Documental acerca del desenterramiento de la famosa localización donde se rodó el duelo final de “El bueno, el feo y el malo”, y que también describe algunas vicisitudes del rodaje. Se apoya en entrevistas con fanáticos famosos de la película, rendidos al poder fascinador del cine; cuenta con imágenes de la filmación, grabaciones donde Sergio Leone habla de su obra; y además se beneficia de la intervención de leyendas vivas como Clint Eastwood o Ennio Morricone.

Pero sobre todo el documental es la historia de un grupo de desconocidos que un día decidieron recrear el territorio de sus sueños, un lugar fuera del tiempo, tratando de recuperar la emoción que sintieron al ver el filme por primera vez; individuos corrientes que no se rindieron ante las dificultades, que no cedieron al desaliento, que lucharon por materializar una idea, embarcándose en esa loca aventura sin esperar otra gratificación que el placer de cumplir con un anhelo. Y alcanzar de nuevo ese sentimiento inasible que a todos nos sorprende al contemplar una obra maestra.

Un matrimonio de clase alta comunica su decisión de divorciarse a sus dos hijos, quienes saltan a la piscina y desaparecen sin dejar rastro.

El último episodio de la serie es una entrega infantil no demasiado convincente, que ni siquiera se debe a la pluma de Rod Serling, sino a la de Earl Hamner Jr. Puede que la idea en que se basa sea interesante, pero el resultado decepciona.

Narrado en forma de flashback, el capítulo indaga en la vida de los dos hermanitos, los cuales, cansados de que sus padres no les presten atención, descubrirán en el hueco de la piscina un portal a un mundo paralelo. Esa otra dimensión está constituida por un lugar secreto y mágico, un sitio donde muchos niños se reúnen y son felices, en el que pasan las horas jugando y divirtiéndose. Sólo hay un adulto, la tía T, una simpática anciana. “¿Quién sabe lo real que puede llegar a ser la fantasía para los niños solitarios?”, nos pregunta Serling, en su última disertación mirando a cámara.

En la quinta temporada se notó cierto agotamiento, cierta falta de originalidad. Salvo por el talento de Richard Matheson y algunos chispazos de genio de Serling, el resto no está al nivel de los primeros tiempos. Aparecieron, eso sí, directores de prestigio -Ida Lupino, Don Siegel, Richard Donner, Jacques Tourneur-, aunque tampoco pudieron hacer milagros frente a los bajos presupuestos y los guiones anodinos. El último cambio de productor acabó por precipitar la cancelación de “La dimensión desconocida”, una serie única e irrepetible.

Después de una noche de fiesta, un matrimonio despierta en casa extraña. Cuando salen al exterior descubren que se encuentran en un pueblo deshabitado. Poco a poco empiezan a percibir que allí nada es lo que parece.

Despertares amargos ha habido muchos, desde Gregorio Sansa, que amaneció convertido en un horrible insecto, hasta yo mismo el último sábado. El guion recicla temas de episodios anteriores (se podría aventurar de dónde procede cada idea*), y le sale muy bien, pues el capítulo acumula tensión, entretiene y consigue escenas espeluznantes. Seguramente sea la mejor entrega del último tramo de la temporada, donde además se muestran todas las señas de identidad de “La dimensión desconocida”: planteamiento sorprendente, nudo centrado en las reacciones de los personajes, desenlace con un twist ending que desvela todo el misterio… y una moraleja no por obvia menos cierta: “si bebes no conduzcas”. La realidad te golpea cuando abusas del alcohol.

El comandante Douglas Stansfield se halla hibernando en una nave rumbo a un planeta desconocido, embarcado en un viaje de ida y vuelta que durará cuarenta años. Mientras se derraman las horas y los días, sufre un estado de semiinconsciencia: recuerda cómo le asignaron la misión, y cómo, semanas antes de despegar, conoció a Sandra, una joven de la que se enamoró profundamente.

En poco tiempo supo que era el amor de su vida. Ahora recuerda el tacto de su piel, sus ojos claros acariciándole con la mirada; su mente esboza la imagen de su rostro, recrea el sonido de su voz. Prometió que al volver la buscaría, el problema es que cuando regrese ella se habrá convertido en una anciana y para él sólo habrán transcurrido un par de semanas, por culpa de la hibernación. La noche eterna rodea a Stansfield y a su nave. Navega atravesando la oscuridad y el silencio. Una soledad sin asideros le anega el alma. Pero el recuerdo de ella permanece.

“No podía irme sin decirte adiós. No sin decirte que te quiero. Y que mi vida, o lo que quede de ella, será una cosa extraña, sin sentido, aburrida y vacía sin ti”.

Episodio que derrocha romanticismo y al que no le sobra ni le falta nada. Gran “twist ending” para terminar.

McNulty es un odioso charlatán acostumbrado al rechazo. Donde debería haber afecto, simpatía, gratitud y respeto él sólo encuentra desprecio, incomprensión y malas miradas. Tras ser despedido, parece que su suerte no puede empeorar, pero a sus manos llega un misterioso reloj con el poder de detener el tiempo.

Aunque el concepto resulta digno de aplauso, el desarrollo deja mucho que desear. Al protagonista no hay quien lo aguante, y además es muy ingenuo, da así como un poco de pena. Transcurre una eternidad hasta que se le ocurre lo que debe hacer con el reloj, y cuando por fin intenta ejecutar su plan, sencillo pero elegante, comete el único error posible. Una calamidad.