En el celebérrimo álbum de culto Loveless, el grupo de My Bloody Valentine utiliza un muro de sonido, todo ello ruido, a través del cual, y por decantación, va añadiendo melodías y voces que se disipan como agua vertida sobre agua. En David Lynch (antes en Kafka) ese muro de sonido es el surrealismo, auténtica acumulación de notas sobre notas que, como el color blanco, en él no se discierne ninguna acto cromático; y a través del cual, y también por decantación, va esculpiendo atmósferas, ahora tenebrosas, ahora negro cómicas, ahora eróticas. Miguel Angel decía ver la figura en el bloque de mármol todavía sin tocar y a ojo y cincel sacaba la figura, asimismo, en las obras Lynchianas hay que entender que las atmósferas surgen de la propia autonomía de cada escena que es su material corrector y cohesivo, no un guión que sin haberse introducido y desmenuzado la escena ya sabe, ya dice cuál será, su dirección y tonalidad.

De uno de sus viajes a (¡qué casualidad!) París, el turista Kafka anota: <<A los forasteros se les reconoce porque al llegar arriba, al último peldaño de la escalera del metro, se desorientan, a diferencia de los parisinos, que pasan directa e imperceptiblemente del metro a la vida>>.

Mr.Hulot es un turista, un impenitente turista aún su propia ciudad y en su cómica incapacidad para familiarizarse con las estructuras orientativas de la sociedad, nos sentimos a ratos reconocidos, a ratos riéndonos y preguntándonos al fin cuándo y hasta cuánto la sociedad se vale de sus instituciones para aclimatarnos una alineación, cuándo y hasta cuánto nos induce una alienación.

El hecho de que pululen tantos personajes en esta película parecidos a, pero no siendo, Mr. Hulot, nos hace sospechar que la respuesta a la pregunta anterior que tenía Tati en mente no es halagüeña. Aunque nos lo digo con sonrisas y afabilidad.

En mi opinión la película no reivindica tanto un nivel hedonista de la vida como una normalización de la estética queer deliberadamente amagando con encontrarse y luego alejándose de lo siniestro y lo teratológico. Para ello se sirve de la corriente horror/sci-fi de cineastas como Ed Wood (vale la pena recordar aquí: que en su docu/película Glen o Glenda, aquella sobre la transexualidad, muchos verdaderos transexuales rehusaron participar en ella al saber que participaría Bela Lugosi y podrían verse asociados, otra vez, con Drácula, lo siniestro y lo teratológico) dilatando y explicitando sus involuntarios tics cómicos. ¿El resultado? Una muestra y exposición de la homosexualidad y la sexualidad desprecintada que resulta estar totalmente desgajada de los constringentes eslóganes de lo puritano y que resulta estar totalmente despedida de las caricaturas siniestras con que la homofobia siempre dibujó el mundo queer.

Es esta película todo un "somos iguales y no mordemos...pero no cambiaremos nuestra alegría de ser"

Filmación que se vale del plano secuencia, no para indicarnos qué está pasando, sino cómo:
los rituales diarios que repiten los protagonistas no sólo llenan toda la película sino (aquí la clave) la vida de los protagonistas, con quienes, en consecuencia, no podemos dejar de empatizar según se les vaya erosionando los mismos de manera que el peso de un plano secuencia vacío va adquiriendo la emotividad de saber que transmite (no describe) el peso de una vida vacía que va horadándose en los protagonistas ( y también en el espectador).

El disfrute no nace de una comprensión nocional de lo que pasa sino de una impresión que apela a la memoria muscular del espectador a través del uso estratégico y dramatúrgico del plano secuencia.

Cinematografía de trovador audiovisual: no trabaja el material audiosonoro para desde el mismo infundir sensaciones y atmósferas (mediante técnicas propias del medio como el plano secuencia, montaje sonoro, etc). Nada más lejos: simplemente se dedica a (super)poner imágenes a un relato/discurso previamente existente y verbalmente incoado. Pero para virtuosismo linguístico, es preferible (ya que es una estrella polar de la película) leer a un Dante.