True Blood es una mierda. Esto es así. Es una mierda enorme, putrefacta, maloliente, asquerosa. Pero cuando más detenidamente la observas te das cuenta de qué es una mierda atractiva, elegante, con estilo y muy, muy bizarra. True Blood es una mierda muy buena. Una mierda casi perfecta. Una mierda que te comes cada semana a pesar de qué sabes que vas a comer mierda. Pero te gusta. Te gusta porque es absurda, ridícula, entrañable. Es True Blood.

Porque no hay que engañarse, aquí a nadie le gusta la serie creada por Allan Ball por la complejidad de sus personajes, por la evolución que estos sufren, por la reflexión que pueda haber sobre la muerte detrás de ese espectáculo grotesco y dantesco que representa True Blood. Tú con la serie no quieres relajarte con tu copa de balón pensando en la reflexión que te va a ofrecer. Tú lo que quieres es diversión pura y dura, tú quieres sexo, buscas sangre, quieres vampiros, hombres lobo y demás especies que son capaces de fumarse los guionistas de la serie. Buscas el esperpento perfecto. Y la serie lo consigue.

¿Pero que pasa?, que True Blood sigue siendo una mierda. Y no dejará de ser una mierda. Pero es que tampoco deseas que deje de ser una mierda, porque es una mierda muy bien hecha.

Ay Fincher, que tiquismiquis eres...

Empezar a hablar de la película es fácil: es difícil recordar unos primeros 15 minutos de una película tan estimulantes con un montaje tan bien estructurado, frenético e impoluto que haga vibrar al espectador. Es todavía más fácil reconocer de quien es la película habiendo visto solo los 2 primeros planos. Ese perfeccionismo es marca de la casa de Fincher. Y lo mejor de todo es que esa calidad técnica, no solo en la imagen, sino en cualquier encuadre, se mantiene durante toda la película. Empieza con fuerza y parece que tras los primeros 15 minutos la película no va a ser capaz de mantener el ritmo. Pero el espectador se equivoca: el montaje sigue a lo suyo y la construcción en paralelo entre los problemas jurídicos y el nacimiento de ‘Facebook’ siguen siendo igual de impresionantes, sin descolocar al espectador y haciéndole ver que lo que está contemplando es una pieza audiovisual de muchos quilates.

El ritmo de la película no decae, y si eso pareciera la banda sonora se encarga de sacar al espectador de la comodidad de su butaca. Es una banda sonora con mucha personalidad, tanta, que es inimaginable pensar la película con otro tipo de música. Trent Reznor y Atticus Ross realizan un trabajo magistral con una música contemporánea que se combina de forma perfecta con las interpretaciones de los actores, con un Mark Zuckerberg, perdón, con un Jesse Eisenberg estelar, un Andrew Garfield que lo da todo y un Justin Timberlake que hace el mejor papel de su carrera (cosa fácil pero meritoria).

La red social no solo cuenta el nacimiento de ‘Facebook’ y todos los problemas que surgieron a raíz de ello. La película es también un film sobre la amistad y todo lo que ello conlleva: los celos, envidias y demás demonios que son capaces de dinamitar una relación entre dos mejores amigos. Con todo esto, la película sigue siendo impaciente y muy emocionante como también perceptiva. Y es que una de sus mayores cualidades probablemente sea que no decae en ningún momento.

En definitiva, si hay algún adjetivo para definir a la película con total simpleza, ese sería espléndido. Si hay algo que acaba destacando por encima de todo es ese estilo metódico y calculado, no solo ya en cada plano, sino en la misma estructura de la película, que hace que se grabe en la cabeza como un film perfeccionista de extraordinaria factura que cuenta y define, de alguna manera, la última década vivida. Y por si todo esto fuera poco, la ayuda inestimable de Aaron Sorkin como guionista es soberbia, dignísima ganadora del Óscar, y que ayuda a hilvanar con maestría el demás proceso audiovisual, con diálogos ingeniosos y profundos. La red social es el techo cinematográfico de David Fincher y el sumun de la perfección. Es la película perfecta, o si lo preferíis, la pieza audiovisual más excelente creada en mucho tiempo.