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España España · Móstoles
Críticas de lyncheano
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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
8
15 de agosto de 2008
29 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Phenomena se nos cuenta una historia muy fantasiosa y poco creíble, y como en Suspiria, no se nos muestran imágenes conmovedoras de compañerismo ni pena por los amigos desaparecidos o incluso violentamente asesinados ante nuestros ojos, pues cada vez que Dario lo intenta, se queda sólo en eso, en un intento sin intención ni pizca alguna de sentimentalismo. No, Dario Argento no sabe enternecernos ni crear en nosotros sentimientos empáticos hacia sus protagonistas, algo que no deja de recordarme a la forma de entender el cine del maestro Alfred Hitchcock. Como él, utiliza a sus personajes para la finalidad última de sus películas: en este caso aterrarnos, crear en nosotros un estado anímico de extrañeza y confusión, sumergirnos de lleno en un universo frío y desolador, donde no hay ningún hombro amigo en kilómetros, donde estamos solos y tenemos que enfrentarnos a situaciones de sumo pánico y repugnancia. Jennifer Connely aparece aquí como la adolescente protagonista hija de un famoso actor que viaja a Suiza (a la Transilvania de Suiza, donde sopla un viento extraño que puede provocar locura) para esudiar en un internado de chicas. Como en Suspiria, nuestra protagonista está sola en un extraño y antiguo edificio de un país extranjero, y alrededor de ella comienzan a suceder cosas realmente extrañas y particularmente violentas que provocan la desconfianza del resto de alumnas y de las detestables profesoras.
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lyncheano
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10
16 de diciembre de 2008
27 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La urgencia y la intensidad del momento, la brevedad inconclusa del segundo exaltado, la necesidad de la correspondencia instantánea, la saciedad de la pasión ahogada al minuto… como un baile exótico cuando nadie espera que te pongas a bailar, como la visión de un pecho asomando tímido a través de una bata, como una masturbación robada dónde y cuándo la receptora menos se lo espera, un masaje de cabello con agua caliente, los ojos cerrados y el champú borboteando sobre y a través de una mente en blanco, que se deja llevar por la calidez de una sensual melodía árabe y las manos de una linda peluquera. Ardores de niñez que se desparraman en la vida de un adulto, como si el tiempo no hubiera pasado más que entre bastidores. Como si el tiempo fuera un absurdo que hubiera de exterminar entre el hombre y el niño. La vida no es más que el eterno recuerdo de un verano en la playa, de unas gónadas incómodas o de la primera erección. La vida no es más que la búsqueda del primer recuerdo de amor, o mejor quizás el recuerdo de la primera y única búsqueda de ese mismo amor. Una búsqueda que gira en círculos alrededor de aquel etéreo aroma a sudor fuerte, a jabón y a espuma de afeitar. Un hombre que busca la felicidad a través del amor, a través de ver realizados sus sueños sin más que desearlo tan fuerte como su corazón le permita. Y si no fuera capaz, reventar hasta hacerlo posible. O llamar a aquella pala excavadora para que levante una presa donde nadie pudiera levantarla jamás. Allí donde no llegan las manos, llega el corazón. Una mujer que espera en silencio, que es feliz porque está hecha de melancolía, y que al conocer el amor, su lado triste le impida enfadarse, le obligue a disfrutar intensamente y con fruición de cada gota de placer, de cada lágrima de sexo, de cada baile y cada trago de elixir o de colonia. Pero la pasión es efímera, la inmediatez del enamoramiento es caduca, y sólo la lluvia de la ternura y la cotidianeidad pueden hacer brotar la hierba de la vida en ese erial devastado por la locura de los enamorados.
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lyncheano
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9
4 de febrero de 2009
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comenzamos a ver la película y nos encontramos con ese Lynch que tanto nos gusta y nos inquieta: la escena con los elefantes del inicio, ese rostro de mujer como de plástico, los aspavientos que realiza… pero hasta ahí se permite su sello de irrealidad y abstracción, pues se trata de una cinta que pretendía ser comercial, que de hecho fue nominada a varios Óscar, y que con el paso del tiempo se fue convirtiendo en un clásico, en uno de los films más conmovedores que se hubieran hecho jamás. La historia de un joven grotescamente deformado por unos incontrolables tumores papilomatosos que crecen en su rostro y en su cuerpo por doquier, y que es utilizado como monstruo de barraca por un descorazonado y abominable amo, bien podría haber resultado una historia sensiblera con fines moralistas, pero en manos de Lynch se convierte en una obra maestra que nos produce tristeza, repugnancia, simpatía e inquietud a partes iguales. Anthony Hopkins representa magistralmente al prestigioso doctor que encuentra al hombre elefante y que lo rescata del malvado feriante para intentar ayudarle. Sin embargo, su relación con este no queda aquí, pues el personaje del doctor pronto empezará a plantearse los valores éticos de su rescate: aunque al principio sólo era mera curiosidad médica, con el tiempo, al ir desvelando paulatinamente las cualidades artísticas, sensibles y humanas de John Merrick, se fue encariñando con el chico y lo convertió muy a su pesar en otro monstruo de feria, a quien la sociedad atendía únicamente por curiosidad y puro morbo. Debido a ello, se llegará a plantear si realmente es una buena persona, si sus motivos eran nobles desde un principio, o si lo que pretendía en realidad era afrontar egoístamente uno de los mayores retos de su vida profesional. Por otro lado, tenemos a John Merrick (la fabulosa caracterización e interpretación que John Hurt hace de este personaje bien podría formar parte del manual de lo que se conoce por maquillaje e interpretación en el cine), que se muestra sobrecogido y profundamente agradecido con las personas que ya no le gritan ni se ríen de él. La ternura que nos inspira este personaje es un sentimiento que rara vez consigue igualar ninguna película romántica o dramática, y su realización como ser humano después de toda una vida de vejaciones supone al mismo tiempo una gran satisfacción para el público, que se siente más humano a su vez.
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5
3 de abril de 2008
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cuento de los tres lobitos, tan grotesco por sus escenas sanguinarias como por los actores que se juntaron para intentar ''hacerlo creíble''. El argumento es absurdo, tan absurdo que ya nos da igual cuando intentan sorprendernos con giros del guión, pues los encajamos de la misma manera que hemos ido aprendiendo a encajar a lo largo de toda la cinta esos choricillos envueltos en gelatina y tomate que nos sirven en cada destripamiento, así como las memorables frases de turno, imposibles de discernir por nuestra parte si pertenecen al mundo del humor negro o al del verdadero pavor (provocado por semejantes actuaciones), tan absurdas como: ''ya no me podré meter las tripas dentro'' o ''pensarás que todas las mujeres somos unas zorras, pero es que yo lo soy de verdad''. Como decía, algo imposible de olvidar. Esperaba más chabacanería en el maquillaje y el vestuario, en los hombres-lobo de látex y su presencia en pantalla, pero la verdad es que eso es lo que más me ha gustado: ese regustillo romántico por el cine artesanal, nada de fuegos de artificio ni efectos especiales por ordenador. No obstante, lo más chabacano es la actuación de todos y cada uno de los personajillos que representan a sus respectivos personajes en la película: ni uno sólo se salva, desde el rubiales súper masculino y sensible hasta el sargento con los intestinos de delantal, pasando por el hoolygan de los cojones. Quizá es que Neil Marshall pretendiera dar este aire cutre y de gore de serie B a su ópera prima, o quizá es que no supiera hacerlo mejor. Desde luego, con los ingredientes de que disponía, el realizador inglés podría haber hecho algo de mayor calidad, aun manteniendo esas premisas de látex y generación de tensión por medio de las interpretaciones y los encuadres de la cámara.
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6
7 de septiembre de 2007
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando un director decide hacer una película, el motivo que le arrastra a ello puede ser derivado desde el mero impulso artístico hasta la necesidad de desembarazarse del lastre de la imaginación, pasando por el deseo de plasmar cualquier idea, vida o suceso en una pantalla de cine; o también para reivindicar principios o situaciones de actualidad social con la intención de exigir o acaso buscar un compromiso por parte del público, que rara vez no se consigue. Este último, supongo, es el caso de la cinta que nos ocupa. El tema o lacra social de lo que se ha dado en llamar violencia de género tiene en esta cinta un reflejo tan realista como escalofriante que difícilmente podrá pasar por alto el espectador comprometido. La radiografía del macho ibérico descerebrado, machista, violento, egoísta y repulsivo aflora en cada intento del protagonista (demasiado bien interpretado, como diría aquel) por ser perdonado; mientras que por otro lado, sentimos impotencia al comprobar la inefable atracción que siente la maltratada por el maltratador, una necesidad de ayudar y no poder dejar de querer mezclada con una gran proporción de miedo, pánico, terror...
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