Las medidas de confinamiento por efecto de la pandemia, afectaron de forma inmediata al cine: blockbusters aplazados por más de 12 meses y que se van estrenando a cuenta gotas. A medida que volvemos a la normalidad es el cine de terror el que va llenando el vacío en las carteleras. El resultado son películas genéricas sobre entes sobrenaturales que con tenues explicaciones saltan del más allá al mundo real hasta que son derrotados por heroícas madres solteras. Frente a esta repetitividad, Death of Me nos presenta una alternativa, con escaso CGI que bien pudo ser filmada en 1982, de no ser por la omnipresencia y protagonismo de los teléfonos celulares.

La apelación a rituales ancestrales y pactos con fuerzas sobrenaturales crean una trama prometedora que desgraciadamente se va descarrilando, junto con la sensación de angustia inicial, con la poco expresiva protagonista moviéndose de un lado a otro hasta que se vuelve necesario que un personaje secundario nos explique todo lo que pasa. Si te gusta el cine de terror anclado en fuerzas sobrehumanas dale una oportunidad.

Junto con los familiares perros, los tiburones son la única especie animal a la que los humanos les hemos dedicado un género cinematográfico completo, comenzando con aquella película seminal de 1973, desde entonces hemos tenido tiburones prehistóricos, descomunales, racionales, manipulados, vengativos, voladores, fantasmales, pero todos eso sí, unos psicópatas a la hora de devorar humanos. ¿Qué aporta entonces esta película que en su cartel repite la imaginería de la película que lo inició todo: un tiburón emergiendo de las profundidades para cebarse con las vulnerables piernas de una chica en bikini? Que la persecución se da en un templo maya sumergido (que bien pudo ser babilónico o egipicio), lo cual es un escenario novedoso pero no se explotan todas sus posibilidades y que la pandilla es totalmente femenina (lo que ya se vio en The Descent y no es ya sorpresa en un Hollywood cada vez más ginocéntrico). Película totalmente predecible, con adolescentes estúpidas que toman malas decisiones y se convierten en presa del monstruo en su propio terreno (la esencia de tantas películas slasher y de monstruos), las escenas están telegrafiadas y a los 25 min ya puedes apostar con certeza todo tu fondo de retiro a quien llegará hasta el final. Sin exhibición excesiva de voluptuosas figuras femeninas, a pesar de tomarse demasiado en serio, la película finalmente no cumple otra función que entretener y refrescar en las nuevas generaciones el miedo al oceano y a sus depredadores icónicos. Guarden un poco de palomitas para el final, sin embargo...

En la línea de "El Lobo...", "War Dogs" o "Veep", y con el intro de "basada en hechos reales", la película se presenta como un testimonial de un grupo de strippers muy cercanas a los altos ejecutivos de Wall Street durante los años de la crisis financiera de las supbprimes, que cometieron su particular estafa aprovechando sus encantos y con la ayuda de un cocktail de drogas. La cinta va degenerando pronto, en una "chick-flick" sobre dos "luchonas" y su familia de strippers donde todos los hombres son cerdos o bobos peces que muerden fácilmente el anzuelo (o ambos), con un nivel de actuación propio del canal Lifetime, olvida su estructura original, y alarga demasiado el inevitable final. Ni Rosalyn Keo es la Loba de Wall Street ni Scarfaria la Scorsese femenina. Película sobre engaños y estafas que a la final resulta ser exactamente eso.

El "niño terrible" se monta en la ola del "the way we were" (películas ambientadas 30-50 años atrás que ponen énfasis en objetos constumbres y expresiones para marcar contraste con el mundo actual) con su particular estilo, pero moderando el uso de sus recursos más habituales (flashbacks, monólogos y violencia extrema). Es un homenaje al cine y la TV que lo acompañaron en su infancia y adolescencia con una cuidadosa reconstrucción del Hollywood de aquellos años, y al mismo tiempo una buddy movie sobre la sociedad formada por Rick Dalton (Di Caprio), protagonista de una serie 10 años atrás que comienza a mirar la perspectiva de su propia decadencia y su despreocupado doble, Cliff Booth, interpretado por un Brad Pitt cuya carrera se resume, con mucho, en un "mírenme actuar, soy más que una cara bonita" y que en esta ocasión repite sus papeles de Fury o "Bastardos...". Y a su vez la historia se entrelaza con la de la familia de Manson y la de Sharon Tate y Roman Polanski, con Margot Robbie representando a la inocencia y la dulzura en estado puro, colocándose en las antípodas de sus personajes más conocidos: Harley Quinn, Tonia Harding o la esposa trofeo de Jordan Belfort.
Y sí, Tarantino logra combinar elementos tan disímiles para hilvanar una fábula muy bien construida (se da hasta tiempo para convocar a algunos de sus actores fetiche: Tim Roth, Kurt Russell, Michael Madsen), con alusión a personajes reales, sobre una forma de hacer TV y cine que parece ya en extinción

En cierta forma fue desafortunado que en la ceremonia del "Oscar de la diversidad" se reconociera a la película de Lelio, ya que quedó marcada como "el filme del transexual", lo que oculta que en el fondo tenemos una buena película que cumple la función principal del cine: mantenernos enganchados mientras nos cuentan una historia. El ritmo no decae a lo largo del filme, y las tomas y encuadres están cuidadosamente trabajados en cada escena, para reflejar los conflictos interiores del personaje principal. Daniela Vega se queda un poco rígida sin saber si está representando a su personaje (Marina) o a si misma, aunque el resto de actores hacen un mejor papel, quizás Luis Gnecco nos queda debiendo con un rol poco creible por su giro más bien cómico. Si nos vende o no la causa de la transexualidad, o si logramos realmente empatizar ya es opción personal de cada uno luego de conocer la historia de Marina, aunque no se puede negar que existen momentos de panfletarismo y clichés innecesarios.