Adam Driver ofrece siempre calidad a las películas en las que participa. Yo diría que es un actor que está llamado a pertenecer a la gran familia de actores consagrados.

65 me ha parecido mientras la veía un tostonazo que me producía un creciente dolor de cabeza. Tan sólo en la parte final, cuando realmente acaba la cinta, y llegados al punto de la valoración, he advertido cierto significado más grande aún que el insípido bodrio intermedio que, aunque bien ejecutado y vistoso, casi me hace dejar de verla.

¿Ha merecido la pena 65...?

Yo diría que sí. Aunque con algún pero entre los dos extremos del ingenioso segmento.
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He puntuado la película con un 5 para ser neutral: la hubiera valorado con una nota superior por su calidad cinematográfica, pero con una muy inferior por su poca ética profesional. Me explico:

Shyamalan se ha cargado de un descarado plumazo La cabaña del fin del mundo, (2018) de Paul Tremblay, libro en que se basa la película. Si ya la has visto tendrás que fastidiarte, como yo. Y si estás viendo críticas para decidir si verla o no, aún estás a tiempo de hacer las cosas correctamente: Lee primero el libro y luego, a modo de curiosidad, sumérgete en la cinta para ver el resultado.

Night Shyamalan es hindú, en parte. Es un director de cine avezado que maneja muy bien planos, ritmos y secuencias; un pijo cineasta -si se me permite la expresión- con medios y unicornios tecnológicos a su alcance. Y si hago referencia a lo religioso, es para criticar abiertamente su pernicioso cambio del final de la historia original, con el que él cambia por completo el cariz moral de su mensaje. Un mensaje que para bien o para mal fue escrito de esa manera, y no de otra, por su autor.

Fin de la historia. Fin de Night Shyamalan.