Una historia tan cruel como sorprendente en la que un torturador se siente seducido por su prisionera, y es en ese vínculo donde podría estar la única salvación para la protagonista. A partir de allí el realizador explora, siempre con respetuosa distancia, las emociones de ambos.

La excelente planificación de Bechis evita escenas de violencia explícita (no hay ninguno de esos regodeos visuales que han lastrado tantas películas ambientadas en dictaduras), enseñando con gran habilidad cómo todo ese proceso oscuro podía convivir con el resto de la sociedad con una aparente normalidad fuera de los centros de detención.

El final, impresionante, eleva aún más el resultado de un filme necesario, inolvidable, justamente premiado en el Festival de Cannes.