Digamos que sí, tienes 20% del cerebro y ya puedes contactar por ondas de radio con Morgan Freeman. Luego entre unas cosas y otras consigues leer la mente a la gente y ¡te haces doce horas de avión para hablar con Freeman, el cientificucho de turno, que él sabe lo que tienes que hacer! Porque claro, tú puedes recitar de memoria su trabajo de veinte años, pero no te da para saber qué hacer con tanto conocimiento. Y él lo sabe porque... ehm... es Morgan Freeman. Si es que a este se le ha quedado complejo de Dios.

No contenta con el vuelo, cómo no, te da por aprender a conducir. Sí, da igual que tengas 9999% de capacidad, que puedas saber dónde están los malos y dispararles sin mirar a través de las paredes: tú vas a hacer volcar y destruir unos cuantos coches y, por supuesto, circular en dirección contraria a toda velocidad por el centro de París. Que llegas tarde. Y no penséis que es por poner acción sin más, ¡eh!

Y al final, cuando tienes el 99999999% de capacidad y ya eres la repera (lo de los números en la pantalla diciendo la capacidad de Lucy es irrisorio), les das un... ¡lápiz USB! En fin, que vaya vergüenza ajena en el cine.