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Críticas de argonauta
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Críticas 39
Críticas ordenadas por utilidad
5
25 de enero de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El origen de esta historia está basado en una hipótesis “rumoresca”: William Shakespeare no fue William Shakespeare, o lo que es “casi” lo mismo, el bardo no escribió “sus” obras, si no que lo hizo un “noble” de la corte inglesa. No resulta fácil asumir este punto de partida, en especial, por que las razones que se aportan no son del todo convincentes. A pesar de ello, hacemos un esfuerzo para poder apreciar lo que se nos cuenta. Roland Emmerich nos vuelve a sorprender con una superproducción brillante que reproduce “majestuosamente” el Londres del siglo XVI. El problema, sin embargo, es que el punto de vista “inicial” nos coloca en el centro de una historia de intrigas palaciegas con unos personajes devorados por el afán de poder, incluido el propio “escritor”, que utilizará su pluma para conseguir objetivos políticos. La “plebe” tan solo está como “vasija” receptora de la noble poesía, que tan ilustre personaje anónimamente escribe. Lo sentimos, pero no es creíble. Nos parece más que improbable que el “verdadero” Shakespeare fuese Edward de Vere; nadie como un plebeyo para “tocar” el corazón de sus “iguales”; nadie como un actor para penetrar en los misterios y dominios técnicos de la escritura dramática. Una cuna noble no otorga la genialidad. Por todo ello, resulta ridículo que nos quieran convencer de que la más excelsa poesía que nunca se haya escrito en lengua inglesa tenga que haber sido escrita por un “ser superior”, es decir, un noble. Duele, en consecuencia, observar el dibujo que el guionista hace de la “imbecilidad” de William Shakespeare, presentándolo como un vulgar analfabeto putero, y trasladando toda la “grandeza” de corazón al decimoséptimo Earl de Oxford. ¿Es que los genios nacen exclusivamente entre paños de seda? La lista de personajes históricos geniales de humilde cuna es infinita, pero bastará con nombrar a Miguel de Cervantes, que fue contemporáneo del propio Shakespeare, y como él, elevó su lengua materna al altar de la excelencia. Este lastre condiciona la historia que se nos cuenta, a pesar de la magnífica recreación y boato de la corte de la reina Elizabeth I. En este caso, hubiera sido deseable participar en las desventuras y pasiones del populacho, tan “pobremente” representado en esta historia “clasista”, cuyos personajes aparecen tan fríos y distantes como reptiles de una especie condenada a extinguirse. La vida, la alegría de vivir, a pesar de ser la clase “despreciada”, estaba en el otro “lado”. Quizás por este motivo me estén dando ganas de poner en mi reproductor “Shakespeare in Love”, donde el joven Will, inflamado por un amor ardiente, escribe “beso” a “beso” una de las grandes cumbres de la literatura universal.
argonauta
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6
4 de marzo de 2012
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El cine adquirió en 1927 una de sus cualidades más expresivas: el sonido. Hoy, sin embargo, renuncia voluntariamente a ese recurso para componer una historia. No sólo se desprende de ese valor añadido, si no que recupera a conciencia la gesticularidad exagerada para suplir la ausencia de diálogos. El resultado de toda esta compleja batería de decisiones nos lleva a movernos en un terreno “novedoso” y “original” que, debido a la falta de proposiciones arriesgadas por parte de los productores, dota a esta película de la aureola de un puesto de prestigio por su diferencia. No nos parece que una producción muda, copiada hasta la extenuación de los recursos de sus viejísimas hermanas, pueda soportar una comparación de mérito con alguna de las películas realizadas en 2011. Sin embargo, tenemos que reconocer, que pese a las estridencias melodramáticas de la historia nos hemos divertido con las andanzas de George Valentin y su pequeño Terrier. La acción transcurre en plena efervescencia del cine mudo, y nos habla de las dificultadas de adaptarse a los cambios de una sociedad estadounidense frenética en pleno crack económico. Su paralelismo con el momento presente, y su melodramática historia de amor, granjean nuestra simpatía inmediata, a pesar de la conciencia de pérdida voluntaria de posibilidades expresivas. No obstante, Michel Hazanavicius demuestra en algunas escenas sus posibilidades creativas, al utilizar el sonido como un elemento más del conjunto, y la repetición de tomas como parte integrante de la maduración de la trama. La banda sonora resulta redundante pero necesaria para suplir la ausencia de sonido, consiguiendo una compleja y rica expresividad, casi obligatoria por las circunstancias. Los actores realizan un buen trabajo mímico, en especial Jean Dujardin, que nos regala en la primera mitad de la película un despliegue casi infinito de muecas, sonrisas y manejo del entrecejo virtuosísimos, acompañado del siempre fiel terrier que posee casi tantas posibilidades expresivas como su propio dueño. En definitiva, hemos seguido con interés este capricho retro, aunque todavía no podemos entender por qué renunciar a uno de los elementos expresivos más importantes que tiene en sus manos un director de cine. Esperemos que no cunda el ejemplo.
argonauta
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8
10 de marzo de 2012
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No hay duda; hay autores que nos hablan directamente al núcleo de lo que somos. En este caso, Fukunaga construye un andamiaje perfecto a la bellísima prosa de Charlotte Brontë. Utilizando la fractura temporal nos adentra en la melodramática historia romántica de Jane Eyre. Desde el principio, las imágenes y los silencios de Mia Wasikoska se nos agarran al alma. Su huida inicial, en desgarrador llanto a través de los páramos escoceses, nos introduce abrupta y directamente en una historia de soledad y lucha desesperada por la supervivencia. Poco a poco, se nos hace partícipes del mundo interior de Jane con un doble recurso: los saltos temporales nos adentran en la propia psique del personaje, obligándonos a participar activamente en la comprensión del momento presente; las circunstancias vitales han sido muy duras en su infancia, y la supervivencia emocional la ha conseguido por una defensa a ultranza de su propia dignidad. Esta postura de insumisión, va acompañada de un inteligencia brillante resultado de un largo proceso de reflexión y conocimiento. Los diálogos entre ella y Mr. Rochester brillan a gran altura, siendo tan valiosos los silencios como las propias palabras. La interpretación de Wasikoska y Fassbender roza lo sublime, arrastrándonos a un carrusel de emociones encontradas. Por otro lado, los acontecimientos van acompañados por una aureola de misterio que, de forma gradual, van a desembocar en un momento cumbre y trágico, donde felicidad y desgracia se funden al unísono. En definitiva, nos encontramos ante una excelente adaptación de uno de los grandes clásicos de la literatura universal, y nos quedamos con ganas de que sean muchos los directores que recurran a las viejas palabras para hablarnos de nuestro conflictivo presente.
argonauta
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4
18 de marzo de 2012
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las razones por las que hemos soportado el interminable metraje de esta historia es la firma de su director: Steven Spielberg. Es imposible desligar este nombre de los mejores momentos vividos a lo largo de los años en las salas de cine. Su olfato, casi infalible, para encontrar buenas historias y su personal estilo para abrillantarlas -¡aunque pocas se hayan convertido en “clásicas”!- nos ha hecho disfrutar de muchas horas de diversión. Por eso, nos duele especialmente asistir al visionado de este “capricho” en su etapa de madurez. A nivel formal es, sin duda, uno de sus mejores trabajos. El maestro sigue manteniendo esa capacidad para construir poderosas imágenes que resultan convincentes y atractivas. El problema se plantea cuando en una historia los conflictos quedan desdibujados o apenas señalados. Nos encontramos entonces con una amplia colección de “bonitas postales” que no están sostenidas por el elemento básico en atrapar el interés de una persona: la contradicción. La lucha de antagonismos no tiene suficiente nivel y se ve perjudicada por varias subtramas que perturban y debilitan la historia principal. De esta forma, nos desconectamos de lo que se nos cuenta, cayendo en un tedio que ni siquiera los bombazos de la artillería consiguen rebajar. Muy debilitados, como el equino protagonista, llegamos al final, suspirando aburridos y agradecidos por la palabra más importante de toda la película: Fin. A pesar de todo, les aseguramos que seguiremos asistiendo expectantes e ilusionados ante el próximo trabajo del maestro Spielberg, porque un fracaso no puede borrar la inmensa deuda emocional que con él tenemos.
argonauta
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