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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
7
26 de febrero de 2010
9 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es inevitable. El estreno del filme francés ‘Un profeta’ coincide demasiado en el tiempo con la buena racha de ‘Celda 211’ y su culminación en forma de Goyas. Imposible evitar las comparaciones. Si bien son diametralmente opuestas en el contenido, su envoltorio entre rejas obliga a enmarcarlas dentro de ese género llamado drama carcelario, aunque una se acerque más que otra a la definición estricta del concepto. La película de Jacques Audiard huye de la acción trepidante para adentrarse de manera más profunda en la realidad de una prisión sin renunciar a un denominador común como la violencia.

La primera hora de la cinta francesa deja en segundo lugar a ‘Celda 211’. Sin recurrir al motín carcelario como arranque eficaz, Audiard nos introduce, junto al protagonista, en una trama agonizante y, por momentos, aterradora. Malik El Djebena, un joven árabe de diecinueve años, ingresa en prisión para cumplir una condena de seis. Dentro le espera una bienvenida difícil de soportar, en un lugar donde las reglas están marcadas por una mafia de corsos y un líder implacable llamado César Luciani.

Escenas frenéticas, de apenas pocos segundos, nos van sumergiendo en un clima de tensión apabullante. Resulta más fácil ponerse en la piel de este recién llegado a chirona que en la del funcionario de prisiones enfrentado a Malamadre y a todo un ejército de presos amotinados. Simplemente por razones de verosimilitud. El Djebena no sólo encarna el espíritu de supervivencia que nos acerca a los instintos más animales sino también la dificultad de inserción de las minorías marginadas. La cárcel se presenta aquí como el lugar donde se llevan al extremo las fisuras sociales, donde el pez gordo se come al pequeño sin miramientos.

Pero la historia de El Djebena es la de una superación personal, de un estado de sumisión a otro de liderazgo, ganándose por el camino el respeto y la confianza de todos los frentes, incluidos los opuestos. Es en este punto de la película donde el relato adquiere unos rasgos distintos y pierde su trepidante ritmo inicial. Desde el momento en que el protagonista comienza a jugar sus cartas el filme se pierde en un mar de nombres y de actos confusos de difícil digestión.

Los 150 minutos suponen un lastre para el excelente planteamiento del filme. Ni siquiera el buen hacer del joven Tahar Rahim ni el carisma del veterano Niels Arestrup, totalmente a la altura de Luis Tosar, consiguen suplir la redundancia de las escenas finales. Es por culpa de la descompensación narrativa que esta batalla ficticia entre países vecinos la termina venciendo, por la mínima, el drama carcelario español.
polvidal
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9
9 de febrero de 2022
5 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Construir un lugar común, un microuniverso que solo dos personas pueden entender, es tan complicado de conseguir como de explicar. Es lo que les ocurre a los protagonistas de esta atípica historia de amor. Un adolescente con labia suficiente como para levantar un imperio de camas de agua y para conquistar a una veinteañera judía de lo más escéptica y mordaz. No pegan ni con cola, algo de lo que ambos son plenamente conscientes, pero siempre terminan volviendo a ese oasis indescriptible que solo ellos han sabido crear y comprender.

Si algo consigue Licorice Pizza es que entendamos perfectamente el sentimiento de sus dos protagonistas, el de sentirse culpables, ridículos, patéticos pero con la necesidad irrefrenable de regresar a los brazos de quien inexplicablemente nos seduce y nos entiende. Porque nada importan los demás, solo esa impagable sensación de estar en terreno seguro. Paul Thomas Anderson consigue transmitirlo con un tono mágico entre la comedia y el drama, recurriendo a anécdotas que probablemente se convertirán en icónicas como la que tiene lugar en un camión de mudanzas con Bradley Cooper como desternillante estrella invitada.

Que Thomas Anderson es pura perfección en todo lo que hace lo demuestra toda su filmografía, intachable en todo género que toca. Sabíamos que tampoco defraudaría en esta incursión supuestamente ligera. Pero es que lo que realmente hace inolvidable esta película son sus dos actores principales. Desde la primera secuencia en una sesión de fotos en el instituto ya somos conscientes de que reúnen un carisma fuera de lo común. Y si el hijo de Philip Seymour Hoffman está brillante, la otra debutante, Alana Haim, está soberbia. Resulta inexplicable que los académicos de Hollywood los hayan ignorado en las nominaciones a los Oscar, teniendo en cuenta que son el ingrediente indispensable para que la película sepa a gloria.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
polvidal
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6
1 de septiembre de 2022
59 de 160 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es indudable que las plataformas andan como locas buscando su propia Game of Thrones, ese fenómeno a escala planetaria que acapare todas las conversaciones y engrose sus beneficios. Incluso la propia HBO ha buscado alternativas, obviamente echando mano de la propia saga y convirtiendo la marca en su propia Star wars. El éxito de La casa del dragón no ha hecho más que confirmarlo, a la espera ya de la secuela sobre Jon Snow. El estreno prácticamente simultáneo de Los anillos de poder en Amazon, desde luego, no ha sido una coincidencia. Con la multimillonaria compra de los derechos a los descendientes de Tolkien, la compañía de Jeff Bezos se ha querido asegurar una apuesta prácticamente infalible, un golpe sobre la mesa que aúna legión de seguidores con presupuestos desorbitados. Lo que haga falta para destronar a la adaptación televisiva de las obras de George R.R. Martin y convertirse en el nuevo hit global. ¿Lo conseguirá finalmente? Estamos a muy poco de comprobarlo.

Mientras que el fenómeno de Juego de tronos se fue abultando temporada a temporada, hasta desbordar todas las previsiones en sus últimos episodios, la precuela de El señor de los anillos llega ya con el hype por las nubes, con unas expectativas tan altas que la serie debe ser capaz de corresponder. Y ahí reside uno de sus dos grandes retos, junto al de contentar a los millones de fieles de la obra literaria y de sus adaptaciones cinematográficas.

Vistos los dos primeros capítulos, parece impensable que los adeptos de la obra de Tolkien y de las películas de Peter Jackson terminen decepcionados con esta ambiciosa aventura televisiva. Sus creadores, Patrick McKay y John D. Payne, han sabido trasladar la puesta en escena y el tono de la trilogía de Peter Jackson a estas nuevas tramas, que se basan ligeramente en los textos del escritor pero que son en gran parte de cosecha propia. El regreso a la Tierra Media resulta fidedigno, continuista y, por supuesto, placentero.

Otra cuestión es si Los anillos de poder contiene los elementos necesarios, la personalidad suficiente, como para conquistar a un público masivo y global. Las películas lo consiguieron precisamente por ser las primeras, veinte años atrás, en lograr una adaptación a la altura de la magna obra. Ahora, en 2022, es probable que la audiencia necesite algo más. Entre las virtudes por las que Juego de tronos logró llamar la atención de millones de espectadores está la reorientación de la fantasía a terrenos más complejos y mundanos. Una ciencia ficción hiperrealista sin miedo a alterar sus cánones ni a escandalizar. En ese sentido, parece que la precuela de El señor de los anillos se queda un poco corta, demasiado plana, como para ir generando más y más curiosidad.

La dirección de Bayona, exquisita en su puesta en escena, devolviéndonos a esos mundos mágicos ideados por Tolkien, cojea un poco en el montaje, intercalando subtramas que no parece que conduzcan a muy buen puerto, abusando de cliffhangers que en muy pocas ocasiones dejan con la boca abierta. Todas y cada una de las secuencias, sin excepción, están reforzadas con la banda sonora, sin dejar respiro ni reflexión al espectador. La música nos remarca cuándo debemos reír o cuándo nos debemos asustar, como si las imágenes o los diálogos no fueran suficientes elementos narrativos. El tono familiar, que ya contenía la trilogía cinematográfica y que busca sumar también a los más pequeños, la aleja por completo de tramas más complejas y oscuras.

El mal no descansa sino que acecha. Y el mal, encarnado en seres monstruosos como Sauron y los orcos, es omnipresente en todo el argumento de estos dos primeros capítulos y parece que de toda la serie. En la lucha de elfos, humanos y demás contra este desafío se resume la sinopsis de una fantasía que renuncia a una mayor complejidad en sus tramas. A pesar del tono épico y grandilocuente, los diálogos son sencillos y directos. Las situaciones se plantean desde la óptica de una película de aventuras y las interpretaciones, marcadamente teatrales, se alejan bastante de la naturalidad y del realismo. La propia protagonista, Galadriel, no hubiera superado el casting de Juego de tronos (salvo denominarse Kit Harington).

Podría considerarse innecesario comparar ambas ficciones. Parten de obras originales publicadas en épocas muy distintas y dirigidas a diferentes públicos. Pero la coincidencia en el tiempo y la indisimulada intención de Amazon por conseguir su propia Juego de tronos, como en su día se luchó por conseguir la nueva ‘Lost’, lo hacen inevitable. A falta de ver los seis episodios restantes, parece difícil prever que Los anillos de poder supere en notoriedad a La casa de dragón. Al igual que Tolkien supo construir todo un universo de fantasía, su discípulo George R.R. Martin entendió que había que subvertir el género y acercarlo a un público diferente. En las adaptaciones de HBO el mal no se reduce a un ente demoníaco sino que germina y se expande en la propia condición humana. Puede que en esa visión más retorcida y verosímil de la ciencia ficción se encuentre la clave del éxito.
polvidal
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