Tras un segundo visionado de Juego de Luna, ocho años después y sin el síndrome de Estocolmo de la primera vez, he de reconocer que me aburro, me aburro, me aburro (gracias Bart Simpson). Tras un intento fallido de imbuirnos de pleno en el apasionante mundillo de la timbas ilegales del póker, la cinta se pierde en historias paralelas que no llegan a ningún sitio. Personajes poco creíbles, algo inflados y con estructuras maniqueas, salvo una pequeña excepción, a ratos, de Ana Torrent (amada por unos, denostada por pocos).

Lo mejor, lo dicho, y sólo a ratos, la mirada de la misma niña que en su día nos hizo vibrar con el Espíritu de la Colmena y Cría cuervos, y que más tarde nos sobrecogió en su correcta interpretación en Tesis.

Lo peor, todo lo demás. A saber, varios finales previsibles, metraje más largo de lo apetecible, personajes (que no actores) mal pincelados y sobre todo, y lo más importante, un pulso fílmico lento, denso, penoso y timorato de Mónica Laguna. Las buenas intenciones, en este caso, confluyen con la baja intensidad y la ausencia total de carga emocional.

Bonito, pero a la vez también fallido, intento de ternura y comunión conciliadora de abrazar (literalmente) a su niña interior por parte de la protagonista. Pero breve, no me traspasa la piel.

Y, poco más; muy, muy poco más. Tan prescindible cinematográficamente hablando como muchas bienintencionada películas españolas, donde encontramos muchos guiones opacos, algunos directores mediocres y actores y actrices grandes, absolutamente desdibujados.

Si la hubiese vuelto a ver en una sala comercial, me habría sentido estafada y habría (lo he hecho, aún en casa) echado mucho de menos, como mínimo una buena echada de cartas a lo Maverick, El rey del juego y, si me aprietan mucho, hasta Rounders.

La benevolencia, no me visitó esta noche, gracias a... Billy Wilder, entre otros.

Coincido con Boyero, casi siempre. Y en Ágora, ¿por qué iba a ser distinto? Lo nuevo de Alejandro Amenábar es grande, poderoso, excelente, pero... sin emoción. O al menos la que yo necesito para vibrar con el gran cine. ¿Por qué no? Ágora es, quizá, la mejor película desde Tesis. Y, lo siento, pero la Weisz no es la Kidman, ni de lejos. Claro que Los otros tampoco es Ágora, ni de cerca. Comparaciones odiosas, lo sé. Yo las llamo referencias necesarias.

Me recuerda demasiado, salvando las distancias, a la "grande" Memorias de África. Me entretuvo, lo admito, pero no me mantuvo en la emoción. Me dispersé a partir de la primera hora. Me sobró metraje, me sobraron los of. Hugh Jackman, a pesar de su empaque de buen actor, se me desdibuja en un papel dramático, sin demasiada carga y sin notas sutiles. Y Nicole, qué decir de ella, pues que en Australia ha caído en lo que cayeron otras muchas actrices, en fusionar dos personajes de películas anteriores. A ratos, su expresión me recuerda a la Kidman de Los otros, y, en otros momentos, la veo como la histriónica señora de Las mujeres perfectas. Quizá Australia no sea una película prescindible, pero estoy segura que se me olvidará. Y muy pronto, me temo.