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Críticas de Erwin Smith
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
10
28 de junio de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que se joda el espectador medio!”
David Simon, uno de los creadores de The Wire, fue durante años periodista del Baltimore Sun, donde le pedían escribir para un lector medio al que debía masticar las historias. Al pasar a escribir para la televisión pronunció la famosa frase: “Fuck the casual viewer!”, refiriéndose a que sus guiones irían dirigidos a un espectador inteligente que entendiera el relato sin “aclarado”
Barack Obama también señaló en varias ocasiones que se trataba de una de sus series de cabecera y en concreto se mostró “fascinado” con el personaje de Omar Little (interpretado por el fallecido hace meses Michael K. Williams). Según Alan Moore -autor de Watchmen-, “es la obra de televisión más asombrosa que nunca se ha hecho en Norteamérica, posiblemente la obra de televisión más asombrosa jamás hecha”. No solo expertos y personalidades piensan así. La BBC encuestó a más de 200 personas para publicar una lista con las mejores series de todos los tiempos, y la número 1 era The Wire. En el Top de Filmaffinity también lidera el primer puesto, y en IMDB la puntúan con un 9,3, rozando el 10. No fue un éxito comercial -ya que perdía espectadores semana tras semana- pero medios como The New York Times, The Guardian, Entertainment Weekly, The Telegraph y Vulture, entre otros, la catalogaron como el mejor trabajo de ficción de todos los tiempos.
Al hacer The Wire, fueron muy conscientes de que no iba a ser una serie para todos los públicos. Pero no es casual que a partir de su nacimiento (y el de unas cuantas más en canales de pago) dejara de llamarse a la televisión “la caja tonta”.
Cinco series distintas en una sola obra maestra
Hablando de la complejidad de The Wire no podemos olvidarnos de Ed Burns, el otro creador de la serie, que trabajó durante años como investigador de la policía y profesor en Baltimore. Así, un periodista y un policía se unieron para relatar la realidad de una de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos.
Lo relataron a partir de cinco temporadas muy diferentes entre ellas que dificultan encasillar la serie en un único género. Como si fueran cinco series en una sola, enfocadas en el mundo policial, en el de los camellos, de los profesores, de los estibadores, de los periodistas y de los niños. Porque la realidad es diversa, tiene giros inesperados y no tiene música. Así es The Wire, casi un documental, un teatro callejero con algunos actores que antes habían sido delincuentes. Más de realidad que de ficción.
Cuando los personajes son el mejor cliffhanger
Al apostarlo todo al retrato social, pocos son los cliffhangers que pueden hacerse en la narración. Algo que tampoco importa en The Wire porque se sobra y se basta con sus potentes personajes. Son ellos quienes enganchan al espectador. Su destino personal es lo que preocupa. De hecho, la reciente muerte de Michael K. Williams conmocionó a los seguidores de la serie por tener tanto en común con su personaje.
Son muchos los perfiles que dibuja la ficción, y ese es otro de sus atractivos: podemos identificarnos con más de uno, con rasgos de casi todos y por eso se les odia y se les ama a la vez.
Una deuda con la sociedad, Simon y Burns han reconocido en multitud de ocasiones que la idea de lanzar The Wire era retratar a toda una parte de la sociedad estadounidense escondida, relegada por cuestiones de clase y de dinero. Porque (al trabajar como periodista y policía) sentían rabia y frustración al ver la imposibilidad de cambiar el sistema. La serie, para sus creadores, fue una forma de pagar una deuda con una sociedad que había dado la espalda a parte de ella. Y seguramente por eso, The Wire es considerada la mejor serie de la historia: porque también es una forma de pago por parte de los espectadores. Porque verla no es entretenimiento puro, sino compromiso.
Erwin Smith
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10
28 de junio de 2022
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para explicar por qué aparece “de la nada” algo tan revolucionario como The Sopranos hay que explicar en qué contexto fue producida.
The Sopranos es una serie coral. De hecho y en este sentido tiene pocas rivales, el reparto está cuidadísimo y muy enfocado hacia un objetivo evidente: que casi cada personaje tenga un gran carisma y sea claramente distintivo y fácil de recordar por sí mismo. No importa tanto el realismo a ultranza como el carisma, podría decirse. Por ejemplo, en The Wire hay muchos personajes admirablemente construidos, pero algunos de ellos se parecen entre sí y con el tiempo pueden llegar a confundirse en el recuerdo. Esto no ocurre en The Sopranos, donde cada individuo tiene una personalidad tan llamativa y tan marcada por el contraste con el resto, que resulta difícil confundirlos ni aun habiendo pasado años desde que el espectador vio la serie. The Sopranos tiene un protagonista central, pero también todo un impresionante elenco de “secundarios-protagonistas” que confieren una extraordinaria riqueza y color a cada uno de los episodios. Incluso en aquellos capítulos donde el argumento pudiere renquear un tanto, si consideramos que los hay (y de haberlos serían más bien pocos), el atractivo del conjunto de personajes y el nivel de las interpretaciones —así como los siempre agilísimos diálogos— siguen recompensando el visionado.

A partir de la tercera temporada la temática materno-filial se diluye y los asuntos mafiosos protagonizan completamente la serie, pero siempre desde una perspectiva psicológica, siguiendo de cerca la evolución interior de Tony y del resto del elenco. La familia, la amistad y las relaciones siguen llevando las riendas en torno a un tema central no claramente definido, pero con el tiempo emerge por sí mismo: ¿es posible abandonar un ambiente como el de la mafia? ¿Pueden estos individuos y estas familias, que a menudo parecen normales de cara a la sociedad, convertirse de hecho en ciudadanos realmente normales? Buena pregunta, que no responderemos aquí y dejaremos que la propia serie responda, para quien decida verla.
Ni siquiera la HBO, que había cuidado muchísimo la producción de la primera temporada, podía haber previsto lo que sucedería con The Sopranos. El éxito de audiencia —el programa más visto en una cadena de cable— y la lluvia de premios de todo tipo fueron inmediatos (la serie arrasó completamente en los Emmy de manera pocas veces vista) pero es que además se produjo un fenómeno inédito. La crítica, de manera casi unánime, y buena parte del público, empezaron a vocalizar una opinión que rayaba en la herejía: ver The Sopranos era como ir semanalmente al cine, para ver una película mejor que las que en aquel momento estaban en cartel. Una serie de TV era la vanguardia, la flor y nata del drama, frente a la cinematografía del momento. Sus guiones eran mejores, sus interpretaciones eran mejores, y su narrativa era mejor precisamente porque había perdido los complejos y no intentaba imitar al cine, sino “hacer cine” dentro de los condicionantes marcados por el formato televisivo.
El que la crítica reconociese abiertamente que la pequeña pantalla estaba ganando la partida artística al sacrosanto celuloide fue la mayor revolución producida por la serie de David Chase. De repente, la televisión podía ser “alta cultura” como lo era el cine y The Sopranos era analizada tan concienzuda y respetuosamente como toda una obra maestra de Hollywood. Los actores protagonistas se convirtieron en superestrellas en Estados Unidos, al punto de que resulta fácil prever que la mayoría de ellos quedarán por siempre prisioneros de sus respectivos papeles. James Gandolfini, por ejemplo, sufrió el “síndrome Superman” y ya nadie puede mirarle sin ver a Tony Soprano, porque para colmo, en sus apariciones públicas, el actor evidencia que muchos de los tics y gestos con los que compuso su personaje son propios de él en su vida privada. Algo similar se puede decir de otros miembros del reparto.
The Sopranos es la serie de personajes por excelencia. El mosaico caracterológico es tan apabullante que casi se la podría considerar una serie con muchos protagonistas. Quizá no son todos de la profundidad o el realismo de The Wire, y podría decirse que The Sopranos es más efectista y “peliculera” en este aspecto… pero la verdad es que eso importa poco cuando hay tanto carisma y tanta pieza brillante en el puzzle humano de la serie. Es imposible citarlos en orden de importancia porque hay muchos importantes, así que empezaremos con la familia Soprano y después nombraremos a algunos mafiosos y secundarios notables:

The Sopranos. Ha sido la pequeña pantalla la que ha ofrecido guiones, interpretaciones y profundidad artística mientras las salas de cine eran generalmente plagadas por el entretenimiento fácil. Durante estos años, muchos espectadores han dado la espalda al cine y han consumido casi exclusivamente drama televisado. El motivo es simple: pagar 50 o 60 euros por llevarse a casa un puñado de horas de The Sopranos o The Wire compensa más que pagar 8 o 10 euros por una entrada para ver una película de dos horas de cuya calidad nunca estás seguro. Puede parecer un motivo prosaico, pero detrás de ello está el hecho de que el espectador confía hoy en la calidad de la TV como antes confiaba en la calidad del cine, o más.

The Sopranos era analizada tan concienzuda y respetuosamente como toda una obra maestra de Hollywood. Los actores protagonistas se convirtieron en superestrellas en Estados Unidos, al punto de que resulta fácil prever que la mayoría de ellos quedarán por siempre prisioneros de sus respectivos papeles. James Gandolfini, por ejemplo, sufrió el “síndrome Superman” y ya nadie puede mirarle sin ver a Tony Soprano, porque para colmo, en sus apariciones públicas, el actor evidencia que muchos de los tics y gestos con los que compuso su personaje son propios de él en su vida privada. Algo similar se puede decir de otros miembros del reparto.
Erwin Smith
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