Tenemos a C. Thomas Howell, (que venía de rodar Rebeldes de Coppola y aquella psicotronica película del nunca suficientemente bien ponderado John Milius, llamada Amanecer rojo e inmediatamente antes de Carretera al infierno), como un tipo que al querer entrar en Harvard, se encuentra en que solo hay plazas para un estudiante negro, ante lo cual se le ocurre la disparatada idea de embadurnarse de negro y presentarse para ocupar dicha plaza. Entretenida y divertido dislate, rodado por el cachondo de Steve Miner, en una época, en la que afortunadamente el orwelliano concepto “políticamente correcto”, no existía y que como plus, cuenta en su reparto con la deliciosa hija de Thomas “Como humo se va “Chong, (Rae Dawn Chong) y de una chocante Julia Louis-Dreyfus pre Seinfeld.

No me gusta comentar una serie, hasta que no he visto al menos una temporada, pero en este caso, tras enchufarme los primeros seis episodios no he podido resistirme. Tenemos una banda de moteros outsiders mafiosos, que se rigen por unos códigos algo anticuados para los tiempos que corren, lo cual les supone un continuo enfrentamiento con las bandas rivales, (nación aria, mexicanos y demás) y con la nueve hornada de rectos policías, aparte de luchas interinas. Liderados por Ron “Hellboy” Perlman, el cual interpreta el papel de la pareja de la viuda del antiguo jefe de la banda, la maravillosa Katey Sagal (la señora Bundy de Matrimonio con hijos), que por cierto se come la pantalla interpretando a una especie de Tony Soprano “ad hoc” y un plantel de secundarios bastante apañado, las tramas, pese a tener detrás a los creadores de la poderosa "The Shield", no son nada de otro mundo, pero el conjunto es muy entretenido. Hay acción, motos, muchachas macizas y rebosa testosterona. No será pasto de sesudos coloquios, pero al menos en mi caso es una agradable y fresca novedad. Los episodios, junto a los correspondientes subtítulos son fáciles de encontrar en la red prácticamente al día siguiente de su emisión en los USA.

Aburridísima masturbación fílmica, a mayor gloria del inefable Haneke, realizada para solaz de sus numerosos e inteligentes acólitos, que son capaces de reconocer el arte que por lo visto este tipo tiene a toneladas, donde yo solo veo una cargante soplapollez sin pies ni cabeza, y lo que es peor aburridísima.

Cuando Elizabeth Shelley (Patty Mullen), novia del electricista y neurocirujano aficionado Jeffrey (James Lorinz) sufre un accidente en el cual resulta hecha picadillo por un cortacésped, este logra distraer la cabeza, el pie, una mano y poco más, para aprovechando sus autodidactas conocimientos de neurocirugía (como sustitutivo de las drogas y dado su conocimiento del cerebro utiliza un taladro con el que a través de diferentes brocas aplicadas en diferentes partes de su cabeza, colocarse a modo) y que para dentro de 2 días está anunciada una tormenta eléctrica (el hombre del tiempo de la televisión dice que es ideal para mad doctors en su alocución), sale a buscar piezas entre las prostitutas de la calle con que recomponer el cuerpo de su adorada novia al mejor estilo Víctor Frankenstein.
A partir de aquí, primero con Jeffrey negociando con chulo y putas un encuentro para una fiesta en la que tiene pensado hacerse con los mejores trozos de las putas y luego con la Frankehooker (traducido sería algo así como “Frankeputa”) suelta por las calles sembrando la destrucción a su paso y Jeffrey tratando de encontrarla, el cachondo de Frank Henenlotter que ya nos tenía sobre aviso de cómo se las gasta con “Basket Case ¿Dónde te escondes, hermano? 1982” y “Brain Damage 1988”), nos vuelve a dar más de lo mismo, abundante carne femenina al desnudo y aun más abundante casquería de esa en plan descacharrante y resultona (tipo “El motel del infierno 1980” o “Fonda Sangrienta 1987”) que a poco que no te la tomes en serio te hará pasar un rato verdaderamente entretenido con este dislate con rompedor aroma ochentero (o neo noventero).

Película realmente entretenida, narrada con pulso, con un Juanjo Puigcorbe en plan action hero, realmente soberbio metido en la piel de este padre que sale a la noche madrileña en busca de su hija adolescente, (adorable Leticia Dolera), deambulando de garito en garito y viéndose las caras con individuos de todo pelaje. Tanto como película de descubrimiento personal, como de aventuras en la gran ciudad está bastante lograda. Para mi supuso toda una agradable sorpresa, que a pesar del tiempo transcurrido desde que la vi, la recuerdo perfectamente, cosa que no puedo decir de tantas otras.