Y es que vemos cómo el hombre siente celos por que su mujer se enamore de la pintura, de los museos, de su trabajo y del arte en general, pues su mente obtusa no es capaz de asimilar la belleza ni la cultura, y ve en ello un lujo que los matrimonios ''normales'' no pueden ni deben permitirse. Una mentalidad atrasada que me niego a creer que pueda identificar al hombre español, pero que inevitablemente ha permanecido como retazo de una época más difícil en la que las libertades eran una utopía peligrosa, por no hablar de la independencia y el honor de la mujer. Vemos cómo ese hombre ama sin saber amar, cómo le embarga la ira y no sabe canalizarla, cómo todo desemboca inevitablemente en esa escena final del abandono definitivo, a pesar de las amenazas deseperadas de quitarse la vida, pues ante todo no hemos de olvidar que el maltratador es alguien cobarde. Tan cobarde que jamás se enfrentaría a sí mismo. La cinta contiene escenas desagradables y momentos tensos necesarios para comprender el horror, pero también consigue hacernos llegar esa esperanza de cambio que de todas formas sabemos que en algunos casos resulta imposible, y ese, creo, es el verdadero logro para que sepamos apreciar la magnitud de unos actos y situaciones más complejos de lo que pudiéramos imaginar o juzgar desde la lejanía de quienes no los sufrimos.