Los tokiotas se muestran anonadados ante la presencia de una chica que salta al vacío y flota, pero luego vuelven a la rutina del móvil, al mundo tecnológico, pero ignorantes de que ese sea quizá el ultimo atardecer que vean en sus vidas y es aquí donde Shinkai hace una secuencia magistral donde hace un alarde de entendimiento pleno de la puesta en escena, de manejo del ritmo con el montaje y de comprensión narrativa de la música, porque Radwimps y Jinnouchi hasta ese momento habían hecho que el tema de los terremotos sea presentado con voces naturales y al pasarlas al sintetizador hacen una declaración tan categórica como en su día lo hizo James Horner con Titanic, de que la ingeniería que ha sido fuente de dicha también puede atrapar a las voces y condenarlas a la muerte; en un caso con el barco que no podía hundirse y aquí con los titanes de acero que intentan tocar el cielo, por eso los únicos seres que pueden escapar y ver la calamidad que esta por acontecer son los más apegados a lo natural y lo demuestra el director con un inolvidable plano detalle del ojo de un cuervo, que alzará vuelo en unos momentos, solo Suzume y la familia de Souta son los humanos que pueden ver el tamaño del monstruo por también mantener esa cuestión espiritual en el caso de ella por el redescubrimiento de esa dimensión y en el caso de él gracias a conocimientos heredados por el linaje familiar

Tras la aparición de Serizawa y de que se ofrezca de chofer Shinkai explora otro tono, uno más cercano a la reciente Drive My Car, aunque las pistas ya se venían anunciando desde que Suzume se sube en su bicicleta roja al inicio de la película, luego con cada persona que le ofrece ayuda siempre lleva algo rojo en sí, porque la esencia de la película de Hamaguchi muy aparte del duelo y el análisis de la pérdida es también un viaje que indefectiblemente nos llevara al lugar de origen, al Génesis de todos nuestros problemas para poder así sanar, es ese auto rojo que tiene que recorrer las arterias de la nación para llegar a aquello que preferimos olvidar, a esa Hokkaido nevada en el caso de Misaki o a esa Tohoku desolada en el caso de Suzume donde ambas tienen que visitar a un fantasma, a la madre, y donde ambas hallaran su catarsis. Por otra parte, en ambas películas, el sonido cumple una función vital, en la primera con una Oto resucitada que dialoga con su esposo a través de las cintas de casete recitando a Chéjov y aquí con las canciones de, auto que declaman los conflictos de tía y sobrina de forma implícita, ambas siendo usadas no de forma aleatoria sino con un propósito narrativo mayor, la exploración de sus personajes.

También en esa llegada a Tohoku marca el encuentro con la puerta final, con aquella que cierra el desarrollo de su protagonista y que apunta a un desarrollo doble ya que está marcado por la presencia de la silla. Este es un objeto capital en la película y es tanto el punto de la interacción de Suzume con su madre como con Souta, ya que en ella debe apoyarse la protagonista para crecer, ya sea cuando tenia 4 patas y estaba viva o cuando tenga 3 y sea ella la que deba encontrar el perfecto equilibrio y quien la ayudara en eso es este muchacho, ya que ella también debe experimentar la inestabilidad amorosa de la adolescencia, donde las hormonas hacen tambalear a uno, por lo que la búsqueda de ese amor también será parte de esa búsqueda de esa estabilidad emocional y será gracias a ese amor la que permita sacar a Souta de ese destino trágico heredado de la tradición familiar, porque en esa decisión también esta una de las claves del director, la lucha constante contra lo ya establecido.

Por último, llegamos encuentro clave, que le da sentido a este viaje emocional y es el encuentro con si mismo, donde pasado y presente se hermanan para darle a esa huérfana un arma en la cual se tiene que valer por si misma en la vida, la silla con tres patas, y la joven Suzume la deja culminando su búsqueda de estabilidad y partir a un futuro dichoso,

Lo que aquí nos reúne no es una parodia de las majors como Hail, Caesar! de los Coen o la visión mas negra de Hollywood como lo planteo Wilder en la fundamental Sunset Boulevard, sino una visión amable, celebrativa, como en su día lo era Cinema Paradiso de Tornatore pero sin la nostalgia amorosa. Es el cine que se auto celebra recordando el porque seguimos asistiendo al ritual de la sala oscura, un lugar que como dijo Bergman es el único donde nos pueden llegar verdaderamente al alma.

La película presenta un profundo respeto por aquella institución que es el cine, por sus mitos, por sus leyendas y eso se manifiesta en muchos detalles, empezando por el nombre de sus protagonistas Gene Fini, Nathalie Woodward, Martin Braddock siendo referencias automáticas a leyendas de todos los tiempos como Gene Kelly, Natalie Wood y Marlon Brando respectivamente, pero la película a estos personajes les da una personalidad definida, siendo tres almas que intentan surgir en ese amplio mundo que es aquella ciudad de luces y celebridades, les brinda la oportunidad de brillar ya sea por primer vez en el caso del novel director o una última vez como en aquella estrella de antaño como en su día lo hicieron Léaud y Aumont en la película de Truffaut respectivamente.

La animación es un elemento capital a la hora de realizar la construcción del relato, esta permite moldear los estados de la realidad y adecuarse a la perspectiva de sus personajes, como en la secuencia cuando Gene observa por primera vez a Nathalie, su percepción pasa de ser la de una cámara al propio ojo humano, señalando que ha encontrado a la actriz ideal para ese papel, esto también se evidencia en la secuencia del montaje, donde un insomne Gene se encuentra moldeando lo que se denomina la realidad fílmica, aquel espacio que separa la realidad propia con lo que quiere el realizador que veamos en la pantalla y con el montaje de toda las escenas filmadas apareciendo y desapareciendo de la ventana donde se edita, sin duda alguna una secuencia categórica y definitiva.

En resumidas cuentas, esta es una película con un tono celebratorio, pero que respeta aquella institución universal que crearon los hermanos Lumière y perfeccionada posteriormente por genios como Méliès o Griffith y que hasta el día de hoy sobrevive inclemente al paso del tiempo y que ha sido la base para narrar historias de todos los tipos y que en algún momento nos ha tocado en lo más profundo como diría Ego.

Cierro esta reseña con una frase de Scorsese que sintetiza todo lo que he comentado:

“Las películas tocan nuestros corazones, despiertan nuestra visión, y cambian nuestra forma de ver las cosas. Nos llevan a otros lugares. Nos abren las puertas y las mentes. Las películas son los recuerdos de nuestra vida. Tenemos que seguir con vida”.

Como en su día eran los moteros de Akira, con un color diferente de moto que indicaba sus diferentes facetas e idiosincrasias, basta con diferenciar al grupo de Kaneda con el de los payasos. Aquí el director Tetsuro Araki busca la expresividad con el movimiento, busca darle identidad a cada grupo en disputa con un estilo propio de aquella actividad física que es el Parkour, pero eso también se traslada a los personajes centrales, que escapan de los estilos deterministas de su colectivo y buscan expresar otros sentimientos con su desplazamiento, basta con solo ver la secuencia donde Hibiki y Uta están sincronizados por primera vez. Ella desprende sensualidad e ingenuidad en su baile y él expresa determinación en sus saltos. Esto no es nuevo en el director, ya que en la franquicia de los titanes también logro un efecto similar más en concreto con los personajes de Levi Ackerman y Historia Reiss.

La película también intenta revisitar el relato original de Andersen sobre aquella criatura que anhelaba su libertad a pesar del sacrificio por el ser amado, si bien altera gran parte del cuento, cambiando aspectos fundamentales de este como la presencia de la bruja y la cuestión final con las hermanas con el puñal, respeta el final donde este desdichado ser en pos de no sacrificar al ser amado entrega su vida para dejar que él viva, dando un momento verdaderamente conmovedor sin flashbacks que arruinen la cadencia de la secuencia, sino dejando que sea Sawano el conductor de emociones con una última aparición del tema principal de la banda sonora en todo su esplendor, siendo que morirá al final al igual que su protagonista.

Por otra parte, la película al exponer una cosmogonía concreta revela una cierta pretenciosidad que resulta meramente impostada para sacar reflexiones divulgativas que no vienen al caso y que nos alejan de lo capital de la obra, caso contrario de películas anime recientes como Children of the Sea donde la ampulosidad de los temas del cosmos estaba bien integrado a aquel viaje iniciático de su protagonista. Este punto condena parte del final donde se plantea una especie de reencuentro cuando el universo sea consumido con la entropía.

Si bien este es un punto negativo esta película no se le podría considerar fallida, sino una apuesta interesante que rescata ciertas tradiciones tanto de la literatura como del cine americano más clásico.

Desde los primeros compases uno se siente ante la presencia de un planeamiento en lo que a puesta en escena se refiere, con ese plano secuencia pensado hasta el milímetro, donde del plano detalle que revela el eje central de la trama pasa a un plano general que revela a sus dos protagonistas: el carismático Sr. Lobo y el cínico Sr. Snake en una toma que podría ser sacada de las mejores películas sobre mafia como por ejemplo Goodfellas donde la cadencia e intensidad de las palabras de la conversación de los dos crean tensión dramática de lo que esta sucediendo en el off como se manifestará cuando se disponen a abandonar el local, revelando los rostros asustados de los comensales, replicando las sensaciones que despertaba la memorable escena del atraco en la fundamental Pulp Fiction, con un Tim Roth y una Amanda Plummer sobresalientes.

Luego de eso se produce el atraco del banco y se dispone a la presentación de personajes, cada uno demuestra su rastro de personalidad en la frenética secuencia que podría ser sacada de los mejores arcos de Lupin III, con infinidad de coches de policía sumándose a la acción dramática y una oficial de policía decidida a atrapar al mayor atracador de la ciudad, la plasticidad que ofrece la animación permite crear esa sensación de continuo dinamismo en las acciones y eso es sacado de la herencia de la animación americana de finales de los años 40 hasta mediados de los 50 en sus personajes.

Posterior a ello se vuelve a terrenos mas conocidos, pero sin olvidar el dinamismo que despierta cada nuevo plan del jefe de la banda, con giros y revelaciones de ultima hora incluidas en esta carrera contra el tiempo para salvar a la ciudad del malvado de turno, quizá es en los momentos intermedios donde la película muestra algunas de sus falencias, con un desarrollo poco interesante de sus secundarios como la Sra. Tarántula o el Sr. Piraña.

Pero inclusive con esos detalles resulta en su totalidad una producción notable por su continua sensación de desenfado, de estar libre a la hora de plantear los elementos visuales que componen el relato y sobre todo no apelar a la pirotecnia colorida, que muchas producciones animadas presentan en la actualidad. Un horizontes de posibilidades se abre con sus protagonistas conduciendo al atardecer en busca de nuevas aventuras y es un camino que su servidor desea seguir recorriendo con estos carismáticos personajes.