Desde una perspectiva ex-ante, tras visionar el teaser trailer, conocer la temática en torno a la que va a girar el film y atraído, especialmente, por una nueva aparición en pantalla de Jennifer Lawrance, quien parece asumir otro papel principal alrededor del cual girará la película, formando parte de nuevo de la conexión Francis-Jennifer, tándem que ha demostrado su capacidad de éxito en las últimas partes de la saga Los juegos del hambre; las expectativas que uno puede generarse son algo elevadas (un tanto excesivas, quizás).

La película comienza con muy bien pie, con un primer acto que embauca por los multitemas que pretende plantear y la forma narrativa que propone, con una serie de escenas y secuencias en las que la fotografía cuidada, aspecto a destacar de toda la obra, y el acompañamiento musical en ciertos momentos dejan al espectador con la sensación de que ha merecido la pena acudir a la cita.

Sin embargo, según avanza la película, se empieza a sentir el enfriamiento de todo este hype que, bajo mi punto de vista, el director consigue crear ya desde antes de entrar a la sala y durante el primer cuarto (aproximadamente) de duración. Tanto su excesivo metraje, 2 horas y 20 minutos que acaban pesando, como la complejidad argumental con la que se trata alimentar al espectador (hablando siempre sin conocer la obra literaria homónima de Jason Matthews en la que se basa su guión) convierten a la película progresivamente en un relato maniqueo (muy a la americana, como se suele decir) que acaba enfriando la pasión que despierta en su primera media hora.

A destacar positivamente es el trabajo de Jennifer Lawrance, acompañada por un notable elenco de actores, llevando las riendas de un personaje emocionalmente complejo que es, sin discusión, el eje de rotación de la trama y que acaba por satisfacer las expectativas que pueda generar desde antes de que empiece la proyección, dejando otra fehaciente demostración de su estado de forma interpretativo.

Aun así, la película es interesante y entretenida en su bagaje final, pese al regusto insípido que a un servidor, algo lego en el cine de espías, se le quedó presente en el paladar, muy a su pesar.

Obviando todo lo relativo a sus similitudes con Black Mirror, Cam plantea vagamente la problemática de la suplantación identitaria en el universo tecnológico presente y futuro.
Si bien la idea no acaba de ser desarrollada explorando todos los posibles cauces que puediera presentar, al menos para mi gusto, se agradece que el film no se pierda en conceptos cibernéticos y no plantea, ni lo pretende, un paradigma inverosímil.
Destaca una interpretación de notable alto por parte de Madeline Brewer, llevando satisfactoriamente el peso de la historia y siendo capaz de ofrecer los matices necesarios para transmitir tres personalidades diferentes pero iguales. El resto de las interpretaciones cumplen pero no brillan.
El film emplea en ciertos momentos interesantes usos de cámara y del color, aunque no creo que llegue a resultados óptimos en este último campo.
Con todo ello, plantea una idea curiosa que merece la pena visionar.