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España España · Santa Coloma de Gramenet
Críticas de Moex
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Críticas 6
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
22 de enero de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ridley Scott, a pesar de que lo mejor de producción ya pasó (al fin y al cabo, 'Prometheus' no hubiera existido sin esa obra maestra que es 'Alien'), sigue generando expectación cada vez que estrena. Si a eso añadimos que el guión viene firmado por Cormac McCarthy (premio Pulitzer del cual se han realizado dos películas basadas en novelas suyas como son 'La carretera' y 'No es país para viejos') en su primera incursión directa en el mundo del cine, la cosa empieza a crecer. Y si a esos dos ingredientes no fueran bastante, pues venga, añadamos un cartel de lujo por el que muchos directores venderían su alma y la de su señora abuela: Michael Fassbender, Brad Pitt, Cameron Diaz, Javier Bardem y Pé, con secundarios como Rosie Perez y Rubén Blades. La cosa está clara: esto debe ser un bombazo.
¿Y? ¿Lo es? ¿Eh? Veamos.

"La verdad no tiene temperatura", dice Cameron Diaz en boca su personaje en un momento del film. Algo así se podría decir de 'El consejero', porque la frialdad es la tónica general de una película áspera, desesperanzada, dura hasta la acritud. Se nota el guión de Cormac McCarthy, quien no da concesiones al espectador, no hay personajes a los que aferrarse, no hay "buenos" que sirvan de ejemplo o de refugio, no hay "malos" que enamoren. Todo esto no tendría por qué ser un problema, al contrario, podría servir de aliciente. Los problemas -que los hay- son otros.
Y es que la falta de empatía surge también por otro lado. Surge de haber dejado el guión en manos de un escritor sin que un guionista profesional le haya metido mano (al guión). En consecuencia los personajes son capaces de establecer diálogos -a veces casi monólogos- impropios, con frases preñadas de literatura que, sí, claro, suenan redondas, compactas, pero falsas, alejándote de los personajes y, por tanto de la historia que nos pretende contar.
Todo un lastre para una película que, como trama argumental, no presenta novedad alguna en la temática de "tráfico de drogas (con mexicanos por en medio)" porque, en realidad, sirve de excusa al escritor para explicarnos una historia fatalista sobre la maldad y el ser humano, algo muy propio de mentalidades conservadoras y cristianas: el mal es un ente en sí, sin mediar más explicación, que así somos los humanos. No busquemos razones sociales, políticas o culturales, ¿para qué? Es mucho mejor crear un ente abstracto cual brochazo de Tàpies y ya tenemos el comodín: el Mal, señores. O como dijo aquel gordo glorioso secándose el sudor de la calva: ¡el Horror, el Horror!

Y ya metidos en estas tesituras, qué mejor que añadir alguna escena efectista que nos complete el cuadro. Primero, una escena sexual muy bizarra, una especie de chiste triste y morboso que sirve para dibujar a uno de los personajes como amante de lo material de una forma provocadora y chusca; y segundo, un crimen frío y distante, justo como la sociedad que describe la película, donde los pocos resquicios en los que aparecen gestos amables o de amor son rellenados inmediatamente por la crueldad, esa crueldad que sólo es capaz de provocar la avaricia más inhumana.

Eso sí, Fassbender está genial, y Cameron Diaz le sigue los pasos (o por encima de él). El resto cumple, aunque Bardem debería vigilar un poco esa afición suya a realizar papeles de tipos con pinta mamarrachiles, no se nos vaya a encasillar. Pé correcta, muy mona ella, pero nada más, porque el papel daba para poco. Y Ridley correcto, eficaz, quizá demasiado fascinado por el texto del guión.

La cosa prometía, cierto, pero finalmente no cumplió, no a la altura de las expectativas, que quizá eran demasiadas. Y eso a pesar de que la película tiene trazas, tiene momentos, hay algo ahí que atrae, algo insano que se podría haber corregido aligerando el guión. O no, dejémosla como está, con esa pinta de cruce entre película de frases a lo Bergman, thriller de sobremesa de los domingos y trama de Haneke con dolor de muelas.

No deja tener cierto encanto bizarro, como la escena sexual de la que hablaba antes, o esa aparición estelar de Rubén Blades hablando de Antonio Machado y recitando "Caminante no hay camino". Y como uno es amante de los planes fallidos, del humor involuntario y de las pretensiones no resueltas, le daremos un 6. Eso sí, que alguien le dé un cursillo urgente de guión de cine al viejo Cormac. O mejor, que siga escribiendo novelas y que sean otros quienes las adapten porque, visto lo visto, es lo que mejor ha funcionado. Siento parecer frío, pero, ya saben, la verdad no tiene temperatura, ¿no?

(crítica en estamosrodando.com)
Moex
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7
22 de enero de 2014
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Oslo las piscinas al aire libre cierran temporada el 31 de agosto. En esa fecha (para ser exactos, entre el 30 y el 31) es cuando se sitúa nueva película del director noruego Joachim Trier. Es el final del verano. Y es fácil sospechar que una historia que se sitúa en el final del verano no puede acabar bien.

Pero esta es una película noruega rodada por un noruego en Noruega. Así que no esperen estridencias. Ni carcajadas, ni gritos. Ni abrazos de aquellos que te estrujan la caja torácica, ni lágrimas torrenciales.

Pero es Oslo, no Londres. No hay, pues, meñiques levantados mientras se eleva la taza de té, ni cejas arqueadas de forma displicente que esconden la furia.

Aquí, en 'Oslo, 31 de agosto', hay vida. Vidas.

Eso sí, hay quietud. Hay también movimiento plácido. Hay esa pereza formal que huye del chillido.

Hay hojas, árboles, verdor, agua.

Hay niños, mujeres hermosas.

Hay deseos. Anhelos insatisfechos.

Hay frustraciones manifiestas cómodamente abrigadas.

Hay despachos modernos. Ladrillos vistos.

Hay, también, familias rotas.

Hay seres perdidos. Hay yonkies existenciales, nacidos de la incertidumbre de estar vivos (no nacidos del cieno de las calles melladas del capitalismo).

Hay democracia. Tanta, que existe el derecho a autodestruirse.

No hay caspa. Ni pieles cerúleas.

No hay colillas que quemen los dedos.

Hay elegantes fuegos fatuos que nacen en el asfalto limpio.

El sol brilla, sí. Pero no con esa lozanía de la camiseta que trepa por la barriga.
(No hay barrigas).

También hay luz, sí. Pero no pudre. Allí lo podrido es tímido, es discreto.

No hay ropa tendida. Quizá porque la vergüenza necesite del calor para atreverse a salir de paseo.

Y eso a las puertas del otoño. Es de suponer que en pleno invierno aparecerán carámbanos de hielo. Ya saben, esas hermosas figuras frágiles y puntiagudas, como si fueran estiletes con capacidad para atravesarnos sin darnos cuenta.
Como esta película.

Porque en Oslo también hay cine.

Frío, sí. Como caricia de mano helada.

Pero de largos y hermosos dedos.

Vayan a verla. Sentir la escarcha sobre la piel es, al fin y al cabo, una manera más de sentirse vivo.

(Crítica en estamosrodando.com)
Moex
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8
17 de enero de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que reconocer que Scorsese es hombre de filias. Si durante su primera etapa tuvo a Robert De Niro como su actor fetiche (ha rodado ocho películas con este actor como protagonista), desde el año 2002, le toca el turno a Leonardo DiCaprio, con el que lleva ya rodadas cinco (y las que tengan que venir, que DiCaprio tiene cuerda para rato).

Ambos actores están unidos por dos hechos: el apellido italiano y por un talento inmenso. Son dos animales capaces de comerse la pantalla, voraces, y dejar al espectador rendido, exhausto. Y eso es algo que a Scorsese le viene de perlas, porque a veces su cine es así, de apetito insaciable, desmedido, como banquete mediterráneo.

Es fácil entender por qué a Scorsese le apeteció rodar la vida de Jordan Belfort, un -por lo visto- famoso bróker que allá por los finales de los ochenta e inicio de los noventa amasó una verdadera fortuna a base de vender acciones basura usando todos los medios a su alcance, sobre todo los ilícitos, cosa que precipitó su caída a tanta velocidad como lo fue su ascenso.
Da la sensación de que el director ha conectado con el personaje por ese mismo hambre: Belfort por el dinero y todo tipo de excesos y Scorsese por el cine y las películas que se desparramen a lo largo de varias horas destripándonos al protagonista y su entorno.


'El lobo de Wall Street' son tres horas en los que el director se suelta la melena y aprovecha para mostrarnos un compendio de desmadres capaz de empachar a cualquiera. Sirva como advertencia a aquellos que se sientan molestos si aparece en pantalla mucho sexo, drogas y palabrotas, porque de estas tres cosas hay un verdadero buffet libre. Eso sí, a diferencia de otras películas suyas, trufada de un humor negro bien relleno de sarcasmo, bufonismo, locura y desmesura.

Y es a partir de aquí donde podemos establecer un paralelismo con otra de sus películas, 'Uno de los nuestros' ('Goodfellas', 1990), una de sus obras maestras donde seguimos también la experiencia vital de un hombre introduciéndose en el mundo del hampa hasta ver su caída.
En el caso de 'Uno de los nuestros', el espectador se ve al principio arrastrado por la fascinación del poder y la violencia hasta que en la parte final, cuando vemos la decadencia de los protagonistas, acabamos entendiendo que ese mundo estaba podrido. En 'El lobo de Wall Street' el humor sirve de barrera: cuesta empatizar con esa panda de -perdón por la expresión, pero hay que ponerse a la altura- capullos, por lo que durante su caída no puede uno más que murmurar un "ya se veía venir".

Y ese es un defecto de la película, esa sensación de déjà vu, de que en el fondo Scorsese no nos está mostrando nada nuevo, que todos sabíamos/sospechábamos que lo que mueve a los brokers (la castiza expresión 'corredor de bolsa' parece haber quedado relegada al olvido) es la pura codicia, y que el mundo de las altas inversiones está poblado por cretinos cuya mayor virtud es la falta de escrúpulos. No hay mayor fascinación que ver aquí a tipos comportándose como adolescentes descerebrados repletos de dinero. Y para eso quizá no hacía falta rodar tres horas de película.

Aun así, Scorsese es tan sabio que logra mantenernos firmes en nuestros asientos a base de secuencias gloriosas, de una producción de lujo y de un plantel de actores que sacan lo mejor de sí. Es obvio decir que DiCaprio está espléndido, pero es que también está inmenso su paternaire Jonah Hill; deslumbra a su vez un delgado Matthew McConaughey en un breve pero intenso papel a los inicios de la película; desconcierta en el buen sentido la actriz inglesa veterana Joanna Lumley; y maravillará a la concurrencia masculina -y femenina- la belleza de Margot Robbie.

Eso sí, aunque el humor sea la tónica general, aviso que no es una película propiamente de "risa". Scorsese nos los recuerda con alguna secuencia que nos va colando como el que no quiere la cosa logrando provocarnos algún que otro escalofrío. Como ese plano final -no se preocupen, no es 'spoiler'- donde parece dirigirse a los espectadores para avisarnos de que todos podemos ser candidatos a ser tan codiciosos -y tan capullos- como los protagonistas de esta excesiva pero excelente película.

Y es que Martin Scorsese, a sus 71 años, que bien podría estar dedicándose a rascarse el ombligo contemplando su largo catálogo de obras maestras, tenga el brío y las ganas y el talento de rodar 'El lobo de Wall Street' es para quitarse el sombrero, poner la chaqueta en el suelo tapando charcos y abrirle la puerta de la limusina para que, por favor, siga rodando lo que le venga en gana, que a estas alturas podemos perdonarle como perdonamos al abuelo que en la boda se nos ponga chiripa y se una a la conga.
(Crítica en "estamosrodando.com").
Moex
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9
11 de diciembre de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Admito que cuando veo que una película comienza con el rótulo "Basado en hechos reales" me pongo a la defensiva. No pocas veces ha servido como excusa para tratar de colarnos películas infumables, de esas de siesta de domingo, como si el hecho de que lo que cuente haya sucedido en la realidad justificara la pereza creativa. Seamos sinceros, que esté basado en hechos reales sólo debe importar, cinematográficamente hablando, en los documentales. Las películas de ficción son eso, ficción, y se rigen por otras reglas.

'12 años de esclavitud' comienza así, con el susodicho lema. Pero no, no hay que apurarse. No estamos ante un telefilme barato. Para nada. Estamos ante una de las revelaciones de la temporada.

Si recuerdan 'La Odisea' de Homero sabrán que allí se narran las vicisitudes que padece Odiseo (o Ulises, como prefieran) para volver a su hogar en la isla de Ítaca tras la guerra de Troya. El viaje se eterniza y Odiseo tarda 10 años en pisar tierra patria. La narración ha calado tan hondo que se ha convertido en una metáfora de la vida (ya saben, no tengan prisa por alcanzar las metas, no tengan miedo a los imprevistos, lo importante es el camino que se recorre) y a Odiseo como ejemplo del aventurero vital, puesto que llega a su hogar viejo y sabio por todo lo aprendido.

Se podría decir que existe cierto paralelismo perverso entre este clásico y '12 años de esclavitud'. Aquí el protagonista, Solomon Northup, un reputado caballero y músico de Nueva York, viaja a la capital contratado para un espectáculo. Es negro y es hombre libre. Pero en los Estados Unidos de 1841 esa circunstancia es anecdótica. Y Solomon lo sufre en sus propias carnes al ser drogado, secuestrado y vendido como esclavo en el Sur. Comienza, pues, su periplo a lo Odiseo para volver no sólo a su hogar, sino a ser lo que es él, periplo que durante 12 años le condena a vivir un 'viaje' vital terrible, intensamente dramático, moralmente repugnante y soez.

Si Homero debe usar su astucia para librarse de los designios de los dioses, aquí Solomon debe luchar cada minuto para no perder su dignidad como ser humano. Porque la diferencia abismal entre ambos viajes es que en '12 años de esclavitud' son los hombres y sus circunstancias los que provocan el horror, no una figura externa y etérea divina.

Solomon es víctima de una sociedad corrupta, éticamente repugnante y decadente, generadora de un sufrimiento no ya innecesario sino que, además, era perfectamente evitable. Y es estos aspectos donde brilla el talento del director Steve McQueen ('Shame'), quien enhebra un retrato despiadado del esclavismo que es imposible que no conmueva al espectador, utilizando recursos cinematográficos para que la historia se nos meta bajo la piel.

Como ese primer plano del protagonista en un momento crucial de la película donde parece que puede dejar por fin su condición de esclavo: vemos el rostro de Solomon, que gira de derecha a izquierda fijando durante unos instantes sus ojos a cámara en una mirada pensativa que desnuda su alma doliente por todo lo sufrido y que nos desarma porque parece dirigirse directamente a cada uno de nosotros, para que entendamos que todos somos potenciales víctimas o verdugos de la miseria.

Un papel así -casi obsceno decirlo por lo obvio que resulta- es merecedor directo del Oscar al mejor actor para un sorprendente Chiwetel Ejiofor. Pero el talento desbordante de la película no acaba ahí, porque lo normal es que '12 años de esclavitud' acabe engalanada con multitud de nominaciones, como al mejor actor de reparto a un espectacular Fassbender (este hombre acabará siendo mito del cine, ya lo verán) representando a un alucinado y podrido terrateniente negrero; o a la mejor actriz secundaria para Lupita Nyong'o en su papel de la desdichada y lúcida Patsy, en competición directa con una compañera de reparto, Sarah Paulson, esposa de terrateniente de una crueldad inhumana envuelta en buenas maneras; a la mejor fotografía; al mejor guión adaptado y -a estas alturas lo sospecharán- al mejor director y a la mejor película.

Y es que no hay duda posible, '12 años de esclavitud' es la más devastadora candidata del año a ser considerada como obra maestra. Sólo un aviso: si la ven, lo pasarán mal, es un drama en toda su acepción, sin concesiones. Pero, a la vez, se sentirán cómplices de una de esas películas que dignifican al cine y que justifican que, a estas alturas, se le siga llamando séptimo arte. Porque eso es, en resumidas cuentas, esta película: una obra de arte donde todos brillan en estado de gracia.

(Crítica para estamosrodando.com)
Moex
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El viaje de Chihiro
Japón2001
8,1
114.244
Animación
9
26 de febrero de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alucinado quédome a los pocos minutos de empezar a ver la película. Es un torrente de derroche imaginativo tan abundante que es hasta barroco. Temo incluso perder el sentido de la realidad ante la profusión de detalles de ese mundo donde ha venido a parar Chihiro, un mundo que parece salido de cruzar el universo de Carroll con la cosmogonía de los cuentos infantiles y las leyendas orientales.
Para el que no sepa de qué va, brevemente: Chihiro es una niña de diez años que viaja con sus padres pues se están mudando. Durante el viaje atraviesan un túnel que les llevará a otro mundo, a otra dimensión. Los padres son convertidos en cerdos y Chihiro deberá buscar la forma de devolverles su apariencia. Seremos testigos y cómplices de la protagonista en un entorno -una casa de baños- que escapa a toda lógica.
Es, pues, una historia de crecimiento de la protagonista, del abandono de la niñez. He visto comentarios aquí que critican negativamente la película porque dicen que no se entiende, que no hay hilo argumental. Entiendo que apabulle la galería de personajes y detalles maravillosos, que pueda saturar, pero la película se entiende perfectamente: es que no hay nada que entender. Es decir, es una fantasía, es vivir en un sueño. ¿Acaso un niño cuando juega buscar que todo sea lógico y racional? ¿Acaso cuando de críos fantaseamos todos los detalles estaban explicados con coherencia? No, no, "El viaje de Chihiro" tiene su propia lógica interna, pero es la lógica de la fantasía mientras vemos cómo la niña, que al principio se nos presenta como caprichosa, alcanza la madurez pasando por las distintas etapas que supone el crecimiento: el esfuerzo, la amistad, el entregarse a los demás, el dejar de ser el centro del universo, el amor...
Es un gozo, una maravilla, y tan sólo lamento no poder tener de nuevo diez añitos para verla otra vez, que de buen seguro la disfrutaría muchísimo más porque, por ejemplo, dejaría de buscarle explicaciones a la historia y simplemente me dejaría llevar por el encanto de los dibujos, de los decorados, de los personajes, de la historia.
Moex
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