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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
6
15 de junio de 2011
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Joe Wright inició su carrera como director con Orgullo y prejuicio para presentarnos después la exquisita Expiación. Demostrada, por tanto, su sensibilidad en los dramas de época, probó y obtuvo menos fortuna con El solista, un filme con escasa repercusión pero que ahondaba en la locura con una gran delicadeza. Ahora, en su cuarta propuesta, este inglés de apenas 40 años ha querido introducirse en el complicado mundo de la acción y del espionaje. Y le ha salido una película francamente rara, un experimento extraño en el que no termina de cuajar del todo la visión intimista que Wright tiene del mundo con las escenas adrenalínicas más típicas del género.

Hanna deja una sensación indescriptible en el espectador. Determinadas escenas, sobre todo las de acción, están rodadas de forma sorprendente gracias al apoyo de una banda sonora a base de Chemical Brothers. Destaquemos la huida de la protagonista desde la sede oculta de la CIA o la persecución por los contenedores de un puerto marítimo. Planos estudiados al detalle, agilidad, ritmo. Una auténtica gozada.

Otras secuencias menos hipertensivas también son satisfactorias, como la primera toma de contacto de Hanna con la adolescencia en un camping español. Pero es la globalidad del filme la que termina dejando un sabor agridulce. La sensación de que la cinta no encuentra su propia personalidad, de que los ingredientes, a priori de primerísima calidad, no combinan tan bien como era de esperar.

Hanna es demasiado de autor para una película de acción y viceversa. Los seguidores de Wright, por un lado, la encontrarán un tanto alejada de sus estándares románticos, mientras que los que acudan al cine buscando emociones fuertes se encontrarán con una propuesta un tanto descafeinada. Pero pocos saldrán de la sala diciendo que es mala. Hanna simplemente es… rara.
polvidal
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9
9 de junio de 2011
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creemos que los cómics son un reducto para freakies. ¿Quién sino puede sentir tanta fascinación por una lectura tan gráfica, con personajes tan estereotipados e inverosímiles, por historias que sabemos cómo empiezan pero que jamás conoceremos cómo terminan? Pues bien, señoras y señores, en el cómic está el origen de una de las películas más gratificantes del año. Detrás de la trama de X-Men Primera Generación, cargada de elementos históricos, que para sí quisieran tantos y tantos filmes vacíos de contenido, se encuentra el autor de un tebeo. Y del estilo comiquero nacen también las imágenes más impresionantes de esta superproducción que no por llevar esa etiqueta merece menos consideración.

Mientras la mayoría de adaptaciones de cómics van pasando de mano en mano, de cajón en cajón de productoras y directores bien dispares, parece que la llamada Patrulla X va manteniendo una inusual coherencia argumental en sus diferentes entregas. Y todo se debe, según parece, a la insistencia de Bryan Singer, el responsable de las dos primeras partes, las más aplaudidas por crítica y público, y productor también de esta primera generación.

Los fóbicos a la ciencia ficción y a los efectos especiales convendrán conmigo que X-Men entremezcla de forma muy inteligente los superpoderes con un contexto histórico reconocible, el de la Guerra Fría. La perpetua batalla entre el bien y el mal, por otro lado, no se plantea desde la superficie, hasta el punto que uno llega a empatizar con ambas posturas. Incluso el complejo y la incomprensión del superhéroe, otro de los clásicos del género, se trata de una manera más profunda de lo habitual.

Pero es que no sólo el argumento se aleja de lo simplista. La puesta en escena nos regala auténticas obras de arte, como la escena, con diálogo brillante incluido, entre el judío con sed de venganza y los nazis exiliados. Una auténtica lección sobre el buen uso de la tecnología digital. Como también es el máximo exponente la escena de la moneda atravesando un cráneo, equiparable al mejor Tarantino, capaz de encontrar la belleza en el horror y la muerte.

Aplaudimos, por tanto, esta primera generación, porque incluso en el apartado interpretativo cuesta encontrar fisuras. El tándem protagonista que conforman James McAvoy y Michael Fassbender está a la altura de los veteranos Patrick Stewart e Ian McKellen. También el fichaje de las televisivas January Jones (Mad men) y Rose Byrne (Damages) resulta todo un acierto, por no mencionar la apuesta segura que supone contar con Kevin Bacon como malvado. Ahora sólo cabe esperar que este nuevo acierto en la saga X-Men no active la máquina de hacer churros en la que se ha convertido el mundo del cómic adaptado a la gran pantalla.
polvidal
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7
23 de marzo de 2017
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La polémica sobre la conveniencia de un remake de La bella y la bestia es antigua. Fue en el momento en que Disney anunció que reversionaría todos sus clásicos para adaptarlos a la carne y al hueso cuando debimos llevarnos las manos a la cabeza. Era el momento de las acusaciones sobre su inutilidad, el sacrilegio y la falta de ideas en Hollywood. También el de las justificaciones. Cenicienta había funcionado tan bien que lo ilógico sería no exprimir el negocio. Una vez puesta en marcha la producción en cadena, las opciones son muy claras. El espectador puede evitar la visión más mercantil de la industria cinematográfica obviando todas y cada una de estas fotocopias o bien rendirse a los pies de la nostalgia.

Porque más que la búsqueda de un nuevo público, es evidente que Disney persigue reclutar a todos aquellos niños, hoy reconvertidos en millennials, que crecieron con los musicales que el gigante del ratón les tenía preparados cada año. La generación que empalmó La bella y la bestia en 1991 con Aladdín (1992), El rey león (1994), Pocahontas (1995), El jorobado de Notre Dame (1996), Hércules (1997), Mulán (1998) y Tarzán (1998). Hasta que esos treintañeros no se harten de viajar al pasado de la mano de sus retoños, tenemos revisión de clásicos para rato.

Asumido esto, sólo queda analizar hasta qué punto la nueva versión permanece más o menos fiel a la original. A la espera de que los productores decidan arriesgar, la senda escogida es claramente la de la recreación. Ni un solo elemento que pueda alterar el buen recuerdo de unos clásicos que para muchos deberían permanecer intocables. Sin embargo, el valor que pueden añadir estas nuevas versiones es, sin duda, el de la técnica, tan avanzada y depurada que permite una experiencia mucho más amplia y gratificante.

Las ventajas y las limitaciones de la animación se superan en esta puesta a punto con actores y decorados reales, sobre todo 25 años después de un original que todavía no había experimentado la revolución digital. Ahora, los números musicales aprovechan al máximo todas las posibilidades que ofrece la tecnología y el trabajo actoral para dotarlos de una mayor intensidad. Los números de Gastón, con guiño gay incluido, y de Lumière y compañía frente a Bella son dos experiencias que, por sí solas, ya justifican el visionado de la cinta.

La adaptación más peliaguda, que la animación permite plasmar con más soltura, consistía en dotar de vida a los objetos que pueblan el castillo de la bestia. Personajes indispensables de la película original, el reto de trasladarlos a un entorno real se supera con creces, hasta el punto de lograr que el espectador se divierta y se emocione más con un reloj o una tetera que con los protagonistas del cuento. Y es que, a pesar de los esfuerzos de los actores, sobre todo de Emma Watson, su interacción con estos elementos digitales recuerda demasiado a aquellas cintas que, como ¿Quién engañó a Roger Rabbit? o Space Jam, combinan la acción real con los dibujos animados.

Es quizá el único punto en el que la animación siempre irá por delante de la acción real. Sus posibilidades siguen siendo más infinitas. En todo caso, el mero hecho de comprobar la adecuación a los nuevos tiempos ya supone un estímulo. Ahora sólo falta un plus de originalidad, un giro en las tramas que actualice de una vez por todas los mensajes tradicionales de los cuentos de hadas. Porque por mucho que la Bestia se nos presente como un erudito con complejo de Pigmalión, el final feliz sigue equivaliendo a belleza y lujo. Ya es hora de que Disney adapte sus dudosas moralejas a las generaciones futuras.
polvidal
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4
26 de septiembre de 2011
10 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Contiene todo lo que la CBS podría desear y justo lo contrario a mis deseos. Ya no es sólo que Person of interest sea un procedimental más, sino que productores de renombre como J.J. Abrams y Jonathan Nolan parece que han malvendido su talento para adecuarse a los gustos de la cadena del pavo real. Tecnología punta al servicio de una investigación, casos presentados y resueltos en un santiamén (el del piloto, además, carente de interés), giros argumentales que cualquier espectador de CSI es capaz de prever con antelación. Ni rastro del creador de Perdidos ni del guionista de Memento.

Parecía que el argumento iba a plagiar con descaro a Minority report, el thriller futurista de Spielberg. Visto el resultado, ojalá hubiera sucedido. Aquí la máquina que es capaz de prever crímenes no expulsa dos bolas con el nombre del asesino y de la víctima sino que es mucho más ambigua. Los guionistas, muy avispados ellos, la han diseñado a su medida para que sólo sea capaz de detectar el número de la seguridad social de una persona que estará implicada en un crimen, ya sea como víctima o verdugo. Enseguida podemos imaginar el juego que puede dar ese matiz y, con un pequeño esfuerzo de seriéfilo a tiempo parcial, vaticinar el giro del primer capítulo.

Siguiendo la estela de una película que, ahora por comparación, se nos antoja brillante, podemos incluso anticipar que cualquier día de estos aparecerán los números de uno de los protagonistas. ¡Guau, qué grandes sorpresas nos esperan! ¿El personaje de Jim Caviezel estará involucrado en un crimen? ¿O será el de Taraji P. Henson? Lo que también podemos tener claro es que Michael Emerson ha sido contratado para aprovechar el filón de un personaje con tantos claroscuros como el de Benjamin Linus. Así que tampoco sería de extrañar que el creador del invento tenga alguna relación con la desaparición de la novia del protagonista.

En todo caso, Person of interest arranca a medio gas, sin los altos vuelos de los dos grandes pilotos de J.J. Abrams, Lost y, todavía en mayor medida, Fringe. El productor sabe a qué público se dirige y arriesga lo mínimo. Ni siquiera la idea de una sociedad vigilada por cámaras es nueva, en una estética que recuerda más bien a Enemigo público, de Tony Scott.

La serie, por tanto, no aprovecha el filón del primer capítulo para combinar la trama procedimental con una historia de fondo lo suficientemente atractiva para agradar al espectador no asiduo a la CBS. Es algo que resolvió de maravilla The good wife, hoy por hoy el único producto reseñable de un canal conservador y, por tanto, alérgico al cambio.
polvidal
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8
9 de julio de 2012
8 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la misma manera que el célebre personaje de Los morancos parodiaba, con el humor cafre y desmedido del dúo humorístico, un tópico no tan alejado de la realidad, el debut de Paco León tras las cámaras nos presenta a otra mujer de armas tomar, una Carmina Barrios, su propia madre, que no por desmesurada ni increíble deja de ser un reflejo bastante nítido de la andaluza de pura cepa, capaz de llenar la pantalla con su jartá de cavilaciones.

Puede parecer ofensivo afirmar que un personaje de ética tan dudosa pueda representar a una determinada población de este país, pero cuando uno es descendiente de andaluces tiene todo el derecho a hacerlo sin ser acusado de prejuicioso. Porque yo también podría marcarme un debut como director sentando a mi abuela Carmen en una silla y haciéndole soltar todo lo que suele salir por su boquita cordobesa. Y nos desternillaríamos de risa.

No intento restarle mérito a Carmina o revienta sino justo lo contrario. A nadie hasta ahora se le había ocurrido que alguien tan cotidiano como Carmina podía ser material de primera para una película. Desconocemos si el guión se lo ha marcado la propia madre de Paco León, pero lo cierto es que sin el desparpajo y el salero de esta carismática sevillana el filme no tendría ninguna razón de ser. Porque el esfuerzo creativo del debutante es mínimo comparado con el derroche de naturalidad que desprende la matriarca.

El auténtico gozo de la película es comprobar hasta qué punto estamos familiarizados con el costumbrismo que refleja. Expresiones como “la comunión de mi Cristina”, la propia celebración o ese vendaje improvisado a base de rollo de cocina y film transparente podrían parecer exagerados si no fuera porque para algunos nos resultan de lo más reconocibles. Y el mérito de Carmina Barrios, la intérprete, está precisamente en camuflar la interpretación a tal nivel que incluso termina desbancando a la recién descubierta María León como actriz revelación (¿subirá también al escenario en los próximos Goya?).

Conviene matizar por último el aliciente de Carmina o revienta, que desde luego no sólo recae en su brillante protagonista. Paco León decidía estrenar su debut con un experimento, para algunos suicida, para la gran mayoría valiente, pionero en nuestro país. El público ha respondido al estreno simultáneo en salas, Internet y DVD y ha dado la espalda a los exhibidores que siguen negándose a la realidad. Entre el ‘todo gratis’ y los 8 euros por entrada en taquilla, parece que puede existir un término medio que muchos estamos dispuestos a asumir.
polvidal
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