Entre las distintas acepciones que recoge el diccionario de la RAE para la palabra bodrio, se encuentra la de Guiso mal aderezado y cosa mal hecha, desordenada o de mal gusto. Y efectivamente, la película es un auténtico bodrio, entre otras cosas porque el guión es una auténtica calamidad que pretende que el mérito principal, la esencia del espectáculo, radique en la acción compulsiva y sin sentido de las idas y venidas de los personajes, entre efectos especiales y bichos raros, cuando esto no debería pasar de ser una añadidura. Se pretende dar sensación de complejidad y sagacidad al argumento cuando en realidad es un planteamiento confuso -no sabes por qué pasa lo que pasa ni a cuento de qué, cuáles son las motivaciones y los deseos de los agentes de la trama, y si los sabes resultan infantiles-; nudo fofo por su pobreza argumentativa -la pretendida trampa urdida por Palpatine es de episodio de una mala serie televisiva dominguera--; estupidez en los diálogos o tonterías lapidarias como el palabro vacío que farfullea Padme con ridícula solemnidad en el Senado cuando Palpatine instaura el Imperio; y por último un desenlace ridículo plagado de memeces infantiloides de un maniqueísmo de lo más primario, que no hacen creíbles a los personajes, en particular cuando el actor demuestra su falta de dotes interpretativas.

Esa anomia y falta luces en el guión y en la trama, hace que cualquier cuento tradicional para niños, como por ejemplo Blancanieves, Barbá Azul o Piel de Asno, dé cien mil vueltas a este bodrio en el planteamiento de un auténtico desarrollo trágico de la historia hilada al destino particular de cada personaje.

Dentro de 20 años este bodrio no habrá quien se lo trague, salvo los nostálgicos de la primera trilogía, y ni aun así.