Harta de tanto parlamento con ínfulas de posteridad y de tanta palabrería hueca sólo apta para mentes estúpidas, agradecí indeciblemente esta insólita muestra de celuloide donde, tras los diez primeros minutos, quedan claras las intenciones del director de regalarnos una clásica historia de espías muda, y en la que ninguna palabra salida de los labios de cualquiera de sus intérpretes serviría para aumentar nuestro disfrute. Un claro ejemplo de que, en incontables ocasiones, las palabras sobran.

Le sobran minutos, le sobran escenas, le sobra charla insulsa, le sobra la voz en off, le sobran recursos a lo "Barrio Sésamo", le sobra vanidad chulesca, le sobra Tarantino, sobra la película toda... Y a mí me falta el tiempo que invertí en verla.

Había olvidado por qué rehuía las películas de Malick, pero diez míseros minutos de metraje me refrescaron la memoria de manera fulminante. No soy persona de dejar nada a medias, pero antes de transcurrida una hora la tortura se tornó insoportable y hube de claudicar. Confío en que con este nuevo sopapo haya aprendido de una vez por todas.

Una trama absurda de principio a fin servida con los enervantes cacareos de una verbosidad insufrible. El título original de la película es lo único plausible de esta embozada tortura: una auténtica MASACRE para el cuerpo y el alma del espectador.