El cine de Paul Thomas Anderson se entiende mejor con una anécdota sobre su juventud: Paul abandonó la Universidad de Nueva York, el segundo día, por culpa de un profesor que declaró abiertamente: "Si alguien ha venido aquí a hacer Terminator 2 que se marche".

¿Qué demonios tiene que ver esto con el cine de este señor? Pues bien, que, ante todo, Paul Thomas Anderson maquina el tipo de cine que le sale de los abundantes pozos de su imaginación. Este hombre es un autor, y ha venido al mundo a contarnos historias, sus historias, como debe ser. El hilo invisible, al igual que tantas otras películas del autor, brilla por su forma. Pues de una manera obsesiva (¿qué otra sino para un guion así?) se "teje" un conjunto de imágenes que han compuesto una historia con tanto porte como intensidad. La figura del genio, interpretado (tristemente, por última vez) por el enorme Daniel Day-Lewis, pisotea y devora a todo su entorno, incluso a la relación que (sin entrar en spoilers) sorprende. Todos los demás elementos como el vestuario, la luz, el cromatismo, la textura de la imagen, la composición de esta... no son más que los claros síntomas de una insana y soberana obra de arte.

¿Cuantas películas en taquilla pueden presumir de semejante sensibilidad hacia un oficio como el del cineasta? Este es el cine de autor con una firma atractiva y personal, incomparable con las historias de sello industrial.