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Argentina Argentina · Buenos Aires
Críticas de Charly Barny
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Críticas 195
Críticas ordenadas por utilidad
6
8 de diciembre de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Buen Mentiroso me recordó vagamente a Hitchcock, más precisamente, a La Sospecha, una de las grandes cumbres del maestro. Obviamente, las similitudes terminan en ese simple recuerdo. El Buen Mentiroso no es ni un remake ni siquiera una película que pretenda homenajearlo. No obstante ello, el nuevo film de Bill Condon basado en un guión de características teatrales de Jeffrey Hatcher sobre la novela Nicholas Searle, tiene virtudes propias que principalmente se sustentan sobre las grandes actuaciones de dos intérpretes ingleses de gran jerarquía como son Helen Mirren e Ian McKellen. Sobre sus espaldas recaen la mayoría de los méritos de la película.
Se trata de un film donde prevalece el encierro, y el suspenso. Una obra, si bien de origen literario, con característica teatrales muy definidas que, bien aireada, ha sido adaptada para el cine. Desde el inicio, sabemos que las intenciones de Roy Courtnay son las de estafar a Betty Mc Leisch. No obstante ello, el film se desarrolla en círculos tales que las acciones se van derivando hacia hechos absolutamente imprevisibles por parte del espectador.
El Buen Mentiroso refleja la falta de confiabilidad que inspira nuestra época. Nada ni nadie es lo que parece ser. En ese sentido, el film puede resultar tan impredecible como la vida misma. Tal vez ello, sea su mayor falta de mérito. La escena final traiciona al espectador que siguió con paciencia el desarrollo de la trama. La falta de lógica de los personajes triunfa sobre su racionalidad. Tal vez ello genere un final impactante y sorprendente, pero no coherente con el desarrollo de los personajes.
Bill Condon es un director experimentado que nos hace recordar su primer film estrenado en Argentina, Dioses y Monstruos (1998), donde recreaba la vida de James Whale, el director de cine que hizo famosos al monstruo de Frankenstein. En esta, la dualidad del monstruo esta en los personajes. En la descripción de esa dualidad y en la personificación que logran los actores radican los mayores méritos del film. Muy buena, también, la fotografía de Tobías A. Schliessler, llena de luces y sombras respaldadas en tonos apastelados en grises y celestes.
Charly Barny
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10
5 de octubre de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los años 60, leía sus aventuras en las revistas mexicanas. Más tarde, vería la serie de televisión de Batman y Robín donde Guasón era un villano simpático. En 1966, los héroes pasan al cine. Joker fue personificado por George Romero. En 1989, Warner decide revivir a Batman, Tim Burton en la dirección y Jack Nicholson como Guasón. Se genera una saga que dura toda una década. A mediados de los 2000, reaparece Batman y en 2008 el Joker en El Caballero de la Noche, personificado por Heath Ledger. Su actuación extraordinaria le vale un Oscar. Ahora, la Warner asociada con DC, deciden dar vida propia al Joker. Todo un acierto.
Hace tiempo que el cine americano no produce una joya cinematográfica como ésta. Más allá de las diferentes versiones mencionadas y de sus formas (revistas, televisión y cine), en esta nueva versión con Joaquín Phoenix el personaje se transforma en un ser desclasado, con importantes problemas mentales que representa el desconformismo y el resentimiento de toda una clase social que no ve otra salida que la violencia.
En Joker, tanto el texto de Todd Philips como su dirección, enfatizan en la indiferencia de esa sociedad en estado de cambio donde el trabajo no abunda y mucho menos para aquellos que sufren algún tipo de marginalidad o carecen de los estudios adecuados.
El personaje no es una persona normal. Sufre las consecuencias de una alteración mental que es tratada a través del suministro de unas pastillas que le dan los servicios sociales de la ciudad después de una visita periódica a una asistente social.
Vive en Nueva York con su madre, una anciana que padece de problemas cardiacos severos. Trabaja para una empresa de publicidad en la que encara el papel del hombre sándwich. Es victima permanente de todos los vándalos que habitan el barrio.
Joker es Arthur Fleck, y Joaquín Phoenix lo interpreta realizando la actuación de su vida. Es por definición un looser, un perdedor clásico de esta época violenta, que sueña con ser actor. La madre, durante su juventud, ha sido mucama en una mansión y dado que nunca conoció a su padre, intuye que puede serlo el multimillonario Wayne (el padre de Batman). Son acaso hermanos de padre?
El guion de Philips juega con todos estos elementos dirigiéndolos hacia la tragedia haciendo siempre incapie en las cuestiones sociales. Fleck vive en un departamento en mal estado en un suburbio violento. Se maneja en trenes siempre abarrotados rodeado de gente prepotente y violenta. Su trabajo no es una excepción. Lo consigue solo de vez en cuando y la paga es miserable.
No es descabellado pensar que este sujeto desee poder cambiar algo de su vida. Pretende ser actor. Asiste regularmente buscando una oportunidad a los programas de Murray Franklin, un presentador de televisión interpretado por Robert de Niro (con su solvencia de siempre).
Phillips maneja su guión con una destreza e inteligencia única. Su film adquiere la forma de una farsa que inevitablemente conduce a la violencia. Cada escena es una pieza de un rompecabezas que no solo conforma una personalidad única sino también una serie de situaciones que más allá del crimen y la tragedia, convergerán en el caos social.
Encuentro en Joker influencias del cine neoyorkino de Martin Scorsese. Concretamente de Taxi Driver, donde el personaje que interpreta Robert de Niro (Travis Bickle) arrastra secuelas parecidas aunque con orígenes diferentes. Aquello tenía que ver con la intervención de una guerra sucia y la actualidad con cambios profundos en los paradigmas laborales.
Joker es una de las mejores películas americanas que he visto en los últimos años. Partiendo de un personaje conocido por todos, Philips pone en escena toda una tragedia de nuestra época. La falta de trabajo, las relaciones amorosas inestables, la falta de sensibilidad social de los poderosos, la violencia callejera, la marginalidad de los seres diferentes, la soledad que se sufre en las grandes ciudades, la falta de respeto hacia el otro.
Pinta a Joker como una víctima social que, aunque bajo los efectos de barbitúricos y disturbios mentales, tiene la dualidad de habitar entre el bien y el mal, siendo capaz de generar un caos que no es otra cosa que una llamada de atención a una sociedad que está perdiendo sus valores básicos y sobretodo, éticos.
Charly Barny
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9
20 de febrero de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La capacidad narrativa de esta directora americana ya ha sido puesta a prueba desde hace muchos años y diversas películas. Llamó la atención por primera vez en 1987 con Acero Azul, su tercera y estupenda película, dirigiendo a Jamie Lee Curtis. En 1991, con Point Break se convirtió en una directora de culto, llegando a desentrañar los complejos códigos de la lealtad masculina. En 2008, con The Hurt Locker, gana el Oscar transformándose en la primera mujer en recibirlo, y vuelve a brillar en 2012 con La Noche Más Oscura, para mí, su mejor película, donde contaba la cacería de que fue objeto Osama Bin Laden por parte de los servicios de la CIA.
Ahora estamos ante su nueva película, basada en la llamada Rebelión de la Calle 12, un hecho fundamental en el movimiento por los Derechos Civiles, que comenzó la noche del 23 de Julio de 1967 en Detroit, Michigan, USA, dejando un saldo de 43 muertos y 1200 personas heridas como consecuencia de los disturbios que se provocaron a raíz de una redada que la policía local realizó en un bar donde se vendía alcohol ilegal donde veteranos de Vietnam, mayormente de raza negra, festejaban su regreso a casa. El nivel de la violencia desatada fue un hecho inesperado dado que no concordaba con la ciudad de Detroit, considerada en aquella época, una de las ciudades de mayor índice de ocupación y tolerancia racial en los Estados Unidos.
El film de Bigelow se divide en tres actos. El primero recrea, con una visión de carácter documentalista, los comienzos de los disturbios de la calle 12. El segundo, genera una ficción que se concentra en un episodio particular donde resultan muertas dos personas de raza negra producto de un exceso de violencia policial, y el tercero, a modo de epílogo, describe a grandes rasgos los dictámenes del juicio al que dan origen los sucesos comentados, arribando a la penosa conclusión de que se ha vuelto a cometer una injusticia total.
El film de Bigelow no solo es un perfecto ejercicio de estilo sino también se constituye en un alegato en favor de las minorías raciales, y especialmente contra el abuso de autoridad a través de la violencia. Como todos sus film, la violencia está presente, pero más que ella, lo que le interesa a Bigelow es la presión, la tensión que una situación genera a sus personajes.
La directora, fiel a su estilo, describe situaciones y tira de la piola hasta que la piola se rompe. Nada es gratuito y todo tiene su consecuencia. Aquí, su juego entre el gato y el ratón, pone en juicio a todo el sistema policial y judicial de una Detroit desbastada por la injusticia y los prejuicios raciales, cuyas consecuencias pone en total evidencia la corrupción de procedimientos policiales y la parcialidad de una justicia absolutamente entregada al poder de los blancos.
Aunque el film no pretende ser una lección de historia, Bigelow se basa en hechos reales. Incluso, tanto en la primera parte como en la tercera, se apoya en material de archivo de aquella época. No obstante ello, la recreación constituye un ejercicio de estilo llevado hasta sus últimas consecuencias. La directora estresa su puesta en escena hasta lo intolerable. Incomoda al espectador a la vez que lo obliga a tomar parte, a reflexionar sobre lo que está viendo. A dar un segundo veredicto que corrija el error de la historia.
El cine de la norteamericana alcanza un pico en las escenas que describen con intensidad la represión policiaca, que parece motivarse más en el odio racial que en el respeto de la ley. Esa policía se expresa a través de la tortura, generando una sensación de desamparo, de vida en peligro. Muestra no solo el método policial sino también encierra la acción de manera tal que transforma al público en un único testigo de lo que pasa. Bigelow obliga a mirar, en consecuencia, a tomar parte. No hay duda que también direcciona la posición que debe tomar el espectador. Seguramente es la correcta.
Estamos ante otro gran film de la directora norteamericana, con un tema que no pierde actualidad. Los problemas de las minorías raciales, de las corrientes migracionales, que vuelven a ser problema en el mundo actual. La película constituye un toque de atención al respecto. Es un llamado a la buena voluntad, a la corrección política, a la necesidad de prevenir antes de curar, a que no solo importen los fines sino también los medios y las formas. El film recuerda con vergüenza un hecho real que tal vez haya sido el principio de la integración racial en los Estados Unidos. Demuestra que nada fue gratuita. Casi un año más tarde moriría asesinado Martín Luther King, extraordinario pacifista líder de ese movimiento. El solo episodio que describe esta película dejó heridos y muertos que aun llora la humanidad. Que no se repita.
Charly Barny
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5
25 de agosto de 2019
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde que Pulp Fiction ganó la Palma de Oro en Cannes en 1994 y Quentin Tarantino se transformó en gran maestro del cine, y por ende, director de culto, ha realizado hasta la fecha, 7 largometrajes donde nunca pudo igualar a aquel ya clásico film, sino lo que es peor, cada película ha significado un peldaño descendiente respecto de aquel momento de gloria. Con Erase una vez…, lamentablemente, ha llegado al punto más bajo de su carrera como guionista y director de cine.
El problema principal no es uno sino dos. En primer lugar, el marco referencial. En segundo lugar, el propio desarrollo de la trama.
El marco referencial es absolutamente abrumador. Las citas cinematográficas permanentes, la descripción de la zona donde vive su protagonista y sus propios vecinos, requieren del espectador una atención permanente, por otra parte, absolutamente innecesaria para seguir el desarrollo de la trama que, en definitiva, podría suceder en cualquier otro lado. Tal como lo presenta Tarantino, resulta una invitación al cholulaje.
En cuanta a la trama, ocurre otro tanto. Cuenta con un guión muy flojo que apenas llega a delinear a dos personajes que sin lugar a dudas terminan componiendo los propios dos buenos actores (Leonardo Di Caprio y Brad Pitt) que personifican los papeles principales dándoles su propia credibilidad profesional. El resto de los personajes no son siquiera episódicos. Es como si Tarantino se diera el gusto de contar con una serie de famosos a los cuales conforma con un bolo que les permite formar parte del cast de la película.
No obstante ello, el guión se parece más al de una comedia situacional que al de una película de casi tres horas de duración. Una de sus fallas, es dejar totalmente a la deriva a dichos personajes, los cuales nunca encuentran un espacio propio aunque viajen de Hollywood a Roma, ida y vuelta, y recorran Los Angeles hasta sus propios confines sin que claramente aparezca el propósito de esa proeza.
Los primeros momentos del film parecieran hacernos creer que estamos ante un homenaje a los actores de televisión y sus dobles, más tarde a las películas de género de Hollywood. Pero no es así. Las referencias vagas que utiliza el guionista y director confunden al espectador. Por ejemplo, al principio del film el personaje de Di Caprio parece inspirarse en la historia de Clint Eastwood, quien empezó haciendo Cuero Crudo (Rawhide 1959-65) y más tarde viajo a Italia donde se hizo famoso de la mano de Sergio Leone con Por Un Puñado de Dólares. Pero esto es una casualidad. No se trata de Eastwood y mucho menos se trata de un homenaje.
Más tarde en el film aparecen unos vecinos que son nada menos que Sharon Tate y Roman Polanski. Otra vez pareciera que la cosa toma el rumbo de narrar las muertes horripilantes que tuvieron lugar en la casa vecina, pero tampoco sucede ello. Aparecen, en cambio, unos hippies que Tarantino pinta lejos del amor, paz y rock and roll, lema de aquella época. Pero no hay ninguna conexión narrativa con el Caso Tate.
En esas pérdidas continúas del rumbo, en ese divagar, parece concentrarse todo lo que Quentin ha escrito y que parece confiar que al volcarlo en imágenes logrará contarnos una historia que pueda llegar a un final. No sucede ello. La historia del actor y su doble, que en definitiva es el verdadero núcleo del relato, queda totalmente desalineado y desatendido por Tarantino llegando a un final cuyo dramatismo se pierde en función de la escasa carnadura que ha dado a sus personajes.
El trabajo de dirección de Quentin es tan errático como su guión. El film resulta desprolijo, repetitivo y al promediar su metraje comenzamos a darnos cuenta que no tiene mucho para contar, o que se ha perdido en su relato, encerrado en su propio laberinto y solo estira la película para lograr llenar el espacio para el que se lo ha contratado.
La situación por la que atraviesa el cine americano es realmente preocupante. La temporada pasada de los Oscars fue decepcionante. La decepción vuelve a repetirse ahora con el estreno de Erase Una Vez en Hollywood, quizás, el film más esperado del año. En mi opinión, el film de Quentin Tarantino no está a la altura de las expectativas desarrolladas.
Charly Barny
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8
22 de septiembre de 2018
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en la novela Amor y Anarquía de Martin Caparros, recrea la vida de Soledad Rosas, una adolescente rebelde de clase media argentina, que después de terminar sus estudios viaja a Europa en busca de experiencias y termina encontrando en Italia a un grupo de jóvenes anarquistas cuya ideas comienzan a dar sentido a su vida. No obstante ello, Soledad se suicida poco tiempo después mientras cumplía una condena domiciliaria acusada injustamente de haber participado en un atentado contra un tren de alta velocidad.
La caída del Muro de Berlín en 1989, marcó un acontecimiento de características mundiales. Tras la primera euforia económica que provocó el hecho, el reordenamiento de las economías del Este comenzó a generar nuevos problemas con costos sociales altos como la reducción de los montos de los seguros de desempleo, la baja de subsidios familiares y la elevación de la edad jubilatoria en varios países.
Soledad viaja a Italia en 1997, 8 años después de la caída del Muro. La Italia que encuentra no fue ajena a estos acontecimientos. Aquel divorcio involuntario que ella padecía con la sociedad argentina, su incomodidad, su incapacidad de entendimiento de la situación social vuelve a replicarse en la Italia pos muro. La falta de vínculos familiares y materiales que sufre al decidir vivir sola, es canalizada a través de la amistad que genera con jóvenes pertenecientes a los movimientos anarquistas que expresan en forma violenta la disconformidad reinante incapaz de ser contenida a través del sistema político italiano.
Es en aquel marco de gran ebullición y violencia cotidiana donde ella canaliza sus inquietudes, abraza los ideales anarquistas y decide pasar a la acción revolucionaria. Su militancia la llevara a cometer hechos criminales. Paseará por cortes judiciales y pagará días de cárcel. Pero la soledad que no solo lleva su nombre terminará volviéndola a aislar de una sociedad que no la entiende ni la acepta y pagará con su vida.
Agustina Macri guiona (junto a Paolo Logli) y dirige esta película cuyo personaje central lo asume una extraordinaria Vera Spinetta. El film es un patchwork de filmaciones caseras, entrevistas a familiares y amigos, y una recreación libre y ficcional de acontecimientos en Argentina e Italia que marcaron la vida de Soledad generando un fresco social muy interesante sobre el desconformismo de una juventud que no encuentra salida como así también una visión desangelada de una mujer joven que no encaja dentro de los moldes convencionales de familia de clase media con un padre trabajador, una madre ama de casa, y dos hijas que han estudiado en un colegio religioso.
Vera Spinetta es otro de los puntos fuertes del film. Su actuación es verdaderamente consagratoria. No solo da con el rol en todos los aspectos sino que lo enriquece, lo saca del libro y de las páginas de los diarios para transformar a Soledad en un ser real, sensible, una persona alienada por una sociedad a la que no interpreta, con la que no coincide, que a su vez, no la contiene, la vuelve violenta a pesar de sí misma, y que termina haciéndola sufrir la injusticia de un crimen del cual no ha participado.
Con lejanos antecedentes de la injusticia, como “Sacco y Vanzetti” con Gian Maria Volonté y Ricardo Cucciola dirigidos por Giuliano Montaldo en 1971, con aquel dolor físico y moral que expresaba Truffaut en su crítica de “Sin Aliento” de Jean Luc Goddard, con aquel disgusto social con el que “Bonnie and Clyde” se volvían ladrones y asesinos encontrando la muerte a los balazos, con aquella determinación con que “If” de Lindsay Anderson realizaba aquella pequeña revolución en las aulas de una vieja institución académica, con ese mismo dolor existencial se expresa este noble film que se encuentra entre lo mejor de la producción argentina estrenada este año.
Charly Barny
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