Olja, una profesora de instituto, está cansada de sus alumnos: gritan, se comportan mal, y se pasan todo el día mirando al móvil. Un día, después de ser asaltada en su casa, descubre que uno de sus estudiantes puede ser su atracador. Ante esta situación, decide quitarles los teléfonos y encerrarlos en el instituto. Con esta premisa, el director y guionista serbio Stevan Filipovic desarrolla una historia que bien podría ser la misma de El club de los cinco de John Hughes, pero que se adapta a las obsesiones políticas y sociales del cine balcánico.

Lejos de aportar nada la cinematografía adolescente, el director se digna a repetir todos los clichés conocidos y por conocer: los típicos gamberros de clase, los empollones, los frikis, los drogadictos… A lo largo de su hora y media el espectador irá descubriendo uno a uno a sus más de veinte personajes con la sensación de que ya los conocía a todos. Por otro lado, el arco dramático de la gran mayoría es inexistente y la película termina sin llegar a ninguna conclusión. El resultado: una experiencia muy pobre y muy simple, asentada en un guión sin pena ni gloria que se recrea demasiado en el lado político de la historia. La Guerra de los Balcanes sigue viva en el imaginario serbio y sus personajes nunca la olvidarán. Lo mejor: el monólogo del personaje interpretado por Nikola Glišić en el que cuenta su traumática experiencia al salir del armario. Quizá, el único acierto destacable de toda la cinta.

Chouf se ha convertido en una película más sobre las luchas entre grupos narcotraficantes, en este caso, en el sur de Francia. Karim Dridi, escribe y dirige una historia de venganza, de un joven que decide meterse en el mundo de la droga para descubrir quién mató a su hermano. De este modo, el realizador estudia un choque entre dos mundos: el académico y civilizado del que viene el protagonista y el vulgar y extremo en el que se mueven los narcos. Sofiane, el personaje principal, tendrá que transitar desde su imagen de niño bueno hasta la de un vil criminal y deberá descubrir, a la vez que el espectador, la forma de vivir fuera de la ley.

Quizá esta película no disgustará a los amantes del cine hollywoodiense y comercial, pero su desarrollo y sus tramas, lejos de enganchar, aburren por su ordinariez. Muy alejado del retrato social que podría haber sido, el director decide por apostar por los giros de guión y las escenas de acción. No hay nada especial en una cinta que el cine ha proyectado cientos de veces en su historia. Si el director quería hacer una nueva El profeta de Jacques Audiard, quizá se quedó en Corrupción en Miami de Michael Mann.

La filosofía de Hannah Arendt, sin duda, sobrepasó su época y ahora mismo goza de la misma actualidad que cuando la alemana la redactó. Los conceptos de Banalidad del mal o pecado estructural son perfectos para seguir explicando el mundo de nuestros días. Sin embargo, se necesita un esfuerzo importante para comprender con toda profundidad el pensamiento de esta mujer y no caer en tópicos sobre él. Vita Activa, el espíritu de Hannah Arendt es una aproximación seria y rigurosa, no solo a su filosofía, sino a la vida y la personalidad de una de las pensadoras más importantes de la II Guerra Mundial.

Este documental, producido por Israel y Canadá, cuenta con el testimonio de conocidos tanto de Arendt, como de personas de su entorno. En ningún momento oculta las contradicciones de esta mujer, que fue repudiada por absolutamente todo el mundo. Pese a contar con financiación israelí, explica profundamente las causas por las que Arendt receló del nuevo Estado judío y de la culpabilidad de muchos funcionarios nazis. Lejos de cualquier viso de maniqueísmo en su narración, quedarán expuestas todas las dimensiones de su pensamiento hasta el punto de chocar frontalmente contra el pensamiento sionista israelí.

El cine necesita de relatos rigurosos y profundos para huir de la superficialidad del mundo actual. Vita Activa, sin duda, hace justicia al pensamiento de una mujer adelantada a su época y que no supo encajar en los moldes de la sociedad en la que vivía. Una forma de descubrir para muchos a Hannah Arendt y para otros para poder admirar más a la mujer que alertó a la sociedad pre-bélica sobre los peligros de la banalización del mal.

Con El Hijo de Saúl, László Nemes enseñaba el poder del cine para sobrecoger con los horrores del Holocausto. Ahora, también en este festival, Pol Cruchten en Voces de Chernóbyl pone imágenes a testimonios reales del desastre nuclear. Sérgio Tréfaut, director de este documental, Treblinka, intenta hacer una mezcla entre las dos: por un lado, los horrores de los campos de concentración son relatados por voces en off agotadas y angustiadas; por otro lado, la puesta en escena intenta expresar todos esos sentimientos de muerte y terror que vivieron los prisioneros del campo de concentración. El resultado, sin embargo, se muestra excesivo. Su ritmo inexistente y su falta de interés hace que su hora de duración caiga como una losa en el espectador.

Sin duda, si en vez de sesenta minutos, Treblinka hubiera contado con veinte, o incluso diez, la fuerza de su mensaje habría llegado más profundo a un espectador que no se hubiera cansado de ver siempre lo mismo. El director apuesta por no sacar a sus protagonistas de los vagones de trenes en los que llegaron al campo de concentración, consiguiendo una atmósfera terrorífica y angustiante. Sin duda, su propósito es realmente noble, pero el director parece no darse cuenta de lo monótona que puede parecer una película que solo trata de personas sentadas en un tren mirando por la ventana.

El drama de la inmigración europea servirá como inspiración para cientos de películas en el futuro. The last of us, no confundir con el célebre videojuego, parte de esta realidad actual para narrar una historia sutilmente sobrenatural. Lo que en un principio podría parecer una película Ken Loach, se convirtió en El Renacido, dirigido por Apichatpong Weerasethakul (Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas).

Esta película sin diálogos cuenta la historia de un joven subsahariano que es timado por las mafias de la inmigración y tiene que robar una barca para huir del continente africano. Tras un largo viaje por mar, llega a una isla habitada por un enorme bosque y un hombre que parece llevar ahí perdido mucho tiempo.

Cada giro en la historia de The last of us asusta y sorprende a partes iguales. Lo que podría haber sido una historia de superación personal al uso se ha convertido en una historia de superación personal sin parangón en el mundo del cine. Lejos del drama social, el film trata temas como la unión del hombre con la naturaleza, los instintos más primarios o la voluntad individual. Sin necesitar ni una línea de diálogo, el director y guionista es capaz de progresar una historia de una manera original y refrescante en el cine mundial.

Quizá no sea la película que el drama de la inmigración necesita. Pero sí de la que el cine del mañana precisa. El León del Futuro del último Festival de Venecia lo acredita.