Si ya con su trilogía de la saga Halloween David Gordon Green fue decayendo desde un inicio pasable hasta un final que no convencía demasiado, con esta entrada en el universo de El Exorcista confirma su caída en picado a los infiernos.

El problema principal de El Exorcista: Creyente no es solo que no funcione como parte de este universo (está tan desprovista de la mitología original que es fácilmente intercambiable por cualquier película de posesiones al uso), sino que además es endeble como película de terror en sí misma.

El ritmo del metraje se ve indudablemente afectado por la tijera (cada vez que hay un ápice de tensión narrativa, el director pasa a otra cosa y se carga lo que venía construyendo) y lo peor de todo es que, salvando dos momentos puntuales en los que se abusa del volumen para sobresaltar al espectador, la película no da miedo.

Todo esto aderezado con personajes infrautilizados (no diré quiénes para no hacer spoiler, pero adolece del mismo problema que en su saga Halloween) y un discurso final de "el bien reinará sobre el mal" que está absolutamente fuera de lugar e infiere al conjunto un toque cutrísimo de telefilm.

Vista El Exorcista: Creyente, lo único que verdaderamente creo es que deberíamos seguir viendo la original y olvidarnos de que esto existe.

"Smile" es una de esas películas que da un poco de rabia que no sea un poquito mejor de lo que termina siendo.

Lo cierto es que la película tiene una atmósfera muy conseguida y es capaz de inferir verdadero terror con varias escenas muy bien llevadas. Susie Bacon, además, está soberbia en su papel y confiere al personaje la dosis justa de desesperación y angustia que este requiere.

Es por ello que, cuando en el último acto, la película termina tocando todas las teclas que parecía que iba a tocar desde el principio, terminas abandonando la sala con la sensación de que no han sabido exprimir todo el jugo de una historia llena de posibilidades. El tráiler tampoco ayuda demasiado al mostrar varias escenas muy bien trabajadas y despojarlas de su factor sorpresa.

En definitiva, "Smile" es una película absolutamente disfrutable que muestra sus cartas demasiado pronto y en última instancia no termina de rematar una historia que tenía todos los ingredientes para convertirse en algo más memorable.

Un 6.

Enésima producción de Netflix que se queda a medio camino de todo.

Para empezar, tenemos una historia de yakuzas empeñada en regodearse en los tópicos del género: que si el honor, que si la guerra por el control de la ciudad, que si el honor otra vez, que si "quita pa' allá que eres muy blanquito", "que no que es broma que eres uno más", el honor, el honor y el honor. Vaya, que termina la película y te entran ganas de ponerte un rato el Sálvame para compensar. Bueno, casi. Y claro, es un problema coger una historia ya de por sí trillada para añadirle después capas y capas de clichés y lugares comunes.

También tenemos a Jared Leto, más que solvente en otras producciones como "Dallas Buyers Club" o "Réquiem por un sueño", que se limita a poner cara de mala leche durante las dos horas que dura la película. Tampoco lo ayuda un personaje mal desarrollado cuyas acciones resultan desconcertantes por el poco trasfondo que se les proporciona. El resto del elenco está correcto sin más.

A nivel técnico no soy quién para opinar, pero vaya, que si no me dicen que es el Japón de la posguerra estaría yo ahí esperando a que los yakuzas se manden las amenazas de muerte en un audio de Whatsapp.

¿Qué es lo peor de todo? Pues que ni siquiera resulta entretenida dentro de su ineptitud, al estilo "Wicker Man". No destaca en absolutamente nada. Igual valdría para un juego de estos de beber con los colegas: "Bebe cada vez que un yakuza haga referencia al honor". Si vives para contarlo, estás listo para salir de marcha con Charlie Sheen. Para bebedores más moderados: "bebe cada vez que Leto cambie la expresión facial".

Un 3, y raspado.

He de confesar que tenía muchísimo interés en ver esta película, en especial por sus localizaciones, que me son inmensamente familiares. En ese sentido, el debut de Andrés M. Koppel no decepciona: la ambientación y la fotografía no solo son buenas sino que enriquecen el relato constantemente, y hacen más llevadero lo que se te viene encima. Porque, reconozcámoslo, "La niebla y la doncella" se queda a medio camino en casi todo lo demás. Desconozco la obra original, pero el batiburrillo de sospechosos, móviles, pistas falsas y giros sorpresa del guión de los que aquí hace gala el director, lastra el conjunto sobremanera, porque sin pretenderlo merma el interés del espectador.

Tanto Gutiérrez como Echegui, la pareja protagonista, que considero dos actores muy carismáticos, no terminan de estar todo lo solvente que se esperaría de ellos, y es una verdadera lástima porque tienen capacidad suficiente para ello. El resto del elenco (en especial Aura Garrido), están correctos sin más.

Aun con todo, y especialmente durante la primera hora de metraje, se nos presenta un thriller sólido, por encima de la media a la que nos tiene acostumbrados nuestro denostado cine. Quizás habiendo rematado con un final a la altura, el espectador no saldría de la sala con ese sabor agridulce, pues se echa en falta ese crescendo dramático que ponga punto y final a la historia. Al final te quedas con la sensación de que no han sabido exprimir todo el potencial de un elenco sólido y un guión interesante pero muy inconsistente en la construcción de sus personajes.

Quién sabe, quizá se pasaron con la niebla y después no les dejó ver con claridad. Lástima.

Maria Bamford, comediante y actriz, es bipolar. Ella, que no lo esconde, decide darle la vuelta a la tortilla y utilizarlo en su favor, y el resultado es este "mockumentary" que describe su día a día desde su particular punto de vista. Y es especialmente curioso que haya utilizado este enfoque para la serie, ya que es a través de su propio trastorno donde esta encuentra su singular voz: la metaficción como método para dibujar un retrato certero de la enfermedad; la exageración como medio para realizar una mordaz crítica a los estigmas de la misma en la sociedad; la locura como forma de incitar el raciocinio y remover la conciencia del espectador.

La serie, en apariencia simple, pero tan compleja como su personaje central, no se queda ahí: se sumerge en temas tan actuales como el racismo, la explotación laboral, los dilemas morales de los privilegiados del primer mundo y las relaciones de pareja, y lo hace siempre en una escala de grises, evitando simplificar entre blanco y negro, y conociendo sus propias limitaciones en este aspecto.

¿Algo más? Los guiones tienen gracia, los guiños al espectador son constantes y las repetidas roturas de la realidad le confieren un ritmo endiablado. Es Bamford tan honesta con su enfermedad y con su percepción del mundo en general, tan abierta al mostrar sus miedos e inseguridades, que es capaz de reírse de esta y de tantos otros temas sin hacernos olvidar la responsabilidad social que los mismos conllevan.

Una pequeña joya. Dinamita pura.