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Drama
Adaptación de un libro de John Carlin (Playing the enemy). En 1990, tras ser puesto en libertad, Nelson Mandela (Morgan Freeman) llega a la Presidencia de su país y decreta la abolición del "Apartheid". Su objetivo era llevar a cabo una política de reconciliación entre la mayoría negra y la minoría blanca. En 1995, la celebración en Sudáfrica de la Copa Mundial de Rugby fue el instrumento utilizado por el líder negro para construir la unidad nacional. (FILMAFFINITY) [+]
23 de agosto de 2010
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quentin Tarantino declaró una vez que se retirará de dirigir películas cuando cumpla sesenta años, para no hacer films de viejo que abaraten su filmografía. Lo cierto es que tal afirmación queda bastante desacreditada, no sólo al recordar la ya discutible calidad de sus dos films como cuarentón -Death Proof y Malditos bastardos-, sino al pensar en la figura del octogenario Clint Eastwood. En efecto, el astro de San Francisco ha conocido su etapa creativa más fructífera traspasada esa edad, y si hubiera seguido el ejemplo de Tarantino, el cine se habría visto privado de todos sus films como director de los últimos 20 años. O lo que es lo mismo, de títulos como Sin perdón, Un mundo perfecto, Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima o Gran Torino. Casi nada.
Y es que Eastwood sigue sin dar muestras de la decadencia que Tarantino preconiza para los autores veteranos, porque en cada nueva película sigue acrecentando su leyenda y demostrando un dominio del cine y una maestría realmente notables. Y eso que Invictus quizá no llegue a la altura de los films antes reseñados, pero aun así resulta más inspirado y con más calidad que los que la mayoría de directores -jóvenes o viejos- podrán algún día hacer.
Invictus está basado en el libro de John Carlin El factor humano, y nos cuenta el primer año de mandato de Nelson Mandela -Morgan Freeman-, y sus problemas para reconciliar a blancos y negros tras el cruento apartheid. Esta difícil tarea logró convertirse en una realidad gracias al mundial de rugby de 1995, en el que el pueblo sudafricano se unió como uno solo para apoyar a la selección nacional, los springboks, capitaneados por François Pineaar -Matt Damon-.
Eastwood nos sitúa en una nación dividida entre las ansias revanchistas de la población negra hacia los blancos y la desconfianza de éstos ante Mandela, prisionero de su régimen segregacionista durante 27 años. Entre unos y otros, vemos cómo el presidente elige el camino del perdón para enterrar viejas heridas, algo a lo que nadie parece apuntarse en un principio; como simboliza esa tensión entre sus dos equipos de seguridad, compuesto por miembros de ambas razas. Consciente del frágil equilibrio de su sueño, Mandela encuentra la inspiración en el campeonato de rugby: la oportunidad perfecta para forjar la identidad nacional y enseñar al mundo que una Sudáfrica en armonía es posible. Poco a poco, los springboks -de mayoría blanca- superan sus propias expectativas y acaban convirtiéndose en un símbolo de orgullo para todo el país. Una evolución que Eastwood narra con su mejor aliento clásico y apoyada en la genial interpretación de Morgan Freeman, que consigue transmitir la tremenda humanidad y estatura moral de Mandela; sin duda, una suerte que alguien tan parecido físicamente al ex presidente sea además un excelente actor. Decir que también Matt Damon compone un Pienaar creíble, aunque aquí las diferencias físicas sean más acusadas.
Y es que Eastwood sigue sin dar muestras de la decadencia que Tarantino preconiza para los autores veteranos, porque en cada nueva película sigue acrecentando su leyenda y demostrando un dominio del cine y una maestría realmente notables. Y eso que Invictus quizá no llegue a la altura de los films antes reseñados, pero aun así resulta más inspirado y con más calidad que los que la mayoría de directores -jóvenes o viejos- podrán algún día hacer.
Invictus está basado en el libro de John Carlin El factor humano, y nos cuenta el primer año de mandato de Nelson Mandela -Morgan Freeman-, y sus problemas para reconciliar a blancos y negros tras el cruento apartheid. Esta difícil tarea logró convertirse en una realidad gracias al mundial de rugby de 1995, en el que el pueblo sudafricano se unió como uno solo para apoyar a la selección nacional, los springboks, capitaneados por François Pineaar -Matt Damon-.
Eastwood nos sitúa en una nación dividida entre las ansias revanchistas de la población negra hacia los blancos y la desconfianza de éstos ante Mandela, prisionero de su régimen segregacionista durante 27 años. Entre unos y otros, vemos cómo el presidente elige el camino del perdón para enterrar viejas heridas, algo a lo que nadie parece apuntarse en un principio; como simboliza esa tensión entre sus dos equipos de seguridad, compuesto por miembros de ambas razas. Consciente del frágil equilibrio de su sueño, Mandela encuentra la inspiración en el campeonato de rugby: la oportunidad perfecta para forjar la identidad nacional y enseñar al mundo que una Sudáfrica en armonía es posible. Poco a poco, los springboks -de mayoría blanca- superan sus propias expectativas y acaban convirtiéndose en un símbolo de orgullo para todo el país. Una evolución que Eastwood narra con su mejor aliento clásico y apoyada en la genial interpretación de Morgan Freeman, que consigue transmitir la tremenda humanidad y estatura moral de Mandela; sin duda, una suerte que alguien tan parecido físicamente al ex presidente sea además un excelente actor. Decir que también Matt Damon compone un Pienaar creíble, aunque aquí las diferencias físicas sean más acusadas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Invictus alcanza cotas de gran sentimiento en escenas como la visita de Pienaard a la celda de Mandela, el primer encuentro entre los dos o el clinic de los jugadores con los niños. Sin embargo, la tan anticipada secuencia de la final acaba resultando inesperadamente decepcionante, debido a su excesiva duración y al abuso de imágenes ralentizadas, un recurso que diluye la épica del momento. Incluso podría decirse que Eastwood peca de nepotismo al permitir que sea su hijo Scott -que encarna a uno de los jugadores- el que marque el punto decisivo en la prórroga. Sin embargo, eso no hace olvidar el buen recuerdo en general que deja esta película, la enésima muestra de savoir faire de un director que mejora con los años y que parece haber hallado el secreto para conectar emocionalmente con el espectador.