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España España · san sebastian
Críticas de jerl
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
2
17 de septiembre de 2023
27 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película me ha resultado aburrida, enfática, errática y poco convincente. Nanni Moretti vuelve a encarnarse a sí mismo como director de una extraña película ambientada en 1956, cuando la URSS invade Hungría para reprimir un levantamiento popular. La película cuenta como un circo húngaro recala en un barrio obrero, donde un dirigente comunista lleva con mano de hierro la sede social. El conflicto surge cuando el PCI se niega a condenar la invasión. Por el medio vemos al propio Nanni Moretti perdido en la modernidad, sin saber que hacer con su vida, actuando de manera despótica con los actores y técnicos de su película. Su mujer no le aguanta, su hija se aburre con sus manías y él se encuentra satisfechísimo consigo mismo. Puro egocentrismo. El personaje de Nanni Moretti resulta enfático y poco creible, recita los diálogos con escaso convencimiento y de manera enfática, como si estuviera leyendolos en un auto-cue. El resultado de todo ello es una película plúmbea, dificilmente comprensible por las nuevas generaciones y excesivamente orientada a un público especialmente proclive a compartir sus ideas.
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jerl
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10
13 de febrero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas más bellas y tiernas que he visto nunca. La encontré por casualidad en internet y no pude dejar de asombrarme a cada paso. La historia, terriblemente emocionante y triste, los actores, sublimes, el retrato del ambiente en Japón a inicios del siglo XX, inmejorable.
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jerl
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3
1 de marzo de 2014
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es decepcionante, no solo en su planteamiento sino también en su concepción estética. La película comienza con una fiesta desconcertante, en la que no se sabe quien es el protagonista. Cuando este al fin se manifiesta su intervención resulta forzada y un tanto teatral para una película que pretende mostrar la vida real de un dandy decadente. El retrato se queda en caricatura, pero la película va tomando vuelo independientemente de su protagonista y nos encontramos con que muchos de sus amigos son más fascinantes que él mismo. Los escenarios también son magníficos, pero eso no es ningún mérito del director.
Se queda a medio camino entre el Fellini, de la dolce Vita, la Luna de Bertolucci y hasta Caro diario de Nani Moretti. No vale la pena perder el tiempo con este director. "Juventud" es aun peor.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
jerl
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9
8 de enero de 2024
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La mujer francesa no es una mujer liberada, es una mujer vapuleada por la realidad, por la lucha de clases y por la historia.
Quizá todo fue culpa de Enrique IV, un Bourbon, tal vez de Luis XIV o muy posiblemente de Jo-sephine y del Marquís de Sade, pero lo cierto es que la mujer francesa ha sido históricamente mucho más manoseada que la de cualquier otro país europeo.
Pero la mujer francesa no tardó en darse cuenta de que aquella situación la servía no solo para su ascenso social (La Pompadour, Madame de Maintenon, etc.) sino también para tener un cierto control sobre los hombres.
Y fue así como se llegó al mayo francés, a Simone de Beauvoir, a la píldora y al sexo sin barreras. Los norteamericanos lo aprovecharon para crear la cultura hippie, los franceses la gauche divine.
Es en este contexto donde surge la idea de la mujer como clase social, opuesta al hombre y de-fensora de sus propios intereses. No se sabe si fue Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre o algún otro intelectual maoista, pero lo cierto es que Alexandre, el protagonista, se aplica a llevar a cabo estas ideas con verdadero ahínco.
Alexandre (Jean-Pierre Léaud) es un joven como otro cualquiera, ni demasiado feo ni demasiado atractivo. Más cerca de los veinte que de los treinta, no estudia, no trabaja, vive con Marie (Ber-nardette Lafon) en un apartamento cutre del Quartier latin, conduce un 4L prestado y pasea por el Boulevard Saint Germain con la sana despreocupación de quien no teme al futuro.
Pero un día siente una vaga inquietud, se levanta temprano y sale con la intención de encontrar a Gilberte (Isabelle Weingarten), un antiguo amor. Gilberte es alta y espigada (se casará con Wim Wenders en la vida real), viste un jersey ajustado y asiste a clase en un caserón antiguo. Alexan-dre la aborda en la acera y le propone de manera abrupta que se case con él. La chica reacciona con dulzura, van a tomar un café, escucha impávida el insustancial monólogo de Alexandre. Hay una cierta complicidad, un cariño manifiesto en sus miradas.
Tras este intento se dirige al Café de Flore, se encuentra con su amigo Philip, (Jacques Renard) e inicia uno de sus interminables monólogos. Sorprendentemente Eustache graba la conversación con escrupulosa minuciosidad, en plano medio, sin alardes técnicos.
Al salir se encuentra con una chica sentada en una mesa. Pasa por delante, se miran, él continúa, duda y cuando se vuelve ella ya no está. La ve alejarse, la sigue, la aborda y consigue su teléfono.
Ella es Veronike (Françoise Lebrun, novia de Eustache en la vida real), una enfermera ninfómana que se acuesta con los hombres por puro placer.
Alexandre se encapricha de Veronike y Maria lo consiente. Al final hacen un trío en su casa y se lo pasan de miedo.
De café en café, de catre en catre la película avanza, pero no parece llegar a ningún sitio, la his-toria se estanca. Lo que sucede al final es que Alexandre está en guerra permanente con la reali-dad.
En una conversación con otra amiga que regresa de Nueva York y que tiene la mano vendada, le pregunta:
—¿Qué ha sido de esa gente a la que veíamos hace unos años? Ya no hay nadie, todos han desa-parecido. Sin embargo yo no me he movido, sigo aquí.
Jean-Pierre Léaud no es un actor de método. Él solo puede interpretarse a sí mismo, y lo hace con enorme convicción y con cierto estilo. La película dura 215 minutos (3 horas y media), que se harían interminables con cualquier otro, pero que con Jean-Pierre Léaud tiene chispa, hace reír y provoca una evidente ternura en las mujeres.
La película acaba siendo un inmenso retrato de la época, con todas sus contradicciones y sus hallazgos: Sartre, Edith Piaf, Belmondo son mencionados alternativamente a lo largo del metraje. Las mujeres se muestran como son, abiertas, libres, contradictorias.
Un día, con su amigo Philip descubre en France soir que la chica de la mano vendada ha asesinado a un hombre en Viena. Hablan de ella brevemente. Finalmente le presenta a Veronike.
—Me apetece ir a Hamburgo, como en la canción de Edith Piaf —dice Philip.
Después señala otra mesa y añade:
—¿Has visto? El borracho está ahí, bebe como un cosaco.
Se refieren a Jean Paul Sartre, que sin embargo no aparece en el plano.
Todo ello forma parte del juego de espejos deformados, el callejón del gato que diría don Ramón María.
La película fue producida por Pierre Cottrell para Les films du Losange con un presupuesto muy bajo, siguiendo las directrices de lo que ya entonces era un movimiento casi en decadencia: La Nouvelle vague.
Desde el punto de vista técnico la película es limpia, clara, con un magnífico guión, que fue seguido escrupulosamente por los actores y que demuestra que el resultado no es fruto de la improvisación. Muchos opinan que tal vez fue una de las mejores películas de la Nouvelle vague, otros la elevan a una de las mejores películas francesas. Yo estoy con estos últimos.
Cuando en otra ocasión Alexandre discute con Veronike ella le dice:
— ¿Sabes? Me encanta follar con inmigrantes y además disfruto.
—Pero entonces ¿qué haces conmigo? —le pregunta Alexandre.
—No lo sé, una tontería, sin duda —responde ella.
Et ça c’est tout.


BG, en modo existencialista.
jerl
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9
14 de noviembre de 2023
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Las películas de Robert Aldrich son desagradables, sucias, y dejan un poso amargo detrás de ellas. Es lo que sucede con The big knife, una de las películas más intensas, dramáticas y crueles sobre el mundo de Hollywood y sus turbios secretos, infinitamente superior a Cautivos del mal (1952) o a Dos semanas en otra ciudad (1962) de Vincente Minnelli.

Jack Palance, el protagonista, es un ser brutal, un Meat Loaf del cine. Su rostro plano, su nariz partida, sus potentes pómulos, sus brazos hipertrofiados y su considerable corpulencia hacían de él un villano perfecto, y además un villano cruel y encanallado, como Richard Kiel en La espía que me amó (1977) o en Moonraker (1979).
Ida Lupino fue una estrella luciente en el parnaso hollywoodense. Inglesa de nacimiento, por estas fechas ya había adquirido la nacionalidad estadounidense y se había casado con el guionista Collier Young. Especializada en los papeles de prostituta y chica mala, pronto triunfó en el cine negro, pero su carácter y la firmeza de sus convicciones la enfrentaron a Jack Warner y acabó en el paro. Durante ese tiempo se interesó por la dirección y junto con su marido creó una productora independiente. Con esta dirigió seis películas, escribió o coescribió cinco, actuó en tres, y coprodujo una. Su pretensión era contar historias realistas, pegadas a las vicisitudes de la gente más desfavorecida, con temas como la prostitución, la bigamia, la violencia y las injusticias sociales. Tras su segundo divorcio se casa con el actor Howard Duff y realiza The Hitch-Hiker, (1953), única película de cine negro dirigida por una mujer en esta época.

La película va de un actor llamado Charlie Castle (Jack Palance), una estrella de Hollywood en horas bajas, mujeriego e intenso, que tiene ante sí la disyuntiva de firmar un nuevo contrato con su eterno productor Stanley Hoff (Rod Steiger) o recuperar a su mujer, Marion (Ida Lupino), de la que está separado.

Charlie arrastra un inabarcable sentimiento de culpa tanto por las infidelidades que ha perpetrado como por una muerte por accidente cuando conducía borracho por Beverly Hills.

La película transcurre en su mayor parte en el interior de un sofisticado chalet, al estilo Vandamm house, de la famosa North by Northwest (1959) de Hitchcock. Por este escenario van desfilando un intenso elenco de secundarios: una sirvienta, un mayordomo, el entrenador personal, una periodista demasiado entrometida, un empleado del estudio, y su encantadora mujer Marion, que inesperadamente baja las escaleras de caracol que conducen al dormitorio y le salva a él de un complicado interrogatorio.

Ida Lupino toma el rumbo de aquel otro personaje (Anna) que había interpretado unos años atrás en Marea de luna (Moontide) (1942), donde encarna a una prostituta sumisa que se enamora de Bobo (Jean Gabin), un estibador portuario brutal y desconsiderado, con el que se va a vivir a una cabaña inmunda en un muelle atacado por las corrientes y la brume marina. Esta película estuvo a punto de hacerla el mítico Fritz Lang, pero su enemistad manifiesta con Jean Gabin (le había birlado recientemente al objeto de su deseo: Marlene Dietrich) lo hizo imposible.

No menos brutal es Rod Steiger en su papel de Stanley Hoff, el productor de cine despiadado, al estilo del relamido Louis B. Mayer o el mítico Harry Cohn. Con terribles admoniciones obliga a Charlie a renunciar al amor de Marion y firmar un nuevo contrato. Su aparición, breve pero intensa, deja un poso que se transluce a lo largo de todo el metraje y condiciona la acción de manera formidable.

Robert Aldrich fue un director poco común. Se inició en los estudios RKO y trabajó con los mejores, pero su ambición le llevó a la dirección y sus películas pronto destacaron por su crudo uso de la violencia y su crítica demoledora al sistema de Hollywood. Esto condujo a la confrontación con sus jefes y acabó siendo despedido. Sin embargo, como era sobrino de John D. Rockefeller Jr., se repuso enseguida y comenzó a producir sus propias películas. What Ever Happened to Baby Jane? (¿Qué fue de Baby Jane?) de 1962 y The Legend of Lylah Clare (1968) fueron dos de ellas, aunque nunca consiguió destacar demasiado ni recibir un Oscar de Hollywood, obteniendo solo algunos premios secundarios en Europa.

En cuanto a Jack Palance, al que Aldrich había sacado de sus papeles de bruto y secundario encanallado, no consiguió el ansiado estrellato y acabó sus días en Europa, haciendo películas se serie B, C, D y V. Solo Jean Luc Godard, otro outsider del sistema, lo rescató brevemente para coprotagonizar Le Mépris (El desprecio) de 1963, junto con Brigitte Bardot y el chalet de Curzio Malaparte, en Capri. Pero ya nunca más volvió a brillar y se arrastró por lo peor del cine de bajo presupuesto, poniendo siempre la otra mejilla, hasta que en 1992 los miembros de la Academia de Hollywood le otorgaron un vergonzante Oscar al “mejor actor secundario”. Triste humillación.

JERL, triste y encanallado.
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jerl
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