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Críticas de Pepe Alfaro
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Críticas 98
Críticas ordenadas por utilidad
7
29 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de espionaje acabó derivando hacia las películas de agentes secretos, una de cuyas primeras manifestaciones surgió en el cine galo, con un agente al servicio de la Office of Strategic Services (OSS), la agencia estatal que se ocupó del servicio de inteligencia norteamericano durante la segunda guerra mundial, considerada el precedente de la CIA. Desde su primera aparición en el film OSS 117 no ha muerto (1957), el agente 117 se reactivó en los años sesenta con la aparición del espía británico con licencia para matar más popular de la pantalla, James Bond, a cuya inacabable estela los franceses Michel Hazanavicius y Jean Dujardin resucitarían a “su” agente en un par de películas antes de acertar con The artist (2011).
En los cincuenta y tres años de vida de 007 le han surgido infinidad de imitadores, plagiadores y epígonos, alguno de los cuales, como Jason Bourne, le han dado más de un empellón cerca de la cartera. De nuevo los británicos vuelven a un género especialmente gratificante para su cinematografía, con la particularidad de que ahora los agentes secretos no trabajan para ninguna organización gubernamental, sino para una entidad secreta financiada con fondos de benefactores privados con el propósito de que los nuevos hidalgos andantes “desfagan” los entuertos donde no alcanzan las instancias oficiales, y a cuyo frente figuran dos impecables “caballeros” de la talla de Michael Caine y Colin Firth, a los que se une un alopécico de moda llamado Mark Strong, predestinado a interpretar el papel de ministro griego de finanzas.
Kingsman Servicio Secreto se basa en un comic lúcidamente trasvasado a la gran pantalla de manos de la brillante guionista Jane Goldman, cuyo gran acierto ha consistido en equilibrar las imprescindibles y espectaculares escenas de acción con un tono desmitificador, irónico y jocoso inteligentemente desarrollado para completar un film muy entretenido sin necesidad de renunciar a los parámetros más estandarizados del género, desde los gadgets asombrosos a los villanos de película, en cuya galería, aparte de ese pintoresco megalómano con el rostro de Samuel L. Jackson, destaca el mortífero sicario femenino directamente inspirado en un caducado héroe sudafricano llamado Oscar Pistorius.
El argumento de Kingsman parte de una premisa que desde Pigmalión suele funcionar muy bien; lo hemos visto desde My fair Lady a Karate kid, por reseñar solo dos paradigmas. El proceso de instrucción de los nuevos agentes juveniles tampoco se libra de ese matiz sarcástico que transforma una previsible película de superagentes en un espectáculo inteligente cargado de referencias actuales y reconocibles, adecuadamente espolvoreadas a lo largo de la narración. La única pega del guion es haber buscado en las frías tierras suecas los familiares personajes del primer ministro pusilánime y mohoso acompañado de una princesa rubia con sorpresa final. Ese punto indecoroso que la película sugiere se hubiera enriquecido notablemente si a la guionista se le hubiera ocurrido buscar mayores dosis de verismo por tierras españolas. Claro que aquí no se lleva eso de “hacerse el sueco”.
Pepe Alfaro
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8
29 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta cada vez más extraña la visita de una película estructurada en diferentes episodios sin más nexo entre sí que una subversiva mala uva. En el caso que nos ocupa, esta mala leche, cargada de incorrección política, va directamente dirigida al punto de flotación de unos esquemas sociales tan superficiales como genéricamente asumidos, lo que sin duda favorece la empatía del espectador con determinados personajes de este mosaico inteligentemente montado por el argentino Damián Szifron, director y guionista que hasta la fecha únicamente había realizado una comedia con toques de acción (Tiempo de valientes, 2006).
Desde el primer relato salvaje (titulado Pasternak), donde propone una expeditiva forma de deshacerte de todos (sin excepción) cuantos se han dedicado a joderte la vida, el film nos abre la pantalla a una comedia negra llena de imágenes para perdurar en la retina; sin ir más lejos, el fotograma congelado para presentar los títulos de crédito. Como dato curioso, el político impresentable y corrupto de la segunda historia (Las ratas) se apellida Cuenca. El tercero (El más fuerte) recuerda al famoso Duel (El diablo sobre ruedas, en España), humanizado con pinceladas de humor, negrísimo eso sí, ausentes en la primera película de Steven Spielberg.
Del resto, probablemente el espectador se identifique mayormente con el personaje interpretado por el gran Ricardo Darín, un actor tocado de ese don divino capaz de irradiar humanidad de cualquier nimiedad; su papel de Bombita representa la desigual lucha del indefenso (o no) ciudadano contra las poderosas estructuras de una fría burocracia que parece creada para fastidiarle la vida cada día; imposible no hermanarse en su contienda. La penúltima historia (La propuesta) es la más redonda, tanto desde el punto de vista de la narrativa cinematográfica como por conformar el reflejo de una sociedad corrompida desde los cimientos, donde cualquier voluntad tiene un precio, aunque no esté exento del regateo; la única pega es su previsibilidad; bueno, también que su planteamiento base se parece bastante a otra película también argentina titulada Sin retorno (Miguel Cohan, 2010). Para terminar, Hasta que la muerte nos separe nos invita a una boda que no deberíamos perdernos, salvo quien tenga previsto casarse en fechas próximas, en cuyo caso puede resultar contraproducente.
Con tales ingredientes, Relatos salvajes conforma una bocanada de cine rebelde, insurrecto y necesario en el momento actual. Puede que los planteamientos estén pensados desde la realidad argentina, pero el retrato trasciende los valores locales para transformarse en un sentimiento de equivalencia universal. A pesar de todo, habrá que ver si trasciende tan perturbador mensaje entre los miembros de la Academia de Hollywood a la hora de premiar esta película, la única representación española en los Óscar de este año; si obtuviera la preciada estatuilla, un trozo le correspondería de nuevo al avispado Almodóvar como co-productor a través de su compañía El Deseo.
Pepe Alfaro
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6
29 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
De todas las versiones cinematográficas procedentes de las actuales sagas literarias, dirigidas fundamentalmente a un público juvenil que busca sus héroes (heroínas casi siempre) en las páginas de un futuro alejado de cualquier Arcadia, Los juegos del hambre constituyen la mejor exégesis de esta corriente que llena las salas de adolescentes en nuestro globalizado planeta. Desde mi punto de vista, su propuesta superaba otras posteriores bastante miméticas como las de Divergente o El corredor del laberinto, con las que comparte muchos parámetros narrativos y representativos, aparte del tópico y distópico futuro que se nos viene encima, y que a la vista de la avalancha de títulos refugiados en esa nebulosa de un tiempo cada vez más cercano, parece el último resguardo a la imaginación de los guionistas (y las estrellas) de la gran industria norteamericana.
Las anteriores entregas presentaban una metáfora de este mundo compartimentado administrativamente en distritos y dominado por una casta incombustible que concentra todo el poder en una falacia significativamente denominada “Capitolio”; mientras disfrutan de una opulencia ilimitada alimentan a la población con poco pan y mucho circo, salvaguardando su estatus con unos policías procedentes directamente de la guerra de las galaxias. La organización periódica de estos omnipresentes Juegos televisados, con cada Distrito representado por “su equipo”, permite a las élites convertirse en directores y árbitros para satisfacer las emociones y los deseos de la gente.
Al igual que en la antigua Roma, un esclavo podía acabar convertido en el héroe de la plebe, como sucede al personaje de Los juegos del hambre Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) cuando logra sobrevivir a las dos entregas anteriores superando in extremis una partida a muerte. Para la tercera, los fabricantes de celuloide digital no han podido sustraerse a la tentación puramente comercial de alargar artificiosamente la trilogía desdoblando el último capítulo en dos episodios, en una espuria y deplorable maniobra instaurada por Harry Potter y Crepúsculo, aunque por otra parte permita a los seguidores prolongar una confusa ilación con los personajes de sus fantasías.
Las anteriores entregas de Los juegos del hambre se venían estructurando en dos niveles narrativos, el primero incidía tanto en la descripción de los personajes y sus relaciones, como en la exposición de los elementos que conforman el singular cosmos que envuelve la historia; la otra parte se reservaba íntegramente para la acción, para la representación de ese circo mediático destinado a satisfacer la parte más banal del ser humano, con la misma efectividad que hoy cumple el fútbol, y antiguamente las luchas de gladiadores. Al truncar la tercera aventura a la mitad, en un momento de máxima tensión y dramatismo (copiando el esquema de las viejas películas de episodios que creaban en el espectador la imperiosa necesidad de acudir a la siguiente entrega para saber el desenlace) la parte de acción y batallas se han reservado para la definitiva Sinsajo (parte 2), nombre del ave imaginada para sintetizar los valores del héroe destinado a encabezar la rebelión contra el tirano.
La película está dedicada al singular Philip Seymour Hoffmann, fallecido durante el rodaje, cuando había completado todas las escenas de esta entrega pero faltaban otras de la segunda parte. Habrá que esperar un año más para su despedida definitiva.
Pepe Alfaro
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7
29 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine hispano retrató la peripecia de la emigración en tono de tragicomedia a través de títulos como Españolas en París o Vente a Alemania Pepe, ambas del año 1971, cuando la única puerta de salida profesional se encontraba en los Pirineos, un acceso que los jóvenes españoles se han visto obligados a reabrir cuatro décadas más tarde. La ilusión de aquellos personajes siempre era la misma: ahorrar suficiente para regresar a esa Arcadia idealizada que representaba el anhelado terruño, como metáfora de un viaje nunca concebido sin billete de vuelta.
El director francés de raíces lusas Ruben Alves propone en La jaula dorada una visión sobre la adaptación de una humilde familia portuguesa a la realidad de una estratificada sociedad parisina, partiendo de la propia peripecia de sus padres, lo que otorga al film una frescura y una inspiración naturales en la definición de situaciones y personajes, tan creíbles como emotivos. Esta comedia llega avalada por el gran éxito de público alcanzado tanto en Francia como en Portugal, donde se convirtió en la película más taquillera de 2013.
Para contar la historia de un albañil y una portera que durante más de treinta años han servido a sus vecinos con total dedicación, el director ha contado con algunos de los actores portugueses más reconocidos; Joaquin de Almeida abandona momentáneamente sus papeles de villano al servicio de ciertas producciones de acción en Hollywood para meterse en la piel de un hombre inspirador de esa bonhomía que solo puede trascender en la gente con alma en cada gesto, en cada mirada. Por su parte, el papel de la madre, supone todo un descubrimiento, y Rita Blanco nos deja conmovidos en cada plano, transmitiendo la fuerza de un sentimiento sin apenas necesidad de palabras. A través de ambos intérpretes los espectadores españoles se sentirán identificados con los personajes, tan cercanos a la idiosincrasia de nuestros vecinos, tan parecidos en tantas cosas, y en otras tan iguales.
La jaula dorada no reniega de los tópicos, y al igual que sucedió en España con Ocho apellidos vascos, en la desmitificación y el reconocimiento de estas señas de identidad nacionales reside parte de su buena conexión con los espectadores. No falta el fado, como esencia del sentimiento, del alma portuguesa; ni el fútbol, al que todo hijo de vecino debe entregar su pasión al nacer; también su plato nacional, el bacalao, da bastante juego en este juego de situaciones. Otro tema tratado con especial sutileza es el de la diferencia de clases sociales, reflejado en cada detalle, en cada ambiente, hay que fijarse en esa obra de arte que reproduce una vértebra gigante en el domicilio de los Caillaux, y que también da su juego cuando hablan de las litografías de Picasso colgadas en la casa-portería de los Ribeiro. No hay nada más (y nada menos): una comedia fresca y divertida, sazonada con todos los ingredientes del cine clásico, incluido algún toque emotivo.
Esta misma semana se ha estrenado en nuestro país una comedia norteamericana titulada No hay dos sin tres, protagonizada por la estrella Cameron Diaz, que seguramente tendrá muchos más espectadores que La jaula dorada. Es lo que tienen las persistentes campañas publicitarias de las producciones procedentes de Hollywood, nos venden su “american way of live” a través de un cine cada vez menos imaginativo y gracioso. Se limitan a fabricar el mismo cóctel con los mismos ingredientes.
Pepe Alfaro
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5
29 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El popular cine de artes marciales y el spaghetti western compartían una pasión por la violencia trivializada a través de unas imágenes cocinadas a base de mamporros y tiros en las que el héroe de la función, casi siempre actuando en solitario, era capaz de deshacerse de una legión de villanos, gracias a unas inacabables habilidades saltarinas y a unas pistolas de carga inagotable. Bruce Lee y Sergio Leone dotaron a aquellas películas de unas señas de identidad claramente reconocibles para el gran público, y cuya influencia se puede rastrear en muchos films de acción, pero ha sido el director Quentin Tarantino el mejor compilador de las esencias de ambos géneros, con su particular culto a una estética envuelta en fotogramas rojos salpicados de sangre, sus diálogos ingeniosos cargados de humor impúdico y su música recuperada para integrarla sin estridencias.
El cine actual sufre una corriente de personajes casi sexagenarios dotados de unas habilidades demoledoras para deshacerse de una caterva infinita de enemigos, y que permite a pasadas estrellas encabezar de nuevo el reparto de este tipo producciones. La veda la abrió el norirlandés Liam Neeson (61 años), que ha tenido dos ocasiones para vengarse de las bandas de albano-kosovares que osaron secuestrar a su hija; el último en incorporarse será Denzel Washington (59), que a las órdenes de Antoine Fuqua dará cuenta de las mafias rusas dedicadas al tráfico de mujeres en The ecualizer: El protector a partir de septiembre. Las dos entregas de Venganza protagonizadas por Neeson estaban producidas por el padrino del cine francés Luc Besson, que con la primera obtuvo unos beneficios impensables al multiplicar por diez la recaudación con respecto a lo que costó. El negocio estaba montado para hacer la misma cesta cambiando sólo el tono de los mimbres. El resultado se titula Tres días para matar, protagonizada por un achacoso Kevin Costner (59) al borde de la jubilación como un agente de acción de la CIA aquejado de una enfermedad terminal.
Además de productor, Besson es coautor de un guión que repite muchos de los esquemas argumentales, al tiempo que trata de incorporar algunos toques de humor con efectos desiguales (aquí el toque Tarantino se antoja del todo inaccesible). En este caso la historia se desarrolla íntegramente en la ciudad de París, donde el agente interpretado por Costner trata de recuperar el tiempo perdido con su hija y su esposa durante los años que estuvo dedicado en cuerpo y alma a las misiones de la Agencia de Inteligencia Americana. Al tiempo que atiende a su hija se ve obligado a cumplir la última misión que consiste en deshacerse de una peligrosa banda dedicada al contrabando de potentes armas (el macguffin de la película), procedentes de los desmantelados arsenales de las antiguas repúblicas soviéticas. Al contrario de lo que cabía suponer, el final de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín no han supuesto, en absoluto, el final de los argumentos en la procedencia de los villanos de la función, siempre pintados de rostros angulosos y acentos delatores.
En cualquier caso, los Tres días para matar de los que dispone Ethan (Costner) serán suficientes para demostrarnos la capacidad del veterano agente para deshacerse de varias decenas de sicarios sin apenas sufrir un rasguño. Claro que el director McQ (cuyo mejor crédito hasta la fecha es la última entrega de la saga Terminator) no se me antoja un epígono especialmente destacado de Tarantino, ni mucho menos.
Pepe Alfaro
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