Voy al cine a ver Lady Bird más por el entusiasmo de mi novia que por iniciativa propia. Me siento en primera fila con una idea ya preconcebida de que lo que voy a ver sigue los cánones del buen cine independiente americano. A medida que la cinta avanza mi desconfianza se va calmando y disfruto de lleno de la película. Me ha fascinado la cantidad de temas y situaciones que plantea la protagonista y el gran número de personajes que discurren por la historia. He sentido algunos de esos dilemas como propios, como los que Lady Bird vive con su madre y con sus amistades en la adolescencia. Tengo empatía por ella y le apoyo y admiro en algunas de las decisiones que toma, aunque también siento que hay veces que se equivoca y que solamente la experiencia ganada con los años le harán entrar en razón. En alguna ocasión miraba de reojo a mi pareja, preguntándome si ella habría vivido cosas parecidas.
Al acabar me quedo con la sensación de que he visto un relato autobiográfico de la directora Greta Grenwing, en la misma linea de películas como Verano del 93 en las que se limitan a contar una etapa de su propia vida, mezclada con aspectos puramente ficticios para aderezar y hacer más atractiva la historia. Años atrás ella actuó en el papel protagonista de Frances Ha, película que dejé por la mitad, y que bien se podría ver como una continuación del futuro de Christine en la edad adulta.
Respecto a Saoirse Ronan he de decir que no veía una película suya desde la época de Expiación, The Lovely Nones y Hanna (sin contar con el Gran Hotel Budapest, cuya aportación me pareció escasa). Ya no la veo como una niña, y se nota que está interesada en todo tipo de proyectos más allá de lo puramente comercial, para seguir creciendo como artista.
En resumen, es una película estupenda: visualmente atractiva, con artesanía low cost, que cuenta con un reparto de primera (digna mención de la madre y la mejor amiga) y un buen puñado de momentos trágicos y cómicos. Como en la vida de cualquier joven soñador vamos.

A veces cuando sientes una gran admiración (o más bien respeto) por el trabajo de grandes como Steven Spielberg, acudes al cine con cierto miedo a llevarte una decepción, a que el tiempo halla hecho mella y lo que pensabas como el gran regreso del director que te cautivó en épocas pasadas sea en realidad un mero producto comercial cuyo mayor estandarte es su nombre en letras grandes y remarcadas. En el caso de "War Horse", mi opinión es clara: no es una de las mejores películas del director, pero es realmente buena. Muy buena para una persona que sabe diferenciar entre perfección y emoción, pues "Caballo de batalla" es una de las historias más cautivadoras que ha presentado el cine del nuevo milenio, un cuento para niños, pero que también consigue cautivar a adultos. Y precisamente la película alcanza este propósito gracias a la sucesión de unos personajes que marcan el destino de un joven caballo (o más bien, el caballo marca el destino de estas personas) que como verdadero protagonista de la historia, recorre multitud de lugares desolados por la primera gran guerra. Dejando aparte la primera parte de la película, que simplemente trata de reflejar la profunda amistad entre Joey (el caballo) y su primer y auténtico dueño, el resto de momentos que componen la película son puro sentimiento, algunos incluso, con diálogos e imágenes de la mejor cosecha de Spielberg, en los que la banda sonora guía la travesía de un pobre animal que confuso ante las atrocidades que oye, ve y siente, sólo puede salvarse gracias al valor que todas estas personas le van aportando (especial mención al papel y a la interpretación de la niña y su abuelo). La película busca ser clásica tanto en su estética como en su ritmo (siendo esto último posiblemente el principal error de la película), y recortando su duración mediante la supresión de algunas escenas un tanto largas, estaríamos ante un film potente, que no decepcionará. Pero quizás la única pregunta que debemos plantearnos al aparecer los créditos finales, es si es posible encontrarse algo de amor en medio de tanto dolor.

El final de "Six Feet Under" es uno de esos que hay que dejar reposar. Porque después de ver 63 formas de morir y los entresijos de esta nada peculiar familia, no encuentro más que una sensación de cariño hacia estos personajes que me han hecho reír e incluso llorar. Son infinitas las posibilidades que te pueden tocar en la ruleta de la vida, y por desgracia la mayoría de ellas son experiencias dolorosas que marcan tu forma de ser. Siempre llegan algunos momentos de felicidad pero ¿cuánto pueden durar hasta que vuelves a reencontrarte con la tragedia? Por eso hay que aferrarse a esos pocos buenos momentos que te da la vida, porque en menos de un año ves que todas ellas son tan frágiles como las que acaban en la funeraria de los Fisher. Con ellos he aprendido que siempre hay que mantener la esperanza, o por lo menos intentarlo, porque de momento seguimos vivos, y eso es lo único que tenemos. Pero siempre llega un momento en el que todo se acaba…