En una sociedad como la nuestra, que tiende a los extremos en cuanto al hecho religioso, esta película me parece de una novedad y de una frescura muy llamativas. Un Dios bailongo pero nada frívolo. Unas adolescentes valientes, ya sea en su entrega al reggaeton o a lo que se sientan llamadas. Imagino que no gusta ni a quien le desagrade el lenguaje religioso, ni a quien quiera encerrarlo en un aburrido conservadurismo.

Mira que Blanca Portillo lo hace bien. Pero hay obras que te parece que no han pillado lo esencial, y se recrean en la parafernalia. Esta es una de ellas.
Revisitar a Teresa de Cepeda desde la ficción siempre es delicado. Creo que le sale bien a Cristina Morales, en Últimas tardes con Teresa de Jesús. En esta peli, sale fatal el viaje.

Es asombroso que una película logre tratar con tanta profundidad la discapacidad. Y que su mensaje sea el más actual en este ámbito: todas/os tenemos capacidades y discapacidades, como tan profundamente refleja Dory. Todo el resto de animales muestra esa misma condición, discapacidades físicas o intelectuales, virtudes únicas. Me impresionó que un dibujo animado, más aun, un pez, me recordara tanto a una muy querida y muy cercana persona con una discapacidad de un 70%. Su rostro, su mirada, su discurso...
Por otra parte, ya Nemo nos mostraba cómo los fondos marinos están poblados de deshechos que arrojamos. Dory vuelve a plantear ese paisaje, más agravado, pero no logra mandar un mensaje en torno a la contaminación marina. De hecho, el mensaje que manda lo relativiza, como comento en spoiler.

Me gusta José Mota. Veo casi todos sus especiales de Nochevieja. Me gustan las películas familiares de Santiago Segura. Así que fui a ver esta con uno de mis hijos, pues la otra opción era Kung-Fu Panda.
Pero, realmente, me pareció que no había nada de nada: ni humor, ni música, ni una ligera añoranza ochentera. José Mota puede hacer algo más gracioso que mostrar a un Jorge Sanz hecho polvo. La música, decepcionante. Larga, soporífera.