Otra más para el bote. Enésima comedieta romántico-superficial de Woody Allen interpretada por otro actor que interpreta a Woody Allen como protagonista, repitiendo los mismos clichés, como de costumbre demasiado sobrevalorada por crítica y público.

Historieta más simple que el mecanismo de un botijo que parece sacada de una redacción confeccionada por un estudiante adolescente para el instituto. Arranca alguna sonrisa pero ya cansa. Por una vez podía volver a sorprendernos con una joya tipo Match Point, pero ya parece mucho pedir. Por lo menos va cambiando de actor y de escenario. Nada que reseñar, más de lo mismo.

Ágora me ha sorprendido muy gratamente porque me guiaba por las críticas negativas de algunos medios y por las leidas aquí y no me esperaba gran cosa. Sinceramente no lo entiendo. Pero bueno, para gustos los colores.

Impecablemente ambientada en todos sus detalles, su escenografía y fotografía es de una belleza que conmueve. La atmósfera de Alejandría es realmente evocadora.

La historia es fascinante e insólita en las películas históricas hasta el momento; nos muestra una versión completamente inédita del cristianismo inmediatamente después de haber pasado a ser el culto dominante. Amenábar se ha documentado y bien, ya que históricamente, por mucho que los sectores cristianos se lleven las manos a la cabeza, se pueden confirmar los hechos. Lógico que nos hayan ocultado esta parte de la historia durante la cual la cristiandad, que ya no era un grupo perseguido sino mayoritario, se desvinculó deshonrosamente de todo aquello que predicaba (germen de su gran calado y éxito), cultivando la intolerancia, el fanatismo, la ignorancia y la violencia.

Raquel Weisz impresiona, está fantástica en su papel de Hipatia, la para muchos (entre los que me incluyo), desconocida filósofa que en Ágora representa el pensamiento científico y la tolerancia derrotados por el fanatismo. Su dedicación a la ciencia demuestra un apasionante amor por el conocimiento que es contagioso, y que rememora perfectamente el ambiente filosófico del mundo antiguo. Del resto del reparto, destacar la contenida intensidad de Max Minghella.

Ágora es preciosa, interesante, inteligente, sensible, apasionada, su escenografía es increíble...Felicidades Amenábar, eres uno de los grandes.

Vaya con la medio mierda (por no decir mierda entera) que muchos aquí califican de obra maestra. Porque no son pocos, no. Puedo entender que Tarantino tenga un público fiel seguidor que llegue al orgasmo con cada gilipollez que saca, pero no entiendo que tenga tantos seguidores. Poco exigentes sí que son, de eso no cabe la menor duda, o es que se conforman con cualquier calandraca que saque este tío.

Para empezar y acabar, es la hª de la segunda guerra mundial, pero en versión para memos. Porque Tarantino se habrá documentado bien en cuanto a estética, vestuario y ambientación, está bien filmada, pero TODO ACABA AHI, no hay más.

Si tu exigencia a la hora de ver una película es ver diálogos interminables con un final ¿sorpresivo? (uy sí, qué sorpresas, vamos, de previsible la película se pasa) de violencia descargada sobre los nazis, es tu película.

Si ésto te aburre soberanamente y le pides un mínimo de contenido a una película(un mínimo, ojo, que no llega ni a eso), te dormirás, como me ocurrió a mí.

De ahora en adelante sería deseable pedir a un director de culto como éste (¡ja!) que para reciclarse un poco podría ponerse a estudiar o el cerebro a funcionar un poco. Claro, que si con este sistema le vale para forrarse, para qué molestarse.

Pedro Almodóvar se reinventa a sí mismo sin perder sus señas de identidad, hace una apuesta muy arriesgada y no sólo le sale bien, sino que el resultado final es excelente. Tras una última, repetitiva y (para mí) decepcionante entrega de los clichés almodovarianos, el cineasta manchego logra sorprender y demostrar su genio con esta joya inclasificable donde se supera a sí mismo.

La película va ganando peso poco a poco, a pesar de su estrambótico e imposible planteamiento inicial, y va atrapándote y engulléndote irremisibilemente en su estética claustrofóbica. Sus saltos temporales permiten mantener la intriga, la tensión y la sorpresa hasta el final, muy almodovariano.

Destacaría la asombrosa originalidad del guión, su fotografía exquisita, la precisión casi quirúrgica de planos, una banda sonora deliciosa e inquietante (como no podía ser de otra manera gracias a Alberto Iglesias). Los actores están magníficos, a destacar la apasionada elegancia de Antonio Banderas en el papel de su vida, una intensa Elena Anaya y la frescura de Jan Cornet. El extravagante personaje de Marisa Paredes es, a mi juicio, el más difícil en tanto que indefinible, no obstante es el que mejor conserva la esencia del director español.

Para mí, la mejor película en lo que va de año.