No comprendo la hosquedad, el malhumor, la hostilidad y el permanente enfurruñamiento de la protagonista. No comprendo su antipatía y su trato desagradable con quien le está haciendo el favor de su vida. No comprendo que los protagonistas apenas hablen entre ellos. Está claro que la vida no es como una comedia romántica americana, pero no podemos irnos al otro extremo porque tampoco es real.

Lo mejor de la película, las interpretaciones de Alfredo Landa, Terele Pávez y Francisco Rabal.

Lo peor, el maniqueísmo: todos los ricos son crueles, insensibles, déspotas y arrogantes. Los pobres son inocentes, pacíficos y mansos. Algo que no se puede sostener ante quien haya vivido en la España rural de aquellos años, donde existía una gran violencia, donde la vida del vecino valía menos que el corrimiento de una linde (recuérdese, por ejemplo, el caso de Puerto Hurraco, y hablamos de épocas mucho más recientes).

Quizás se argumente que ese no es un defecto de la película sino de la novela, pero es en la película donde está más exagerada esa polarización, probablemente por haber partido el director de una postura ideológica previa.