Pensaba que se iba a hablar de los conflictos emocionales que atraviesa un niño en medio de un proceso de divorcio del que ambos cónyuges son responsables, pero pronto me he visto en medio de un relato sobre la violencia en el ámbito familiar, con verdugo y víctimas inequívocos. Es una buena película, pero la historia que cuenta ya la hemos visto otras veces.

Todos nos vemos seducidos por la mentira, muchos incluso cada día sucumbimos a ella, a veces por evitar una verdad dolorosa, otras para escapar de una verdad incómoda. Afortunadamente, la mayoría de nosotros sabe detenerse a tiempo, liberarse de sus redes antes de que la mentira crezca y se ramifique, o simplemente puede que lo que ocurra es que seamos descubiertos, que el mentiroso sea cazado. De este modo transcurre nuestra vida, encadenando mentiras de corto recorrido pero hilvanadas en el tapiz real de nuestro discurrir diario, imbricadas en lo que creemos de buena fe que son las verdades esenciales de nuestra existencia.

Uno puede mentir aquí o allá, incluso ser un gran mentiroso, pero vivir en una mentira inmensa, que todo lo ocupa, que todo lo oscurece, y aun así ser capaz de sobreponerse a ello cada día únicamente para hacer que la mentira se vuelva más grande, esa es una actitud sólo al alcance de unos pocos. Entre ellos estuvo Jean-Claude Romand (Jean-Marc Faure en la película), un hombre que fue capaz de llevar una vida completamente falsa, mintiendo a su mujer, hijos, padres y amigos durante dieciocho años, aparentando ser una persona previsible y brillante. Pero la verdad era que tras su fachada no había nada real, todo su empeño de años de falsedades se desmoronó en apenas un par de llamadas telefónicas cuando llegó el momento. Los turbador es que nadie de su entorno sospechó jamás nada hasta entonces. Hubo de ser él mismo quien se dejase atrapar por su propia red de mentiras.

La película se basa en el libro de Emmanuel Carrère del mismo título. En España se rodó en la misma época y también inspirada en el caso Romand la película "La Vida de Nadie". Ambas obras, tanto el libro como la película española, son muy recomendables.

Opino que el dopaje en el deporte profesional es condición indispensable para el triunfo. Cuando detrás del rendimiento de un deportista hay cantidades obscenas de dinero en juego, no es aceptable tener un mal día, más bien no es posible.
El atleta de élite cuenta con los mejores técnicos que diseñan los mejores planes de entrenamiento, los más adecuados regímenes alimenticios y de vida... y, por supuesto, los más eficaces programas de dopaje. Tras todo ello, lo que marca la diferencia entre el ganador y los demás es el talento, las condiciones naturales del individuo, la suerte o una mezcla de todo ello.
Por tanto, no cabe duda de que Armstrong fue un grandísimo ciclista, no es posible ganar siete tours sin ser un impresionante deportista. El dopaje te aporta ese 10% de rendimiento extra que marca la diferencia en los momentos clave, pero el otro 90% lo ha de poner el atleta, a base de años de entrenamiento y privaciones.

Pero lo cierto es que se dopaba... La cuestión es, si todos lo hacen, ¿tiene importancia? Para mí sí. Para mí significa que ya está bien de proclamar los valores del deporte como modélicos, que ya está bien de poner a los deportistas de élite como ejemplos a seguir por el común de los mortales. Ya está bien, en definitiva, de inclinarnos ante el deporte como si de la nueva verdad revelada se tratara. Es un negocio putrefacto más, donde el que más tiene más se lleva.
Y todo ello viene muy a cuento de la situación en España a éste respecto. El deporte es ley aquí. Se utiliza para arrastrar masas y a los deportistas de primer nivel se les otorga la categoría de dioses. Al menos en EEUU no tienen miedo de derribar a un mito (fue la propia USADA la que puso contra las cuerdas al campeón). Incluso el propio Armstrong confesó, cuando no tenía otra salida, cierto es. Casi igual que Contador, negando hasta el fin lo de su positivo, o como cuando se llegó a insinuar en Francia que Nadal iba dopado (el pelele de Zapatero escribió un artículo en el Marca en defensa del tenista). Y ya de Induráin ni hablamos: ¿ganaría el navarro sus cinco tours limpio, en pleno boom de la EPO? Lo dejo ahí.

Que nos gusta el deporte (cualquier deporte) y decidimos seguir a sus estrellas y creernos el negocio, pues adelante, somos libres de hacerlo. Sería interesante, eso sí, que fuéramos conscientes de que nos están tomando el pelo.

La idea me atrajo y las críticas leídas me decidieron a darle una oportunidad. ¿Sería algo parecido a la charcutera "El Ciempiés Humano" y su secuela? Va a ser que no.

Digo yo que quien vea este film espera encontrarse algo grotescamente atrayente, deformaciones de cuerpos que repugnen pero que te impidan apartar los ojos de la pantalla, operaciones imposibles con resultados absurdos y aterradores... qué se yo, aberraciones de diverso pelaje. Pues no, aquí las operaciones imposibles se dan, pero no puedes ver los resultados, las directoras te los escamotean. En consecuencia, te quedas sólo con lo irreal, con Mary cortando y cosiendo y poco más.

Si a ello le añadimos los momentos de puro videoclip concebidos a mayor gloria del cuerpazo de Mary pero que aportan nada a la narración, acabas cayendo en que no es gore ni terror lo que estás viendo, sino un flojito thriller con tintes eróticos.

En definitiva: buena propuesta y nada más.

Tenemos a dos hemanas que se dedican a pasar unos meses en una casa rural... y ya está. Recogen frutos silvestres, encienden la chimenea, comen alimentos prebióticos, bailan y leen.

Ah, sí, se me olvidaba. Se oye por ahí que el planeta se ha quedado sin luz y que la humanidad podría estar enfrentándose a una crisis sin precedentes, pero tú no verás nada de eso aquí; mejor centrémonos en la vida contemplativa que llevan nuestras protagonistas.