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Irlanda Irlanda · Dublin
Críticas de daci
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
7
23 de agosto de 2010
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quentin Tarantino declaró una vez que se retirará de dirigir películas cuando cumpla sesenta años, para no hacer films de viejo que abaraten su filmografía. Lo cierto es que tal afirmación queda bastante desacreditada, no sólo al recordar la ya discutible calidad de sus dos films como cuarentón -Death Proof y Malditos bastardos-, sino al pensar en la figura del octogenario Clint Eastwood. En efecto, el astro de San Francisco ha conocido su etapa creativa más fructífera traspasada esa edad, y si hubiera seguido el ejemplo de Tarantino, el cine se habría visto privado de todos sus films como director de los últimos 20 años. O lo que es lo mismo, de títulos como Sin perdón, Un mundo perfecto, Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima o Gran Torino. Casi nada.

Y es que Eastwood sigue sin dar muestras de la decadencia que Tarantino preconiza para los autores veteranos, porque en cada nueva película sigue acrecentando su leyenda y demostrando un dominio del cine y una maestría realmente notables. Y eso que Invictus quizá no llegue a la altura de los films antes reseñados, pero aun así resulta más inspirado y con más calidad que los que la mayoría de directores -jóvenes o viejos- podrán algún día hacer.

Invictus está basado en el libro de John Carlin El factor humano, y nos cuenta el primer año de mandato de Nelson Mandela -Morgan Freeman-, y sus problemas para reconciliar a blancos y negros tras el cruento apartheid. Esta difícil tarea logró convertirse en una realidad gracias al mundial de rugby de 1995, en el que el pueblo sudafricano se unió como uno solo para apoyar a la selección nacional, los springboks, capitaneados por François Pineaar -Matt Damon-.

Eastwood nos sitúa en una nación dividida entre las ansias revanchistas de la población negra hacia los blancos y la desconfianza de éstos ante Mandela, prisionero de su régimen segregacionista durante 27 años. Entre unos y otros, vemos cómo el presidente elige el camino del perdón para enterrar viejas heridas, algo a lo que nadie parece apuntarse en un principio; como simboliza esa tensión entre sus dos equipos de seguridad, compuesto por miembros de ambas razas. Consciente del frágil equilibrio de su sueño, Mandela encuentra la inspiración en el campeonato de rugby: la oportunidad perfecta para forjar la identidad nacional y enseñar al mundo que una Sudáfrica en armonía es posible. Poco a poco, los springboks -de mayoría blanca- superan sus propias expectativas y acaban convirtiéndose en un símbolo de orgullo para todo el país. Una evolución que Eastwood narra con su mejor aliento clásico y apoyada en la genial interpretación de Morgan Freeman, que consigue transmitir la tremenda humanidad y estatura moral de Mandela; sin duda, una suerte que alguien tan parecido físicamente al ex presidente sea además un excelente actor. Decir que también Matt Damon compone un Pienaar creíble, aunque aquí las diferencias físicas sean más acusadas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
daci
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5
4 de abril de 2011
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso que el director y la publicidad de Invasión a la Tierra hayan hecho tanto hincapié en su pertenencia casi exclusivamente al género de la ciencia-ficción, cuando la realidad es que este film está mucho más cerca de las películas de hazañas bélicas y del subgénero de patrulla-perdida-en-tierra-hostil al estilo de Black Hawk derribado, Attack o Arenas sangrientas.

En efecto, aquí poco importa que el enemigo sean aliens, charlies, japos o talibanes, porque lo que la película hace es centrarse en un puñado de soldados -marines para más señas-, a través de los cuales contemplamos todos esos tópicos archiconocidos de esta clase de cintas: la camaradería, el heroísmo, el sacrificio, las cartas a familiares de moribundos, las referencias viriles a John Wayne, la oportunidad de redimirse para los cobardes, o la alegría colectiva cuando el pepino de turno da en el blanco.

Filmado cámara en mano al estilo de los noticiarios de TV, la película va al grano y al menos entretiene, más allá de su peligroso transfondo. Y es que, en realidad, no estamos ante otra cosa que un spot de hora y media patrocinado por el tío Sam para loar las maravillas de alistarse en el ejército USA, un cuerpo formado casi exclusivamente por afroamericanos, latinos o blancos de misa de doce en el que prima el valor o el compañerismo y en el que morir luchando por tu patria -o tu planeta- es un gran honor. Un mensaje nada sutil para reclutar voluntarios que sirvan en guerras presentes o futuras, pero que los americanos saben vender como nadie mediante películas como esta, capaz incluso de convertir a la causa a los Celtas Cortos de Haz turismo.

Del reparto destaca el carisma Geyperman de Aaron Eckhart como el WASP de turno que salva los muebles y que le habría hecho un buen candidato a Capitán América con diez años menos; Michelle Rodríguez, actriz siempre de armas tomar y que aquí, al contrario que en Avatar, combate del lado de los humanos; y Bridget Moynahan, la civil que carga con los niños y que tiene el honor de decir la frase más absurda de la película: “soy veterinaria”; porque, como todo el mundo sabe, en esa carrera hay una optativa sobre cómo hacer autopsias de cuerpos de extraterrestres..
daci
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4
23 de agosto de 2010
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo reconozco: yo antes admiraba a Tom Cruise. No tanto por su talento o carisma, sino por su habilidad para sobrevivir en Hollywood, alternando colaboraciones con cineastas y actores míticos –Scorsese, Newman, Nicholson, Kubrick-, con vehículos comerciales que le ayudaron a llegar a la cima. Lástima que una vez allí le entrara el mal de altura, dedicándose a despedir a su agente, saltar sobre sofás o loar la Cienciología antes que fijarse en la calidad de sus guiones. Como resultado, una pérdida galopante de popularidad y el fracaso en taquilla de sus últimos films. Al final ha sido el propio actor -que no tiene un pelo de tonto-, quien ha comprendido sus desvaríos y se ha mostrado algo más cauteloso en sus movimientos profesionales.
Y así tenemos este Noche y día: una mezcla de comedia paródica y cinta de espías que homenajea tanto a Hitchcock como al Cruise icónico de los ‘80, ése que con sólo ponerse unas gafas de sol subía la recaudación de sus largometrajes. Claro que ya han pasado unos años desde aquello -y bastantes modelos de gafas: renuévate un poco, Tom- y realmente hay que reconocer que sus esfuerzos han quedado de nuevo baldíos, ya que finalmente esta cinta tampoco conseguirá su objetivo de satisfacer ni a sus seguidores más acérrimos. En efecto, el film supone un batiburrillo indefinido y con aire a viejo que no encuentra su tono entre la fusión de géneros que nos propone, pasando de la seriedad a la parodia sin solución de continuidad; como si los responsables de Top Gun y Hot Shots fuesen los mismos y unieran las dos en la misma película.
En mi opinión, Cruise debería dejar de hacer estos productos y encauzar su carrera por otros derroteros, como el cine indi -el de Magnolia- o arrinconar a Ethan Hunt y dedicarle una trilogía a su mejor personaje reciente: el Les Grossman de Tropic Thunder. Aunque en esto creo que me ha oído.
Ahora bien, es obligado hacer mención a lo que en realidad le importa a España de Noche y día: ese sonrojante encierro de San Fermín en Sevilla. Una escena en la que Cruise consigue -como diría Groucho Marx- alcanzar las más altas cotas de la miseria de Misión imposible 2, con aquellas Fallas en la capital hispalense en las que se quemaban imágenes de santos, mientras las falleras saludaban a Anthony Hopkins. Otra falta de tacto de Tom Cruise al folklore español -encima en plena resaca mundialista-, que es como para que sus guionistas se acojan al programa de protección de testigos.
Pero no parece que a Cruise le preocupen mucho estas menudencias, y probablemente vuelva a ultrajar nuestras costumbres en un futuro. Pero saqueadas ya las Fallas, los toros y la Semana Santa, ¿qué podría ser lo próximo? Ahí van mis sugerencias: Transformers vestidos de chulapos madrileños en el desierto de Almería; o una Tomatina de Bunyol ambientada en la Costa Da Morte galega, en la que en lugar de tomates se lancen melones, phoskitos o sacos de heroína sin refinar; dependiendo de cómo se levante ese día el bueno de Tom.
daci
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4
24 de agosto de 2010
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¿Ha perdido Tim Burton su muchedad? Últimamente, da la impresión de que sus películas siempre apuntan más alto de lo que en realidad alcanzan. Ya le sucedía a Sweeney Todd o La novia cadáver, y con esta Alicia en el País de las Maravillas no se puede decir que la cosa haya cambiado.

Hay que empezar reconociendo que Alicia… no decepciona en el plano visual y da lo que se espera de ella, ya sea en 2D o 3D, es decir, vistosidad y espectacularidad a raudales; además de ese toque lóbrego tan inimitable con el que el director de Bitelchús ambienta sus cintas. El problema para Burton es que, más allá de sus excelentes iconografías y diseños, aquí también necesitaba una historia que contar, y es ahí donde el autor de Ed Wood se muestra más desganado y menos exigente.

En efecto, uno de los mayores inconvenientes del film procede del guión de Linda Woolverton -La Bella y la Bestia, El Rey León-, quien, sorprendentemente, desecha la premisa original del libro y nos presenta a una Alicia de 19 años en su regreso al País de las Maravillas. La protagonista ya no es la niña de las páginas de Carroll, sino una joven independiente que no se acuerda de su incursión infantil en ese mundo mágico. Pero no pasa nada, para recordárselo -unas 30 veces por minuto- ya están los demás personajes, que no paran de loar su primer viaje, y lo fabuloso que fue y lo bien que se lo pasaron todos. Tanto, tanto, que al final el espectador llega a pensar si no habría sido mejor rodar aquella añorada incursión de Alicia en el país maravilloso y no este aburrido retorno. Otro aspecto que tampoco viene muy a cuento en una cinta como esta es la machacona reivindicación que hace la Woolverton del girl power, algo bastante habitual en la feminista co-guionista de Mulán.

El otro lastre mortal de la película se llama Mia Wasikowska, la actriz que da vida -es un decir- a Alicia. La australiana resulta un flagrante error de cásting, aportando sosería a un personaje que demandaba alguien con más carisma y un atractivo menos andrógino. Johnny Depp prácticamente la devora con patatas en las escenas que comparten juntos; dando la impresión de que Burton ha alargado su papel de Sombrerero Loco, más por contrarrestar las carencias de su intérprete principal, que por sus exigencias de estrella. De todas formas, no es Depp quien acaba entregando la mejor actuación del film -esos tics a lo Jack Sparrow…-, sino Helena Bonham Carter como la cabezona y caprichosa Reina Roja: un acierto de caracterización que remite a Bette Davis y que se erige, a la postre, como uno de los aspectos más recordados de esta irregular cinta de Tim Burton. Y es que poco puede hacer una película cuando sus dos mayores rémoras son el guión y el fallo de cásting de su protagonista.
daci
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Las alas de la vida
Documental
España2006
7,9
3.091
Documental, Intervenciones de: Carlos Cristos
9
27 de mayo de 2012
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En 2003, el médico Carlos Cristos, afectado por una enfermedad neuronal degenerativa, le pidió a su amigo Toni Canet -director de cine- un favor: que filmara su camino a la muerte para animar a otras personas con problemas similares. "Las alas de la vida" es el resumen de ese insólito experimento: tres años de rodaje en los que Cristos ofreció una sobrecogerdora lección de humanidad y coraje. Una lucha perdida de antemano, pero que sirve para comprobar cómo la vida sigue fluyendo a pesar de todo.

Quien entre con reservas en el documental, poco a poco, acabará emocionado. El director logra evitar la sensiblería en escenas como la de Carlos visitando por última vez a sus padres o mientras llora al leer su testamento, mostrándolo con una franqueza desarmante. Y es que el film logra conectar con sentimientos que se encuentran en el subconsciente colectivo, y que terminan uniendo a los espectadores en un raro vínculo emocional al encenderse las luces. Porque lo que nos muestra no es ninguna ficción, sino la propia realidad: una vida que se apaga sin que nada ni nadie pueda impedirlo.

Emotiva reflexión sobre la fragilidad de la vida.
daci
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