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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
6
9 de septiembre de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo de Ryan Gosling comienza a ser preocupante. Su papel de chico malo pero con corazón, el prototipo de hombre que al parecer encandila a las mujeres y las empuja en manada al cine, se agota. Y lo que es peor, pone en entredicho sus cualidades como actor, algo que nadie ha cuestionado con Drive o Blue Valentine pero que en Cruce de caminos activa las alarmas. ¿Será capaz este chico de encarnar a otro personaje que no sea el de novio canalla, con principios de maltratador, que encandila a las chicas con la misma facilidad que las humilla?

En Más allá de los pinos, el sugerente pero excesivamente poético título de la película en Estados Unidos, no se produce el milagro. Gosling vuelve a interpretar a un tipo duro, solitario, que un buen día descubre que tiene un hijo fruto del polvo de una noche. A partir de ese instante, decide hacerse cargo del pequeño a su manera, atracando bancos, y convirtiendo en un calvario la existencia de la madre, una Eva Mendes que a su vez no puede evitar mojar la ropa interior cuando está frente a él. La historia del adictivo macho alfa se repite.

Como la imagen del personaje sería dolorosamente machista, el guión siempre guarda un rinconcito de sentimentalismo bajo la piel del actor. El espectador, sobre todo la espectadora, encontrará menos culpable su placer si se justifica con motivos pasionales, aunque ese precisamente sea el motivo que mueve al 99% de los sucesos que cada día pueblan nuestros telediarios.

Sin embargo, la enésima lucha de Gosling con sus arrebatos y su dificultad para encauzar los sentimientos son el primer gancho de una película que a mitad de camino decide romper el molde y cambiar de protagonista. Como hiciera con Blue Valentine, aquí Derek Cianfrance no nos presenta con detenimiento y crudeza el declive del amor sino tres historias, tres caminos cruzados (de ahí el evidente título español), que el director no maneja con la misma soltura.

El primer punto y aparte, cuando entra en escena Bradley Cooper, descoloca y se agradece. Mediante un inesperado golpe de timón, la cinta nos sumerge en los avatares de un policía urbano que, sin quererlo, influye de lleno en la vida de Gosling. Cruce de caminos cambia de registro y se vuelve más oscura, más sórdida, gracias a la aparición de personajes magistralmente vomitivos como el de Ray Liotta. Pero Cianfrance decide no echar el freno y añade una segunda ruptura que avanza la historia quince años más tarde. El juego de coincidencias pierde la gracia y se torna interminable.

De esta manera, las dos historias prometedoras, la que debía encarrilar la relación de un padre conflictivo con su hijo y la de un policía frente a un departamento corrupto, quedan interrumpidas por una tercera vía que, aunque estrechamente relacionada con las anteriores, no despierta el mismo interés. Finalizado el cruce de caminos, después de un último tramo agotador, uno se apea del viaje sin lo más importante de un filme, conocer su destino.
polvidal
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8
7 de enero de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No importa si los hechos que narra La noche más oscura son ciertos o no. La película de Kathryn Bigelow, esta vez sí, es tan intensa, tan meticulosa y tan adictiva que finalmente nos importa bien poco si estamos ante una fiel recreación de la caza de Bin Laden o ante una artimaña más de propaganda de la CIA. Lo más probable es que esta sea la versión oficial que desean desde la agencia secreta estadounidense, ansiosa por arrojar luz sobre la muerte del terrorista más buscado de la historia, pero vista en perspectiva, sin ninguna implicación real, la cinta es todo lo precisa e intrigante que en su día no fue En tierra hostil.

Con La noche más oscura ocurre como con United 93. Sólo unos pocos saben qué ocurrió realmente en el avión que se estrelló sospechosamente en Pensilvania. Desde luego, la versión que ofrecía la película de Paul Greengrass era tan poco creíble como el enorme boquete provocado por otro de los aviones en el Pentágono. Sin embargo, el guión y la puesta en escena estaban tan bien resueltos que poco importaba cuán fidedignos fueran los hechos.

Algo similar ocurre con esta firme candidata al Oscar. ¿Por qué Estados Unidos no capturó vivo a su fugitivo más buscado? ¿Por qué sólo hubo una única imagen del cadáver? Es extraño que la caza del terrorista pasara tan desapercibida y sin apenas propaganda, pero más allá de las teorías conspirativas, el caso es que el guionista Mark Boal, con informes secretos o no, se ha convertido en uno de los mejores recreadores del clima bélico actual tras En tierra hostil y En el valle de Elah.

Operaciones teledirigidas, enemigos anónimos, tácticas más propias de una organización criminal que de un organismo llamado de inteligencia. Son los métodos con los que actualmente se gestan las batallas en esta llamada guerra contra el terrorismo, desde la más pura opacidad y secretismo. Con una cronología pormenorizada de los hechos, entre atentados y pasos en falso, nos vamos adentrando en la obsesiva misión de una agente de la CIA, a un ritmo minuciosamente cronometrado.

La noche más oscura ni siquiera se detiene un momento para justificar fines y medios. El único atisbo de crítica lo encontramos cuando dos de las protagonistas interrumpen su conversación para escuchar a Barack Obama diciendo por televisión que en Estados Unidos no se tortura. Apenas fruncen el ceño, pero el silencio parece decirlo todo. Desde luego, la cinta provocará el desmayo en los cuarteles de Amnistía Internacional, pero entre sus cometidos tampoco está conseguir adeptos de la organización.

Bigelow se limita a describir la operación militar de una forma tan fría y aséptica como su propia protagonista, una agente Maya que Jessica Chastain coge al vuelo para demostrar su apabullante repertorio interpretativo. Como ella, no conviene que nos hagamos demasiadas preguntas. Es más recomendable obviar el contexto de la película y dejarse absorber por la dinámica de la investigación.

No asistimos a un reportaje sobre la muerte de Bin Laden sino a un potente thriller que además culmina con algunas de las secuencias más terroríficas de los últimos años. Son las que dan nombre al filme y, entre visiones nocturnas y estremecedoras bandas sonoras, nos recuerdan más a El silencio de los corderos que a una cinta bélica. Y es que en definitiva, ¿quién era Bin Laden sino el Hannibal Lecter de nuestra era?
polvidal
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8
6 de noviembre de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La saga de James Bond es como Madonna, se reinventa y adapta a los nuevos tiempos como nadie. Con 50 años y 23 películas a sus espaldas, los responsables de esta franquicia han sabido vender cada nueva entrega del famoso agente como una novedad. Directores de renombre, chicas explosivas, secundarios de lujo. Hasta el tema principal de la cinta es motivo de expectación. La maquinaria no ha defraudado tampoco esta vez y Skyfall, como también ocurre con cada nuevo disco de la Ciccone, se ha convertido por arte y efecto de la propaganda en el mejor trabajo de 007.

¿Es exagerado el encumbramiento? Seguramente no. Sin renunciar a los principios de uno de los pocos mitos de la historia del cine que todavía se mantiene con vida, la última entrega de James Bond culmina el proceso de actualización que ya se inició con la llegada de Daniel Craig. La esencia del personaje, los guiños al espectador, incluso el cierto aire trasnochado se mantienen, pero incorporando elementos que aseguran la supervivencia de este gran negocio. Puestos a escoger, sin embargo, el gran mérito de revitalizar la saga con una apuesta por el entretenimiento inteligente se lo sigue llevando sin lugar a dudas Casino Royale.

Sam Mendes ha salido airoso del marrón y ha parido una cinta que no defraudará a los seguidores del espía inglés, que incluso hará historia dentro de la saga, pero con la que difícilmente obtendrá el mismo reconocimiento que Christopher Nolan con Batman. Son los productores de 007 los que manejan los hilos de un producto capaz de reinventarse sin perder el rumbo. Algunos han visto reminiscencias de Jason Bourne en este nuevo James Bond (¿Quién influyó antes a quién?). Otros incluso han percibido algunos rasgos de El caballero oscuro. Seguramente no les falte razón, pero la marca Bond permanece inalterable.

Skyfall cumple a la perfección con su cometido de darle un nuevo impulso a la franquicia. Consigue que dos horas y media de metraje se engullan en un santiamén sin abusar de los fuegos artificiales a los que estábamos acostumbrados. Ya el agente Q nos advierte de que en esta nueva era no hay cabida para los artilugios de inspector Gadget. Las horas que sus guionistas solían perder en maquinar piruetas cada vez más complicadas, en alcanzar el no va más, las invierten ahora en dotar a la trama de un hilo argumental más complejo que las armas nucleares o la Guerra Fría.

En esta ocasión, no sólo seguimos las andaduras de un agente vulnerable, víctima de los achaques de la edad, sino que también regresamos a los orígenes del personaje, junto a otro de los mitos de la saga, la agente M. Este viaje a su pasado, a sus flaquezas, es posible gracias a una de las aportaciones más satisfactorias del filme, el malvado Silva con el que, esta vez sí, Javier Bardem deja el listón español muy alto en Hollywood. Desde luego, no puede existir triunfo mayor para un actor que hacerle sombra al mismísimo James Bond.
polvidal
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7
21 de marzo de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que levante la mano el crítico que no haya calificado el último filme de Daldry como lacrimógeno. Ya sabemos cómo funciona el efecto arrastre en el colectivo intelectual. Parece imposible escabullirse de la corriente sin ver mermada la reputación de uno. Si a veces conviene seguir la senda de las alabanzas, en esta ocasión es más recomendable subirse al carro de la condena, denunciar poniendo el grito en el cielo la maquiavélica manipulación de Daldry con la tragedia de las torres gemelas. Como si fuera el primer drama centrado en un acontecimiento traumático.

El error que ha cometido Daldry, y sobre todo su nuevo guionista Eric Roth (responsable de la polémica pero efectiva adaptación de Forrest Gump), es haberle dedicado más minutos de los necesarios al 11S, añadiendo secuencias que la novela original ni siquiera menciona. Error por las posibles denuncias de instrumentalización de una tragedia y error porque resta e incluso anula metraje a los pasajes más bellos del libro de Safran Foer.

No es de extrañar que en cuanto aparece en pantalla Max von Sydow, la película sume enteros. El veterano actor da vida al que quizá sea el personaje más interesante de la novela, un enigmático alemán que dejó de utilizar las cuerdas vocales para comunicarse con las palmas de la mano. Pero la cinta prefiere obviar una de las historias más emocionantes del relato original, su amor de juventud, para centrarse en el absoluto protagonista de las tramas, Oskar Schell.

Y ahí está otro de los riesgos de Tan fuerte, tan cerca. A unos pocos, el niño de once años que busca por todo Nueva York la cerradura que abre una misteriosa llave encontrada en el armario de su padre nos parecerá enternecedor e incluso brillante por momentos (la escena en la que conoce al viejo inquilino y le desembucha toda una verborrea de sabiduría banal a mí me parece sublime). Pero la gran mayoría encontrará en el tal Oskar un motivo de peso para no tener hijos nunca jamás. Y no les faltará razón. Si el protagonista ya era resabido, complejo y peliagudo en el libro, la pantalla multiplica a la enésima potencia sus defectos y virtudes.

Lo que parece incuestionable es la labor del jovencísimo y primerizo Thomas Horn. Las simpatías y antipatías del personaje de Oskar Schell no deberían empañar su impresionante actuación, de la misma manera que el mimetismo que suele contagiar a los medios no debería influir en la valoración de la película. No es la mejor cinta de Daldry, puede que abuse de la cursilería, que busque la lágrima fácil, pero desde luego la fuerza y la imaginación de Tan fuerte, tan cerca no dependen del contexto del 11S. Sin ese referente tan cercano y mediático no sería necesario justificar las virtudes de una notable propuesta criminalizada de antemano.
polvidal
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9
11 de febrero de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras ver The fighter voy a tener que considerar mi fobia a los filmes sobre boxeo. Ya acudí con reticencias al cine cuando Clint Eastwood presentó Million Dollar Baby y salí considerándola una de sus mejores películas. Ahora con la laureada cinta de David O. Russell he sentido la misma pereza. Y nuevamente he vuelto a vivir una de las mejores experiencias cinematográficas, probablemente porque ambas tienen en común al boxeo como telón de fondo de grandes historias. El ring como metáfora de la lucha por la supervivencia. Hasta ahí las coincidencias entre ambas, porque tanto en planteamiento como en forma son diametralmente contrarias.

La apuesta de The fighter está en los personajes, construidos a partir de una historia verdadera, la del boxeador Micky Ward, pero perfilados al milímetro por un guión meticuloso y honesto. Los llamados biopics tienden a mitificar y degradar con pasmosa facilidad. En este caso, el planteamiento ni edulcora ni juzga. Simplemente muestra una realidad que al espectador no le resultará lejana. El esfuerzo por la verosimilitud se deja notar desde la puesta en escena hasta la impecable interpretación de los actores.

Los pesos pesados del filme son Melissa Leo y Christian Bale, merecedores indiscutibles del Oscar al que ambos optan. Ella es una madre coraje a ojos de un barrio marginal pero en realidad representa la antítesis de la figura materna. Su obsesión y ceguera por el hijo mayor, hasta el punto que ni ve ni quiere ver sus innumerables defectos, le impiden apreciar el talento de su otro retoño, el único con verdaderas facultades para triunfar en la vida.

Las escenas de tensión familiar entre unos personajes tan bien dibujados constituyen el combate más sobrecogedor del filme, mucho más que las peleas en el ring que, todo hay que decirlo, también logran alterar la tensión del espectador. Celos, envidias, traiciones, rencores. Son sentimientos que tarde o temprano florecen en toda familia que se precie. De ahí que verlos reflejados en pantalla con tan absoluta fidelidad provoquen una gran conmoción.

A pesar de que The fighter se desarrolla en un ambiente degradante, con escasas oportunidades para el éxito, la historia no es ni mucho menos deprimente. Su mensaje no es pesimista. La biografía de un boxeador sirve para mostrarnos un universo en el que las relaciones están viciadas, de conflictos latentes, una olla a presión a puntito de estallar. Pero con hueco para la esperanza y el perdón. Una película que, sin esperarlo, emociona. Y hay que ver qué gusto dan los placeres inesperados.
polvidal
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