Situaciones forzadas al máximo, un par de interpretaciones (las de Ariadna y Jorge Sanz) igualmente antinaturales, y un manojo de personajes tan sumamente estereotipados que los hacen no sólo más que previsibles, sino también inverosímiles: un economista activista metido a periodista en el que todos y cada uno de sus comentarios acciones tienen por principio y fin sus luchas y quejas ante las injusticias sociales; una streaper que, cansada de que los hombres sólo se fijen en su físico, acaba liándose ante el primero que demuestra necesidad de amor y cierta sensibilidad y romanticismo (un ciego mayor, gordo y feo —Echanove— que, obviamente, no atiende a su cuerpo porque no puede hacerlo); un periodista deportivo ligón e inculto que no ha leído un libro en su vida (¿no había una forma más sutil de criticar a la prensa deportiva?); una atractiva karateca que… ¡adivinen cómo reacciona cuando, enfadada, éste último rompe con ella! Y así sucesivamente. ¿Es éste el mismo David Trueba de Soldados de Salamina o La Buena vida? Pero lo más intrigante es: ¿dónde estaban los tan sesudos y a menudo poco indulgentes críticos que tanto alaban la película cuando ésta se proyectaba? ¿Y el jurado del Festival de Málaga? No me creo que hayamos visto películas tan distintas.

Lo mejor —durante gran parte de la película lo único bueno—, las interpretaciones de algunos de los actores, entre los que sobresale de forma estelar Pilar López de Ayala. Sin duda, la mejor de su generación.