"El lenguaje es el fundamento de la civilización, es el pegamento que une a la gente, es la primera arma sacada en un conclifcto"

Muy probablemente nos hayamos visto alguna vez envueltos en un diálogo en el que ambos interlocutores hablan idiomas distintos.
Una conversación en la que, dependiendo del interés de cada uno, acabará llegando a buen puerto, aunque uno hable ruso y el otro esperanto.
Si de algo nos ha dotado la inteligencia (más que para saber cuando la pizza está en su punto), es la capacidad de expresarnos sin necesidad de recurrir a la comunicación verbal: gestos grotescos, miradas cómplices y movimientos que ya querrían algunos.
Eventualmente, dos personas están destinadas a entenderse entre sí; que luego se comprendan es un tema distinto.

Y de eso, nada más y nada menos, trata Arrival, del soberbio director Denis Villenueve.

Pongámonos en situación.
Un grupo de colegas alien llega a la tierra con sus imponentes naves, aparcando en 12 puntos diferentes del globo. Pronto levantan suspicacias entre toda la población mundial.
Obviamente, EEUU es el que mejor protocolo establece para contactar con los aliens, mientras que los rusos y los chinos enseguida se van a poner nerviosetes.
La experta lingüista enviada al interior de la nave extraterrestre aterrizada en Montana se ve abrumada en un primer momento, ni es capaz de entender nada, ni los bichos pueden responderle.

En este punto empieza la gran particularidad de la obra: lejos de tratarse de una película en la que los gobiernos internacionales intentan repeler un ataque marciano, la película habla del entendimiento. Habla de como dos especies se entrelazan. Habla de como, efectivamente, el lenguaje es una herramienta poderosísima.

Por primera vez, el "venimos en son de paz" es genuinamente cierto. Las criaturas solo han venido a ofrecernos un trato de lo más simbiótico. Hoy por ti, mañana por mí.

Seguimos a lo largo de toda la cinta el aprendizaje que realizan la lingüista (magnífica Amy Adams) y su compañero físico teórico (Jeremy Renner con gafitas), a un muy buen pulso, con una fotografía y una banda sonora, compuesta por el finado Jóhann Jóhannsson, que crean una atmósfera de lo más opresiva y enrarecida, con extra de fuerza en las secuencias de dentro de la nave.

Como nota negativa, debo apuntar que el juego de los flash-forwards resultan ser una trampa poco coherente y manchan, muy poquito, el conjunto.