Trapero tiene un estilo que me gusta mucho. Su cine es tan realista, tan sutil, que al principio parece que nada va a ocurrir, pero inmediatamente te sientes muy cercano a sus personajes, a sus conflictos y esa mirada penetrante e irónica que posee va construyendo una historia, varias historias, que te arrastran, que te llevan. La narración fluye como si nadie se estuviese encargando de montarla.

En esta película, "la familia" aparece con sus innumerables caras. Y aunque se valga de figuras estereotípicas, la mirada de Trapero es implacable, ya que ese tipismo lo usa como un recurso no como un fin.

En su estética vuelve a tener gran protagonismo la cámara en mano, los planos muy cerrados, encuadres poco académicos (incluso algunos desenfoques) y una música que tanto puede acompañar a la imagen como contradecir a ésta.

Una vez más, con esa sencillez tan austera que lo caracteriza vuelve a firmar otro trabajo muy interesante.

A quienes disfrutan con los autores humildes, pero dueños de una escritura muy personal les recomiendo que vayan a ver este trabajo de Pablo Trapero.

Una historia tan cruel como sorprendente en la que un torturador se siente seducido por su prisionera, y es en ese vínculo donde podría estar la única salvación para la protagonista. A partir de allí el realizador explora, siempre con respetuosa distancia, las emociones de ambos.

La excelente planificación de Bechis evita escenas de violencia explícita (no hay ninguno de esos regodeos visuales que han lastrado tantas películas ambientadas en dictaduras), enseñando con gran habilidad cómo todo ese proceso oscuro podía convivir con el resto de la sociedad con una aparente normalidad fuera de los centros de detención.

El final, impresionante, eleva aún más el resultado de un filme necesario, inolvidable, justamente premiado en el Festival de Cannes.