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Críticas de Polimnia
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Críticas 49
Críticas ordenadas por utilidad
8
18 de julio de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clac, clac, clac, que tristes las bolas de billar, así entran y entran y vuelven a entrar. Pero solo caen. Clac, clac, clac el sonido más bello para el desgraciado "El buscavidas" (Robert Rossen, 1961).

¿Lo habéis oído? “El rápido” Eddie Felson (Paul Newman) se atreve con el Gordo de Minnesota (Jackie Gleason). Pero ¿qué podrá hacer un desmandado y un perdido como Felson, contra la siempre perfecta compostura del Gordo? ¿Basta la ambición, cierto talento y la pura adrenalina del juego, combinada con litros de alcohol y decenas de cigarrillos? Sin duda, no. La inestabilidad nunca es buena consejera, y menos si el encargado de repararla es un proxeneta del juego, primero el simplón Charlie (Myron McCormick), y después Bert (George C. Scott), una tortura.

Sarah (Piper Laurie) se siente vieja, y no se equivoca, lo es. Está herida y quebrada, su ser es irreparable y solo queda el whisky. Una mirada en la cafetería vacía de la estación, a altas horas de la noche es suficiente. Siempre lo es. ¿Qué son Sarah y Eddie? Lo mismo. No obstante, qué alegría íntima es amar y sentirse amado, qué sonrisa más pura provoca el amor.

Sorprendentemente, Sarah sería la fuerte de la relación. Eddie es un polvorín, para qué hablar de su físico, si tuviera templanza, si supiera ahogar sus demonios -y no en alcohol- podría conseguirlo absolutamente todo. Pero nada le interesa excepto el billar y buscar consuelo para su orgullo en los bajos fondos… ¿No sabías Eddie que bajar al infierno era peligroso para tu ebúrnea apostura y tus torpes estrategias? Suerte que te rescató Bert ¿verdad?

Bert te lo da todo, es decir, dinero y además deja que te lleves a la enteca de tu novia, bah, todo será fácil y si tú confías en Bert…¿Qué más se puede pedir? Magnífica Sarah, tú sabías que Eddie Felson no era ningún perdedor, tú lo conociste, tú lo llegaste a atisbar detrás de sus ademanes de “angry young man”. Los demás tan solo lo manipulaban a su antojo para después tirar el juguete roto. Aunque el dinero es el dinero y no debemos ser sentimentales y mezclar las cosas, Bert ciertamente sabe llevar las cuentas.

Pero Eddie, tú no tienes porqué naufragar… Aún te queda algo para morir tranquilo, ganar al Gordo de Minnesota; o ¿es a ti mismo a quién debes ganar? Igualmente ya no perderás nada.

Qué sabrán esos perdedores, nadie juega como tú, sin embargo… ¿comenzar de nuevo en las garras del billar? Ah, y ahora te quieren ¿no? Ahora se arrastran por ti, querido Eddie, el día llegó, pero a qué precio… La desorbitada cantidad que costaron tu inmadurez, tu inconsciencia y tu miedo.

Crítica completa en: http://www.ojocritico.com/criticas/querido-eddie-nos-jugamos-tu-caracter/
Polimnia
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5
29 de septiembre de 2014
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal vez tendríamos que dirigirnos a Bette Davis para saber el precio de ser una mujer fuerte en la industria del cine norteamericano, y así, a la vez, podríamos preguntarle cómo Joan Crawford y Marlene Dietrich consiguieron liderar dos westerns, siendo, precisamente, mujeres.

Aún así, debo ser sincera y confesar que "Encubridora", traducción/adaptación más o menos ridícula/explícita de "Rancho Notorious", que en este paralelo nos favorecerá, ya que desplaza la atención del espacio principal de la película, a la cualidad de su protagonista; es un western que al lado de "Johnny Guitar" (Nicholas Ray, 1954) queda ostensiblemente ensombrecido y superado. Pero "Encubridora" guarda una curiosidad más, sabíamos del desembarco de Dietrich y Lang en Hollywood, pero ¿Fritz Lang dirigiendo un western en 1952? Aunque sea por el prurito de ver al pionero vienés nadar intentando guardar la ropa, resulta divertido.

Tanto Vienna como Altar habían pagado un alto precio por conseguir conquistarse, pero aún la protagonista de "Encubridora" había tenido mayor suerte que su compañera. La acompañaba el hombre que amaba, Frenchy Fairmont (Mel Ferrer), el pistolero más afamado de la región, precisamente, como Johnny Guitar (Sterling Hayden), aunque este quería dejar atrás esa faceta, no era solamente un criminal; desgraciadamente, Frenchy no fue capaz de esa toma de conciencia, y frustró la de Keane.

Puede que la mayor desgracia de Vienna fuera la de la total asunción de su situación, su destino y su expiación, abocada a la pura suciedad de Dancin’ Kid (Scott Brady) y su banda, y al hostigamiento convertido en costumbre del pueblo. Y la soledad y la desconfianza. La tensión continua. Qué tristeza que una mujer fuerte e independiente como Vienna tan solo inspirara temor y debiera ganarse el respeto a base de tiros, y no pudiera desprenderse de la verdad a gritos…

Y Emma, una naturalísima e instintiva Mercedes McCambridge, uno de los que posiblemente sea de los peores papeles femeninos que puedan verse en pantalla, levanta el ensañamiento de la población, pero por la más baja condena y auto-degradación, los celos. Aunque si supiera realmente a quién ama Vienna… No me cansaré de reclamar el protagonismo de Emma y Vienna, a las que el título de "Johnny Guitar" no les hace justicia, especialmente a la protagonista, sin duda, su personaje desborda en envergadura al del músico. Además, es una pena que el personaje de McCambridge haya sido juzgado tan injustamente, efectivamente por la antipatía que despierta, pero no se la puede reducir simplemente a una mujer “mala”; y no caigamos en reducir su perfidia a veleidades amorosas. Tampoco seamos cursis, ya que Johnny Guitar también puede verse como una magnífica y certera crítica a la infame “Caza de brujas”, una lacra más del McCarthismo.

Altar vive feliz con el esporádico Frenchy en su rancho, conocido como "Chuck-a-luck", la inconstante fortuna les sonríe en su aislamiento, y el 10% de los botines que la exbailarina cobra a sus criminales huéspedes, parece que sirve para mantener boyante la explotación. Puede que Altar Keane ya fuera una mujer abocada a la prostitución, profesión que encubría con la de cantante, antes de conocer a su amor; pero con este, se enzarzó plenamente en el oficio de la complicidad. Sin preguntas, sin necesidad ni voluntad de conocimiento, solo lo acordado. Pero la complicidad tácita tan solo es un miedo que pretende enmudecer el remordimiento, descubrir la procedencia de esas descomunales cantidades de dinero y esas joyas… de ese bello broche que le permite la noche de su cumpleaños volver a ser mujer.

Escasas y simbólicas veces las veremos vestidas con un atuendo femenino; no cometeré el error de enjuiciar anacrónicamente estas películas, y más cuestiones tan delicadas que nos afectan a todos, pero tanto Vienna como Altar no pueden permitirse ser mujeres. Y de acuerdo que estos films vinculan tal sexo a la belleza física, la coquetería, la volubilidad y especialmente, a la carencia de una personalidad fuerte y decidida, y a la inferioridad respecto al hombre, a ser un mero juguete de sus impulsos. Pero al fin y al cabo, las dos protagonistas deben negar su identidad, una parte de sí mismas para “masculinizarse”, siguiendo en ello cierto patrón de masculinidad también muy restringido; y gracias a este ardid, caen en uno de los mayores errores de todos los machismos y feminismos: negar los sentimientos por temor a la debilidad. Por esta regla de tres, en "El hombre que mató a Liberty Valance" (John Ford, 1962), Hallie (Vera Miles) debería haber escogido a Tom (John Wayne) antes que a Ransom (James Stewart)… Y Vienna debería haber renegado de Johnny…

Mientras Vienna se volverá ebúrnea, la renombrada Altar ostentará en su cumpleaños un esplendoroso vestido sureño, aunque no tanto como el terciopelo de Scarlett O’Hara, además de un lacerante broche para Vern (Arthur Kennedy), como lo será el reloj del Indio (Gian Maria Volonté).

"La muerte tenía un precio" (Sergio Leone, 1965), segunda parte de la trilogía del "Dólar", serie ayudada en español por unas adaptaciones de los títulos tremendamente efectistas, aunque cabe reconocer que mejoraban significativamente los originales y casaban perfectamente con la idiosincrasia leoniana; resulta, en mi impopular opinión, la mejor película de las tres, ya que Leone consigue trascender el maniqueísmo clásico de los personajes del western clásico y del suyo en particular, y todo ello está contenido en el carillón “proustiano” que estremecerá eternamente al Indio, que afortunadamente no fue un personaje desaprovechado como el simple abyecto de Kinch (Lloyd Gough).

Reseña completa en: http://www.relatoenmarcado.com/2014/09/29/encubridora-johnny-guitar-la-muerte-tenia-un-precio/
Polimnia
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6
16 de diciembre de 2014
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Saben los que me leen y me conocen que no suelo citar los premios al referirme a ninguna categoría artística, prefiero, aunque suene torremarfilista, ceñirme a la máxima juanrramoniana. Pero al informar sobre un festival, lógicamente, el tratamiento es distinto, y los galardones sí influyen en las expectativas, o decepciones, que genera una película.

Al comienzo del REC 2014, allá por el jueves 4 de diciembre —una vez acaban estos actos ¡qué lejanos se hacen! ¡Cuánto tiempo parece haber transcurrido desde su inicio a su final! En fin, el tiempo, que es muy malo— se proyectaron dos películas que quedaron bastante olvidadas, justificada e injustificadamente: "Quod erat demonstrandum" (Andrei Gruzsniczki, 2013), fuera de concurso; y "52 Tuesdays" (Sophie Hyde, 2014). Y he escogido ocuparme de la opera prima de la directora australiana.

Estos son todos los galardones que le han otorgado desde su estreno: Augie Award, de la Australian Writers’ Guide, a Matthew Cormack, guionista; Crystal Bear y Siegessäule, de la Berlinale; Audience Award, del Melbourne Queer Film Festival; Directing Award, en Sundance; y el Bill Sherwood Award, del Toronto Inside Out Lesbian and Gay Film and Video Festival, como mejor ópera prima.

Los distintos jurados del REC decidieron no otorgarle ningún premio, aunque por lo que pude oír, entre el público gustó bastante, pero este también votó por otra. Observando la lista de trofeos, hacen referencia, en su inmensa mayoría, a la lectura más sencilla de la película, es decir, al cambio de sexo de una mujer, concretamente, una madre, divorciada, de una adolescente.

En mi opinión, y desviándome del tema más evidente, "52 Tuesdays" utiliza una fórmula, muy explotada hoy en día, y al fin y al cabo, siempre, y es intentar vender algo viejo como nuevo. Y de acuerdo, “nihil novum”. Parece que a Hyde le gustó demasiado también otra ópera prima, la de Steve Soderbergh, "Sex, Lies and Videotape" (1989); y si hablamos de los tríos de amigos, la herencia, influencia, precedentes y exégesis nos puede dar para un tomo. Incluso, el ritmo y formato acaba siendo casi de episodio de serie, por lo que tendríamos todas las temporadas condensadas en una película. Y es por ello, que también sería cuestionable el funcionamiento de la estructura circular.

Vamos allá. Nos encontramos en la actualidad, en Australia. Unos padres divorciados al poco de casarse, pero bien avenidos y con sus vidas ya rehechas, tienen una hija adolescente, Billie (Tilda Cobham-Hervey), de 17 años, responsable, madura, simpática, amable, obediente; una buena chica que acepta los modernos estereotipos que son sus padres divorciados, y que es también el compañero de piso de su madre, su hermano, un rockero cuarentón con vocación de treintañero eterno.

Pues Billie siempre había vivido con su madre (Del Herbert-Jane), pero cuando esta decide convertirse en hombre, decide que su hija viva con su padre, Harry (Mario Späte). La adolescente no lo acepta de buen grado, y prefiere engañarse a sí misma pretendiendo que digiere ese tremendo cambio como algo banal; pero no puede estar separada de su madre, a la que quiere y con la que ha tenido hasta ese momento una estrecha relación de amistad; por lo que también la acompañará a sus sesiones con el psicólogo y hará todo lo posible por facilitarle el proceso y mostrarle su apoyo. Pero el trato siempre será el mismo: se encontrarán todos los martes por la tarde. Los 52 martes que tiene el año. De ahí el título, y de ahí el formato de la película, porque solo veremos lo que ocurre cada martes entre madre e hija; entre la muchacha y sus nuevas amistades; y entre el nuevo padre y su recién estrenada identidad y novia (Danica Moors).

Pero lo que no sabrá la madre, ahora padre, ahora James, es que su hija, que sale a las 22h de su casa, se encuentra con unos amigos hasta las 00h, Jasmine (Imogen Archer) y Josh (Sam Althuizen), precisamente, en el local de ensayo de su tío, que se lo presta tan tranquilamente para pasar el rato con sus colegas. Demuestra Hyde una gran sensibilidad al mirar a la joven de 17 años, ya que por primera vez, Billie tiene un espacio y unos amigos propios, por primera vez no es la “hija de”, ni la “sobrina de”, por primera vez puede ser una mujer en sí y por sí misma.

Reseña completa en: http://www.relatoenmarcado.com/2014/12/15/el-riesgo-de-florecer/
Polimnia
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4
24 de diciembre de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es por ensañarme y envanecerme gratuitamente, pero no entendí que el público aplaudiera "2 automnes, 3 hivers" ("2 otoños, 3 inviernos") (Sébastien Betbeder, 2013), una película, para mí, tan impostada como la supuesta melena leonina de Vincent Macaigne, y el presunto parecido de Maud Wyler con una mujer exquisitamente retorcida a lo Catherine Deneuve, o a actrices bergmanguianas, como Liv Ullmann e Ingrid Thulin.

Atinadamente, tampoco fue premiada por ningún jurado del REC 2014. Es una película francesa, al estilo francés convencional, no le faltarán los éxitos, ni popularidad entre los “hipsters” recién horneados. Aún así, de momento solo ha obtenido un trofeo: el Special Jury Award, del RiverRun International Film Festival.

La película está divida en varios episodios, y se centra en el desarrollo de la vida de pareja de Arman (Vincent Macaigne) y Benjamin (Bastien Bouillon), dos amigos ya desde la universidad. Y cómo no, habían estudiado Cine, primero en Burdeos, y luego se trasladaron a la capital francesa. Por si fuera poco, Betbeder tiene la intención de que abunde el metacine en su película, por ello, se citan explícitamente a Éric Rohmer y Robert Bresson. Pero es un poco sonrojante que el cine francés haya llegado a convertir en tópicos tan edulcorados los elementos más caducos de su propia Nouvelle Vague, y además, los explote sin ningún tipo de pudor o respeto (¿existe?) por ese movimiento.

Los capítulos (no sé si se debe a que ese viernes 5 de diciembre ya llevaba dos películas en mis lumbares y en mi capacidad de atención) acaban quedando olvidados, se comprende que designan los progresos de la educación sentimental de los personajes, pero la verdad, es que no recuerdo ni un solo título. Además, los personajes se dedican a confesarse ante el espectador, y sinceramente, ya no sé si este mecanismo acababa de funcionar en la figura del narrador omnisciente de "Jules et Jim" (Truffaut, 1962) y "Les deux anglaises et le continent" (Truffaut, 1971). Soy honesta y reconozco que esas son dos de mis películas favoritas de François, pero es arriesgado atreverse a realizar una adaptación literaria tan extremadamente fiel hasta la coma. 2 automnes, 3 hivers aligera esta estrategia con confesiones que bailan entre el peor Truffaut – el Antoine Doinel y el Godard más “boutade” – y el, siempre recurrente, Woody Allen. Tal vez Allen cae tan mal a algunos, por el mal uso que han hecho de su estilo terceros directores.

La historia en sí no tiene demasiada enjundia. Personajes cerca de la treintena, o de los treinta y cinco, preocupante momento, ya que para esa generación, a esa edad, ya no hay ni un matrimonio estable, ni hijos, ni casa, ni hipoteca, ni perro, ni seguridad, ni nada. En fin, toca ir de jóvenes eternos, no queda otro remedio. Pues Arman conoce a Amélie (Maud Wyler), y Benjamin a Katia (Audrey Bastien) a través de diversos avatares, bastante graves, pero suavizados por el humor. Sin embargo, una parte de ellos es incapaz de participar en la relación con el otro, de compartir y compartirse.

Amélie teme el compromiso, o más bien, hacerse mayor. Le cuesta enormemente aceptar los cambios; y al fin, después de todo, acaba volviendo con Arman. Más que amor, tal vez les une la necesidad de saber que hay alguien al otro lado. Arman no soporta el paso del tiempo sin cambios, ningún tipo de evolución… y descubrir que tu exnovia acaba de tener un hijo.

Benjamin había sido siempre feliz, simple e ignorantemente feliz, pero desde su enfermedad descubre un miedo que nunca había sentido. Miedo a la muerte que en realidad es miedo a la vida. Pero no puede confesárselo a su joven amada Katia, la logopeda en prácticas que le atendió en el hospital. Y por ello, es más entretenido complacer el “horror vacui” que le provoca el silencio hablando de cocina; y consolar a Arman de sus continuas desilusiones pueriles.

Si Sébastien Betbeder no se hubiera entretenido en la larga primera parte de la película, tal vez hubiera podido trazar bien el conflicto, haber hecho participar de él a la desdibujada Katia y su familia; y transmitir al espectador el final que realmente tendría sobre el papel. ¿La duda de la existencia del amor? ¿La utopía de la confianza de pareja? ¿La imposibilidad de conocerse a uno mismo y al otro? ¿Seguir adelante a pesar de los miedos y los tropiezos…?

Reseña completa en: http://www.relatoenmarcado.com/2014/12/17/ninguna-primavera/
Polimnia
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Esto no es California
Documental
Alemania2012
7,2
68
Documental
6
18 de noviembre de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La segunda entrega del ciclo "Off the Wall" nos reservaba un trepidante cambio en el modo respecto de "Aquello que amamos" (Jacek Borcuch, 2009): "This ain’t California" (Marten Persiel, 2012). Y no es tan solo apta para skaters o aficionados.

Marten Persiel descubre al espectador occidental, en este caso, que en la RDA de los años 80 también existía juventud como en la Occidental, y adolescentes díscolos e impertinentes, que no deseaban formar parte del maquinal sistema igualador. Su forma de rebeldía consistía en una regresión permanente y deseada a la infancia, rodar. Rodar sobre una tablilla con ruedas, en la mayoría de los casos, fabricadas por ellos mismos. La inutilidad e insignificancia al poder. Quién sabe si esa falta de objetivos, ese divagar y divertirse porque sí no sean la verdadera esencia humana…

Pero "This ain’t California" trasciende el mero documento informativo o de alabanza a esa generación y divertimento. Este documental, que veremos si lo es, consigue comunicarle al espectador, a priori no aficionado al skate, como es mi caso, la idea de que este deporte constituyó la identidad de esos jóvenes del bastión comunista. Es curioso, porque en un momento del film, la voz en off comenta que en la Alemania comunista nadie hacía nada sin que la acción tuviera un objetivo determinado, de ahí, que ver a sus adolescentes, el futuro de su nación y comunidad, rebajándose a patinar por las calles, en lugar de formarse en uno de los múltiples tentáculos del sistema, les enervaba, desconcertaba y aterraba. Sin embargo, ¿no era así en el resto del mundo? ¿No es así?

Y a nivel genérico suscita aún más a vislumbrar la intencionalidad. A la audiencia nos fue presentado como un documental, así que ¿por qué no? Debía ser verdad. Un documental muy dinámico, con mezcla de imágenes, y grabaciones de archivo y aficionados de la época, en Super 8, del blanco y negro sepia al color más saturado y primario; banda sonora punk-rock del momento; animación, algo simplona, aunque se comprende su propósito laberíntico y negreante… Nada nuevo. Pero la historia está construida alrededor y en homenaje de Denis Paracek apodado, muy adecuadamente, como “Panik” (pánico) y se sitúa en la actualidad, cuando sus amigos, antiguos “Wessis” (alemanes occidentales) y “Ossis” (alemanes orientales), se reúnen para asistir a su funeral. De ese encuentro surge la analepsis que nos retrotrae a los 80 y comienzan a relatarse los avatares de Panik y sus secuaces.

¿Cuál puede que sea la única verdad acerca de Denis? Su fallecimiento en Afganistán, su participación en certámenes de skateboarding, su infancia de nadador profesional… Nada más que un nombre en unas cartillas. ¿Pero era ese, el talentoso skater? ¿Era el hijo maniatado, incapaz de aceptar el destino que le habían impuesto, un Edipo que opta por controlar su vida incluso contra su propia naturaleza? ¿El líder de la pandilla, escandaloso, punk, vanidoso y competitivo, que necesitaba desfogarse del control férreo del sistema? ¿El Denis que en privado leía y hablaba tranquilamente, amable sin ningún tipo de descontrol? El conocimiento es una falacia. Y además, ¿qué puede ser verdad en la ficción? ¿Acaso Persiel no buscaba transmitir una visión del mundo del skate en la República Democrática Alemana? ¿Y el montaje? Quién tiene el poder de barajar las cartas es un demiurgo. Y no seamos tan ingenuos de creer ni por un segundo que la objetividad se dignó a existir.

Por los mentideros de Internet corren muchos rumores acerca del membrete que corresponde pender de This ain’t California y muchos espectadores se sienten estafados y lo tildan de falso documental, ya que el director mezcla fotogramas de archivo con escenas grabadas por su equipo… En varias entrevistas, Marten Persiel ha confesado que en su opinión es un documental, pero para divertir e implicar emocionalmente al espectador ha recurrido a la grabación de imágenes, por lo tanto, a la invención.

Sinceramente, me parecen entelequias. Aunque a pesar de ser esta grabación del subgénero que quieran prescribirle para conseguir la perfección del sueño, y de aprovecharse el equipo de polémicas ligeras; la obra de Marten Persiel debe verse por sí misma. Para el skater será, indudablemente, divertida y seguramente podrá conectar con el concepto que ofrece la película de esa práctica; y para el aficionado, puede convertirse un modo de introducirse en tal tribu urbana, habitualmente lastrada de prejuicios, junto a los punks, el break-dance y el hip hop. Resulta que en la Alemania Oriental también culebrearon los años 80.

En "Relato Enmarcado" seguimos el REC 2014!
Reseña completa en: http://www.relatoenmarcado.com/2014/11/17/la-verdad-de-denis-paracek/
Polimnia
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