorben, nos divierten y nos perturban, sabemos que deberíamos distanciarnos de él, juzgarlo, pero cuando nos damos cuenta de esto ya es muy tarde, el tipo nos cae bien, le tomamos un raro cariño y lo justificamos, quizá lo que él “rompe” ya estaba roto antes de su llegada (pensamos).

Cuando de niños miramos nuestras primeras películas sentaditos junto a nuestros padres el primer y casi único dato que necesitábamos era: “¿Quién es el malo?”, Alex van Warmerdam no contesta a la pregunta, pero quizá sí hable sobre ella.

Tampoco pensemos que es todo volátil y libre a caprichosas interpretaciones, podemos afirmar que hay cosas que son lo que parecen ser, un cura es un cura por más que cargue con una escopeta y la voluntad de matar, un vagabundo “sin techo” es un vagabundo sin techo por más que cuente con un teléfono celular y este asociado (ilícitamente) a otros vagabundos, una tranquila familia tipo de barrio coqueto también es eso, al menos hasta la llegada de Camiel.
TSK
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10
14 de junio de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué extrañamos de las personas que ya no están? ¿Qué van a extrañar de nosotros? Si los deudos de un reciente muerto tuvieran la posibilidad de revivir una situación, un dialogo, una pose, ¿cuál elegirían? ¿Por qué necesitaríamos de esta especie de dramatización? ¿Para entender algo? ¿Para poder digerirlo? ¿Para qué nuestro muerto no se muera del todo?

¿Qué hacemos con el lugar (con el rol) que ocupaba el muerto en nuestra vida? ¿Lo entendemos, lo duelamos y propiciamos que nuestra vida se reestructure no supliendo sino reconfigurando, fluyendo ese “lugar”, o buscamos “encajarle” a-como-de-lugar ese rol a cualquiera?

¿Qué somos, en esencia, para otras personas, para “nuestras” otras personas? ¿Seremos resumidos en un recuerdo, un modo de hacer algo, una frase que dijimos una vez? ¿Cuál? ¿Será un recuerdo lindo, ameno, lo que de nosotros necesiten revivir o será algo traumático? ¿Nos hará “justicia” esa elección?

A la chica del caso central quizá la enorgullecía haber ganado varios campeonatos de tenis pero su familia a la hora de extrañar se centra más en el modo de tomar agua después de hacerlo, el regreso al hogar, la única parte de esos campeonatos en la que su familia pudo o quiso participar. A otra sustituta solo se le pide compañía en un sillón, algo que también un perro o un peluche podrían hacer.

¿De qué se trata la película? Un grupo de personas autodenominadas “Alpes” ofrecen, a cambio de dinero, el servicio de reemplazar a recientes fallecidos, así de simple, no hay engaño, no hay trampa, los clientes no pretenden un artificio que sea verosímil, no se pretende exactitud, destreza actoral sino solo revivir a quien ya no está, pero condensado al antojo del cliente, a su necesidad.

¿Qué le pasa a una persona cuando, de tanto ser otros, ya no cuenta con un “yo original” al cual volver?
TSK
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