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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
6
7 de octubre de 2012
5 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
De los productores de El orfanato y Los ojos de Julia. Es el reclamo de la nueva cinta de género que ha parido el cine catalán, pero que también podría servir como eslogan de las ceremonias de inauguración del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. La productora Rodar y rodar ha encontrado en la joven cantera de la ESCAC una fuente inagotable de talento y a su vez el certamen se ha nutrido de sus últimos bombazos para dar la bienvenida a lo grande. Porque de esa manera, de forma totalmente inusual, con todo el despliegue de medios, se acogía anoche a una ópera prima. A lo grande.

El cuerpo llegaba con flashes, estrellas y glamour, pero también con las cintas de Juan Antonio Bayona y Guillem Morales como peligroso señuelo. Y aunque las tres cuenten con una entregada Belén Rueda como protagonista, hacen mella las comparaciones. El trabajo de la actriz sigue siendo impecable, pero ambas predecesoras, sobre todo El orfanato, aportaron al género alguna novedad, ya fuera en forma de argumento o de escena memorable. El debut de Oriol Paulo, sin embargo, convierte la novedad en rutina y demuestra algo que ya tenemos asimilado, que el cine español parece cada vez menos español. Y poco más.

La película juega muy bien sus cartas. La desaparición del cadáver de una rica empresaria farmacéutica en el propio depósito de cadáveres es sólo el preludio de una investigación que mantiene enganchado por completo al espectador, más por el ansia de conocer la resolución del caso que por el desarrollo de la trama. Aún así, hay que reconocerle a Paulo una perfecta ejecución. Y es que sería extraño que alguien pudiera objetarle algún defecto formal.

Tormenta nocturna, luces que se apagan, banda sonora paralizante, una morgue. El cuerpo cuenta con todos los elementos que uno espera del género. El relato se degusta con el mismo ritmo adictivo de una novela negra. Incluso el guión se detiene en dar profundidad a unos personajes sin los cuáles el relato se convertiría en un thriller de perfil bajo. Pero más allá de esa corrección, de esa fidelidad a los cánones clásicos, uno esperaba de la factoría ESCAC, de una apuesta de Rodar y rodar, ese atisbo de originalidad que suele contener la mayoría de sus proyectos.

Dado que el riesgo apenas hace acto de presencia en el desarrollo de la trama, la película traslada todas las expectativas hacia el desenlace. El propio José Coronado advertía durante el estreno que nada es lo que parece. Mientras el metraje va conduciendo hacia una posible resolución, el espectador, que no es tonto, espera impaciente el giro en el guión. Y cuando finalmente llega, tal como se esperaba y con todos los honores, impera la sensación de rebuscamiento, la percepción de que resulta muy complicado resolver con efecto sorpresa sin perder por el camino la credibilidad de la historia.

Así, aunque Belén Rueda lo clava con esta Maika cadáver y posesiva, tan amante de la broma pesada; aunque José Coronado lo borda de nuevo como agente más fuera que dentro de la ley, El cuerpo prefiere destinar todo su empeño a la resolución de una historia que es efectiva pero que finalmente no deja la boca abierta. La película, por lo tanto, termina siendo idónea para inaugurar la edición de un Festival de Sitges cuyo lema lo resume todo: “Nuestros fans son muy difíciles de impresionar”.
polvidal
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7
11 de octubre de 2011
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 2003 fue el SARS y el año pasado, la gripe A. La amenaza de una epidemia global se cierne sobre nuestras cabezas cada cierto tiempo con pronósticos devastadores que, por suerte, nunca han llegado a cumplirse. Contagio, la última cinta del polifacético Steven Soderbergh, hace realidad lo que hasta el momento sólo han sido alarmas y lo plasma con tan absoluta verosimilitud que, desde luego, acongoja pensar cuán vulnerable es el mundo en el que vivimos.

La película hará las delicias de los epidemiólogos. Aunque la idea de una infección masiva ha sido explotada de mil maneras en el cine, casi siempre con fines catastrofistas, en esta ocasión el guión tiene en cuenta a los expertos, a las instituciones que tendrían voz si alguna vez se alcanzara esa situación de riesgo. El filme se esfuerza en explicar conceptos como cluster o R0, vocabulario habitual de los especialistas. Sólo por ese esfuerzo documental, incluso divulgativo, Contagio merece todo el reconocimiento.

Pero precisamente esa exhaustividad en el seguimiento de una hipotética pandemia es también una de las desventajas de la película. El afán por radiografiar al milímetro la evolución del virus mortal juega en contra de una trama que conquiste la sensibilidad del espectador. Tomamos conciencia de la magnitud de la tragedia pero apenas empatizamos con su amplio abanico de personajes, que abarca desde la primera víctima occidental hasta los altos mandos de la Organización Mundial de la Salud.

La asepsia de Contagio todavía sienta peor si consideramos el impresionante cartel de intérpretes que ha logrado reunir Soderbergh. Es apabullante ver desfilar en la pantalla a actores como Jude Law, Kate Winslet, Marion Cotillard, Gwyneth Paltrow o Matt Damon sin que apenas nos de tiempo a encariñarnos con sus personajes. Aunque visto desde otro punto de vista, es también algo insólito e incluso morboso. Asistir a la autopsia de la Paltrow es una de las escenas más impactantes, sobre todo para un público como el del Festival de Sitges, donde se presentó la película el pasado viernes.

Contagio supone, por tanto, un interesante documento para el estudio de una epidemia que, para bien o para mal, huye de dramatismos y tragedias. El auténtico terror lo encontramos en su autenticidad, en la asombrosa recreación de una masacre ante la que somos totalmente vulnerables. La angustia de comprobar que un buen día podemos perder el control la plasma Soderbergh en unos soberbios principio y final. Dos secuencias de apertura y cierre con estética de videoclip que constituyen por sí solas una auténtica joya. Dos ejemplos más para rogarle al atípico director que, por favor, no renuncie al cine por la pintura.
polvidal
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7
1 de octubre de 2008
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No era tarea fácil. Adaptar un libro con un enfoque narrativo como el de El niño con el pijama de rayas a la gran pantalla ya suponía de antemano renunciar a algunos de los aspectos que hacen brillar a la novela. La mirada inocente de un chiquillo de ocho años que tantas sorpresas nos depara en la lectura era imposible de trasladar a la imagen y a su poder de explicitud. El primer plano de la película, por ejemplo, es el de una bandera nazi ondeando a lo alto de una plaza berlinense, contexto que en el libro no se nos desvela hasta bien avanzada la trama. Gran parte de la magia de la novela se pierde, por tanto, por el camino.

La elección de un director casi novel como Mark Herman, con siete películas a sus espaldas y casi ninguna de ellas conocida, tampoco parece la opción más acertada para repetir en taquilla el éxito de ventas de un best-seller como El niño con el pijama de rayas. Aunque un nombre con más reconocimiento no siempre equivale a mayor calidad (véase el caso de Ron Howard con El código Da Vinci), sí que suele arrastrar inversiones más generosas en la producción.

Herman opta por seguir al pie de la letra el argumento original, olvidándose que todas y cada una de las anécdotas toman sentido en el libro gracias a la aportación de Bruno, el niño sin pijama de rayas que ejerce de hilo conductor. Sus impresiones son el leitmotiv de la novela y obviándolas, quizá, lo único que consigue es una mayor frialdad. Una voz en off, con los comentarios pertinentes, habría contribuido de bien seguro a mantener el espíritu del relato de John Boyne y a conectar mejor con sus lectores.

Tampoco parece razonable desechar del todo el resultado final de esta adaptación, sobre todo si tenemos en cuenta el trabajo de sus intérpretes. En ellos, y en Asa Butterfield más que nadie, parece recaer el peso y el logro de la película. Ya que los pensamientos de Bruno no tienen cabida en el filme como en el libro, los ojos azules del pequeño actor que lo encarna sirven al menos para expresar más que las palabras.

Todos los puntos flacos sobre el filme que uno pueda ir generándose se disipan por completo a medida que se acerca el final. Un crescendo en el que se suceden imágenes de insoportable intensidad dramática, perfectamente orquestadas con una eficaz banda sonora a cargo de James Horner. El desenlace de El niño con el pijama de rayas es quizá el único momento en el que uno le encuentra el sentido a esa necesidad imperante de trasladar en imágenes el poder evocador de un buen libro.
polvidal
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6
31 de mayo de 2010
3 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Producida por Guillermo del Toro (El laberinto del fauno), con el respaldo de Telecinco Cinema (Alatriste, El orfanato, Ágora, Celda 211) y ganadora del último festival de Málaga, es extraño que Rabia no haya contado con todo el despliegue mediático que debería acompañar tamaño apadrinamiento. Ni siquiera la cadena de Vasile ha dedicado ni una sola de sus cortinillas a promocionarla. Una vez visto el filme, se comprende, a medias, la decisión. La propuesta del ecuatoriano Sebastián Cordero no está llamada a conseguir grandes réditos, si bien partía con todos los elementos para alcanzarlos.

Rabia apuesta por la sencillez, por la sobriedad. Podría haber optado perfectamente por el estruendo y de bien seguro se habría convertido en mucho más efectiva, mucho más llamativa para el gran público. Sus posibilidades eran muchas. Cabía la opción de mantener la intriga durante todo el filme, de nutrirlo por completo con escenas de sobresalto, de una atmósfera mucho más angustiante. Cordero tenía en sus manos la posibilidad de mantenernos enganchados a la pantalla. Y, sin embargo, achica las cualidades de la trama y se queda a medio gas.

Escenas impresionantes como la de la fumigación, que deberían ser la tónica del filme, se convierten en excepciones de un relato apesadumbrado. Las conversaciones a través de las dos líneas de teléfono entre ambos amantes, que deberían erizarnos la piel, terminan cansando al espectador, que alcanza el final de la cinta con un ligero agotamiento.

A la falta de habilidad manejando unos excelentes recursos se le añade el planteamiento de la inmigración, que según parece no estaba presente en la novela original escrita por Sergio Bizzio. Tópicos a mansalva y diálogos forzados buscan resaltar la opresión que sufren los forasteros de clase más baja pero que no encajan en una cinta cuyo discurso y razón de ser no es precisamente la denuncia. “No estamos en tu pueblo” o “vete a tu país” son añadidos que ni justifican la actitud del protagonista ni aportan nada a un filme que debió introducirse sin complejos en el género de terror.

De esta manera, Rabia deambula entre el drama, la denuncia social y el thriller sin resultar plenamente satisfactoria en ninguno de los tres géneros. Los esfuerzos de Cordero por dejar huella, como el plano secuencia final con Chavela Vargas de fondo, tan increíble como innecesario, terminan siendo eso, un mero intento de salvar una obra que no se encuentra a sí misma.
polvidal
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8
17 de marzo de 2023
10 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podrían haber seguido el camino más fácil, haber echado mano del piloto automático y les habría funcionado igual. Los creadores de The last of us, la serie, tan solo debían seguir a rajatabla las directrices del videojuego para contentar a su legión de seguidores. Y así parece que lo han hecho. Pero con un importantísimo matiz. Han colado tramas normalmente destinadas a ficciones menos populares dentro de la que ya se preveía como "la serie del año". Y, de repente, el público objetivo de una superproducción de zombis se ha tenido que tragar con patatas un capítulo centrado en la historia de amor entre dos hombres o que la protagonista, encarnada por una Bella Ramsey que se define como género fluido, se enamore de una chica en otro episodio. Los machirulos de medio mundo entrando en el siglo XXI de la forma más inesperada. He aquí la jugada maestra que solo una producción de HBO se podría permitir.

El mérito de los creadores de The last of us ha sido precisamente esa valentía a la hora de subvertir las normas que vetaban implícitamente tramas femeninas o LGTBIQ+ en las ficciones destinadas a las grandes masas. Aunque determinadas reacciones siguen dando la razón a ese conservadurismo (no en vano, los capítulos mencionados siguen siendo, a día de hoy, los peor valorados de la serie en IMDB), ese enorme paso adelante no ha impedido que la serie rompa todos los récords de la plataforma HBO Max y que, para algunos, el episodio de Bill y Frank se haya convertido en uno de los más bellos de la historia de la televisión.

No terminan ahí las virtudes de la serie. Los prólogos de sus dos primeros capítulos, con una gran carga científica, son probablemente de los más interesantes y aterradores de los últimos años, mucho más que las escenas explícitas protagonizadas por hongos vivientes que inevitablemente debían formar parte de esta adaptación del videojuego. El flashback que nos narra el nacimiento de Ellie es otro instante memorable de una ficción que, además de ser fiel al producto original, no ha dudado en romper la cronología para descolocar al espectador.

Pero si a algo debía permanecer fiel esta serie es a la trama principal, la historia de amor entre Joel y Ellie, dos personajes antagónicos condenados a entenderse. No por previsible, este viaje ha dejado de ser emocionante, sobre todo tras un inicio complicado, en el que cuesta encariñarse con la adolescente, pero que desemboca en un clímax de lo más gratificante. La química entre el contrabandista y su hija adoptiva por fin se hace palpable y es gracias al enorme trabajo de Pedro Pascal y Bella Ramsey, llamados a convertirse en protagonistas de la próxima temporada de premios.

¿Por qué entonces The last of us no puede catalogarse como la mejor serie del año? A pesar de que el viaje merece mucho la pena, a pesar de su mimo por los personajes, incluidos los de reparto, a los que también pinta con una paleta de grises, no ha sido redonda en su desarrollo. Gran parte de sus capítulos se ciñen a una misma estructura. Cada parada en este road trip hacia la cura de la epidemia se ha visto marcada por la introducción casi procedimental de secundarios que han terminado desapareciendo, complementada con la escena de acción de turno y las disertaciones, a menudo tediosas, entre sus dos protagonistas. El viaje ha resultado grato, con instantes memorables, pero no ha sido del todo fácil.

Si medimos el éxito en cifras y tendencias, The last of us tiene todos los números para convertirse en la serie del año. Pascal y Ramsey acaparan portadas, photocalls y sesiones fotográficas. Son las celebrities del momento. Pero no nos confundamos. Todo ello no la convierte en la mejor ficción televisiva de este 2023. Quedan muchos meses por delante y, además de los estrenos que están por llegar, este año finalizan dos grandes series internacionales: Succession y The Crown. Ambas cuentan con una trayectoria impoluta, que deberán medir con este rival en forma de fenómeno global. Todavía es pronto. En diciembre comprobaremos los criterios para encumbrar a la mejor serie del año.
polvidal
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