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España España · Barcelona
Críticas de Eduardo
Críticas 1.293
Críticas ordenadas por utilidad
7
20 de octubre de 2011
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me quito el sombrero. Mantener al espectador en vilo 90' con un único actor encerrado dentro de un ataúd, con la sola ayuda de un móvil, una linterna y algún otro adminículo (incluida una pitón de no te menees) es un logro que sólo el viejo Alfred podría haber logrado. Le imagino rascándose la barbilla y preguntándose, ¿de dónde ha salido este tal Cortés? Ésa es la película, lo que no te deja abandonar la butaca ni un segundo, aunque de paso te informa sobre la guerra en Irak y la moralidad de los implicados en ella (Cortés se deja de tonterías y va al grano, demonios, que el tiempo apremia). Reynolds está que se sale,aunque al final no lo consiga, y nos encontramos ante uno de los ejercicios cinéfilos/cinematográficos más fascinantes de la primera década del siglo XXI. No apto para claustrofóbicos, of course, ni para amantes del cine pim-pam-pum (Michael Bay, Jerry Bruckheimer y similares energúmenos). La película funcionó en taquilla sin necesidad de F/X ni fuegos artificiales. Por una vez, la inteligencia se impuso.
Eduardo
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3
18 de enero de 2011
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver películas de Tinto Brass ya indica la clase de tipejo que es uno: vamos a ver en pelotas a alguna de nuestras tías favoritas. Ya nos hizo un favor desnudando a Stefania Sandrelli en La chiave, y ahora el objeto de nuestros cosquilleos es Anna Galiena, maravillosa criatura, como diría Gianna Nannini. La película retoma la excusa de los uniformes nazis y las señoras ligeras de ropa, como si hubiéramos retrocedido a los años 70, y Brass fustiga al espectador con saña sugiriendo que está haciendo un remake de Senso. Pobre Luchino, me lo imagino retorciéndose en su tumba entre espumarajos de rabia. Utiliza diálogos dignos de un patio de carmelitas, y cuando aplica presunta poesía a una felación, dan ganas de abrir una botella de vino y brindar por su santa madre (lo hice). Anna enseña y enseña, y sufre y sufre a manos del diabólico Garko, guapo y bien dotado, qué diablos. Cuando uno se cree curado de espantos, Brass se monta una orgía de obra de fin de curso (eso sí, con algún toque porno), que en lugar de provocar erecciones provoca inhibiciones, pero qué mala suerte, ya es demasiado tarde para tascar el freno, de modo que continúas hasta el predecible final y el incansable desfile de ropa interior. Anna se lo toma con filosofía (con esos atributos, bien puede), y uno se pregunta qué fue de aquella actriz que creíamos predestinada a otros menesteres. La película es, eso, floja, siendo misericordioso, y los tres puntos van por las prestaciones de la espléndida Anna Galiena.
Eduardo
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7
8 de febrero de 2012
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oh-so-british. La verdad es que no la había visto desde pequeñito, pero como acaba de salir en DVD me la merqué aprovechando las rebajas. Mi memoria no me había engañado. He aquí un excelente ejemplo de cine británico, centrado en el atraco que insinúa el título, llevado a cabo por un puñado de ex-militares a cual más corrupto (tenemos desde un cura pederasta hasta un pronazi encubierto, nada menos). Sospecho que la censura de la época debió alterar no pocos diálogos. El comando, al mando de Jack Hawkins, prepara con disciplina y técnicas marciales lo que debía ser el atraco perfecto, pero estamos en 1959, los Beatles aún no habían arrasado el mundo y, por tanto, todavía regía la moral victoriana, así que el final es el que cabía preveer (ver spoiler). El reparto es un lujo. Basta con leer los créditos. Se impone, por tanto, la VOS. El férreo guión es de Bryan Forbes, un tipo que alguien debería reivindicar algún día, porque aunque no legó eso que llaman obras maestras, sí escribió y dirigió un puñado de películas muy recomendables (La habitación en forma de L, Plan siniestro, The Whisperers, King Rat, La caja de las sorpresas). Aparece también su mujer, Nanette Newman, una señora que siempre despierta mi glotonería cuando la veo. Philip Green firma una dinámica banda sonora, y el conjunto final resulta de lo más estimulante. Una lección para jóvenes valores que lo fían todo al tremendismo, la taquicardia y el rosario de palabras soeces encadenadas.
Spoiler: es uno de los pocos casos en que valía la pena intentar una secuela: ¿imagináis juntos en la misma cárcel a los frustrados atracadores? La evasión está garantizada. Basta ver el saludo militar que dirigen a Hawkins los detenidos.
Eduardo
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7
5 de abril de 2018
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parafraseando a Woody Allen (yo creo en ti, Woody), siempre parece que los judíos poseen el monopolio del sufrimiento, un producto que han vendido muy bien durante miles de años (incluso cuando practican el genocidio con los palestinos fingen que son ellos los que sufren más), pero antes del Holocausto hubo otro crimen gigantesco, a principios del siglo XX, perpetrado por los turcos (otros que tal) contra los armenios. Hoy hacen lo mismo con los kurdos, pero como nadie aprende la lección, Occidente mira hacia otro lado. Pero hablemos de la película.
La promesa nos cuenta la historia de este holocausto con ansia didáctica e informativa, dirigida a aquellos que ignoran ese lamentable suceso histórico. Para ello hilvana la odisea de tres personas que participaron en la dramática huida hacia el mar de unos cuantos miles de fugitivos, donde les esperaba un buque de guerra francés para acogerlos. Mikael (correcto Oscar Isaac) es un estudiante de medicina que traba conocimiento con Cris Myers (normalito Christian Bale), un corresponsal estadounidense empeñado en contar la verdad de lo que está sucediendo, cuya pareja, Ana (notable Charlotte Le Bon), se enamora del estudiante. Durante las dos horas de metraje asistimos a las masacres y destrucciones que lleva a cabo el ejército otomano, con absoluto desprecio por los derechos humanos y los que fueran. Como ya he dicho, la película es didáctica y nos instruye incluso sobre la postura del embajador estadounidense (James Cromwell en una breve aparición), cuando ha de intervenir para que Myers no sea enculado cual Lawrence de Arabia cualquiera o algo peor. De esa forma nos hacemos una idea aproximada del horror que supuso ese inicuo crimen. Conviene mencionar la excelente fotografía de Javier Aguirresarobe y la emotiva música de Gabriel Yared. que contribuyen a magnificar el dramatismo de las imágenes.
Un canto a la supervivencia y al deseo de un pueblo de afirmar su existencia ante los peores momentos de su historia. Muy interesante.
Eduardo
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7
7 de febrero de 2015
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encanta ver que Ettore Scola, a sus 84 años, sigue reinventándose a pesar de todo. Tras un silencio de 10 años, volvió en 2013 para rendir un sentido homenaje a su gran amigo Federico y, de paso, a unos cuantos compañeros de viaje ya desaparecidos: Marcello Mastroianni, el trasunto de Fellini, Steno, prolífico director de películas poco memorables, o Ruggero Maccari, con el que tantas películas maravillosas había escrito Scola (El estafador, Fantasmas de Roma, La escapada, Monstruos de hoy... La lista sería interminable). Rodeado de espectros, Scola revive sus años de juventud, sus comienzos en una especie de Charlie Hebdo de la época, su encuentro con Fellini, con Steno, con Maccari... Los fantamas pasean por el fantasma de Cinecittà, resucitan el rodaje de La dolce vita, pasean de noche por Roma, la Roma tan bien retratada por Fellini, y junto con ellos recorremos un fragmento irrepetible de la Historia del Cine, ese cine italiano de los años 50 y 60, en que no sólo descollaba el fenomenal triunvirato Fellini-Visconti-Antonioni, sino una serie de directores que hicieron de Italia un paraíso cinéfilo, Los Pasolini, Monicelli, Zampa, Pietrangeli, Risi, por supuesto, Comencini, el propio Scola... Y otros que olvido en este momento. Mezcla de película y documental, esta cinta merece el visionado de todo aficionado que se precie de serlo, aunque sólo sea para derramar una lagrimita de nostalgia por una forma de hacer desaparecida para siempre.
Eduardo
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