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España España · Madrid
Críticas de Feisal
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Críticas 51
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
20 de diciembre de 2008
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Peliculilla de aventuras que no merece una crítica más exhaustiva que la de indicar que se trata de otro producto Bruckheimer con cierto empaque. En esta ocasión, el guión está ligeramente más cuidado que en otras mierdas del productor, y es curioso comprobar cómo el titánico presupuesto no luce en todo su esplendor, puesto que no hay grandes escenas de acción, y el clímax de la película es hasta "modesto" para lo que nos suele ofrecer este productor. Eso sí, la película es una sucesión de tópicos a más no poder: héroe listo, inteligente e intrépido (Nicolas Cage, que, manda huevos, no sé quién fue el listo que le vio perfil de héroe, cuando tiene un perfil de hombre atormentado que tan bien explotó Scorsese en "Al límite"), chica (Diane Kruger, sin enseñar carne como en "Troya"), amigo gracioso, malo malísimo (Sean Bean, el mejor actor de esta peliculilla), y papá del héroe, listo y gracioso (Jon Voight, con su antiguo prestigio ya hundido). La trama está convenientemente poco explicada y es algo liosa para que entendamos que es algo importante y que solo los inteligentes de los protagonistas podrán resolverlos. Aunque eso sí, la idea de que los masones custodian el Tesoro de los Templarios, cuya clave está en el reverso de la Declaración de Independencia de los EUA, no puede ser más tonta... y más patriótica, porque da mucho juego el hecho de, durante la mitad de la película, se maten todos porque no le pase nada a tan magno y patriótico documento. En fin. Pena da de ver a dos grandísimos actores como Harvey Keitel y Christopher Plummer dejarse comprar por un puñado de dólares para participar en este circo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Feisal
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9
11 de noviembre de 2008
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy en día quedan ya muy pocos héroes. Héroes en el sentido de gente que pasa miedo, un miedo terrible, y a cuyo alrededor todo se va derrumbando mientras las tenazas aprietan más y más. Pero que a pesar de todo eso, se mantienen en pie y mantienen en pie sus integridades, sus luchas y sus valores. Gente como Lowell Bergman o Jeffrey Wigand. Admiro a gente como ellos (y más aún a Bergman, puesto que muchas veces pienso que mi vocación es la periodística), supervivientes natos en un mundo implacable en el que términos como honestidad, honradez y lealtad nunca han estado tan devaluados. En "El dilema", Michael Mann, aparte de contarnos una trama inequívocamente periodística, en un tono casi de thriller; diserta acerca de estos valores, y de cómo el mundo moderno, las empresas (tabacaleras, de comunicación o cualesquiera que sean) y las personas que las dirigen, lo ahogan todo y a todos, por el hecho de mantener su infinito y omnipotente poder. En determinados momentos, y a medida en que vamos viendo cómo la presión (de Bergman con sus jefes y compañeros para poder emitir la entrevista y divulgar el escándalo; y de Wigand con su familia y con los chantajes que le va haciendo su antigua empresa) aumenta poco a poco, la película casi va adoptando tintes terroríficos hasta llegar a un supuesto clímax (Wigand en la habitación del hotel, mientras Bergman intenta contactar con él por teléfono). La película nos muestra con una lucidez, una sabiduría y una veracidad asombrosas de qué pasta están hechas las grandes empresas (tabacaleras en este caso), y de cómo "atan" incluso a sus más altos directivos, aparte de los oscuros tejemanejes y mentiras para con los consumidores. Pero no solo, puesto que si a través del personaje de Wigand (Russell Crowe, tremendo, inmenso) vemos el turbio mundo de las grandes empresas en general, y de las tabacaleras en particular; con Bergman (perfecto, sobrio e intenso Pacino, como siempre) asistimos al día a día de un prestigioso periodista, de sus tensiones con sus compañeros y con sus informantes. A la rutina de un buen periodista, en suma. Un periodista que debe ser ejemplo para todos aquellos que comienzan en la profesión, y que muestra cómo, a pesar de tener a los jefes en contra y de rayar el despido, Bergman juega todas sus cartas para proteger a su informante, y de no malvender el buen nombre de su profesión. En definitiva, pura y dura (más que nunca) ética. Ética como la que demuestra Wigand cuando, a pesar de lo que está sufriendo su familia (su esposa incluso le abandona con sus hijas) y a pesar del calvario personal y profesional, sigue fiel a sus principios, a sus deseos de denunciar las oscuras manipulaciones y mentiras de su ex-empresa todopoderosa.
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Feisal
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9
10 de noviembre de 2008
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Christopher Nolan se está convirtiendo por méritos propios en uno de los mejores cineastas de la actualidad. A una capacidad increíble para adaptar historias intrigantes y oscuras, con argumentos laberínticos y complejos, se le suma su indudable talento para lograr una puesta en escena que una y que compacte todas los hilos argumentales que nos cuenta. Ya lo vimos en "Memento", película rara, extraña, que juega con el espectador que se atreva a participar en el juego, y que deja sensación de desconcierto, de no saber muy bien si lo que ve es verdad o no. Lo clavó en "Insomnio", devolvió la dignidad al personaje de Batman con su estupenda "Batman Begins", y más tarde lo elevó a los altares del cine, hasta donde nunca había llegado, con "El caballero oscuro". La película que nos ocupa tiene más rasgos "mementianos" que ninguna otra. Es una película-matrioska, una película que al igual que las muñecas rusas, contiene varios argumentos, varias lecturas, que van apareciendo una dentro de otra, y ésta dentro de otra, etc. La película, narrativamente, es un puro truco de ilusionismo, un juego de cartas, un número de magia. Aunque en su esencia contiene una de las historias de rivalidades malsanas más apasionantes que un servidor haya visto jamás (ayudado por unas perfectas interpretaciones de Hugh Jackman y Christian Bale), esa historia permite a Nolan saltar continuamente de un hilo a otro, como un trapecista. Desde la historia contada por Jackman hasta la historia contada por Bale, hasta la historia contada por Cutter, el personaje de Michael Caine... desde el pasado al presente para volver al pasado... todos estos "saltos", que a otro cineasta se le habrían ido de las manos, mantienen un ritmo ascendente hasta que al final todas las historias acaban convirtiéndose en una sola, y todos los hilos, en uno solo: la matrioska final, la que ya no se abre. Sí es verdad que el truco final acaba siendo un pelín efectista y fantasioso, pero qué rayos. El verdadero misterio y truco de magia es cómo Nolan nos deja boquiabiertos por la forma de contarnos esa lucha obsesiva (física y psicológica) entre los dos magos, que destruyen todo lo que tienen a su alrededor (amores, amistades), incluídos ellos mismos, por superarse en todo. Al final, acaba venciendo uno, pero a un precio muy alto. Por otro lado, perfecta fotografía tenebrista de Wally Pfister, habitual de Nolan, que sumerge a toda la película en un permanente tono semi-siniestro muy apropiado. Magnífico Michael Caine, ajustando cuentas al final, espléndida una descubierta Rebecca Hall (luego vendría Woody Allen), testimonial el papelito de Scarlett y atención a las apariciones de un Andy Serkis post-Señor de los Anillos, y un David Bowie curioso e irreconocible.
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Feisal
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2
10 de noviembre de 2008
32 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una película es mala, a veces puede suceder que te lo acabes pasando bomba. Puede ser un bodrio y una mierda con mayúsculas, pero por su falta de pretensiones, por su inocencia, porque se nota que el director (al menos) quiere hacer algo medio digno y, por qué no decirlo, por su posible cutrez misma, la acabas perdonando. La ves igual que te tomas un batido y te comes un bollo. Son películas del estilo, qué se yo... "Alien vs. Predator" o "Resident Evil", por ejemplo. Ahora bien, lo que ya no aguanto son las películas malas con pretensiones de grandeza, que toman por un completo gilipollas al espectador (de esas en las que el director y el productor esperan solo que el espectador sea un muñeco que balbucee, babee por la comisura de los labios, y emita exclamaciones con cada nueva explosión en la pantalla), y que no solo se limite a montar tópico tras tópico tras tópico, sino que encima se regodea en ello y saca pecho. "Armageddon" es una de estas películas. Es la película-bandera del tándem Bay-Bruckheimer, aunque hay que decir que no es tan infecta como "Pearl Harbor". "Armageddon" es, principalmente, una broma. Un sketch de Cruz y Raya bastante alargado y con un pastonazo detrás. Porque es imposible (y aunque no lo parezca, por la seriedad con que B & B nos cuentan el tebeo éste) tomársela del todo en serio. Partiendo desde el argumento, en que un grupo de frikis metidos a perforadores petrolíferos se convierten en astronautas tras 12 días de suave entrenamiento, y van a salvar a la Tierra de un pedrusco que va a estrellarse contra su superficie; la película se ríe de cualquier mínimo intento de credulidad y verismo. Todo es fantástico, empezando por las razones por las cuales Liv Tyler (sale muy buenorra, eso sí) se enamora del gilipollas de Ben Affleck (que se despide de ella antes del lanzamiento del cohete... ¡cantando una canción!). El grupo friki tiene su puntito, desde el superjefe, superlíder, padre amantísimo, Bruce Willis; pasando por toda la colección de clichés habidos y por haber, desde el grandullón bonachón (Clarke Duncan), el pasado de rosca porreta (Buscemi), el fiel lugarteniente del jefe (Patton), el graciosete (Owen Wilson), etc. Luego está la coña del patriotismo y del liderazgo americano. En "Independence Day", al menos, te reías, porque se acababa viendo la coña y la guasa que había en esa figura del Presidente pilotando un caza y luchando contra los aliens. Aquí se acaba torciendo un poco el gesto, cuando lo del discurso del Presidente a todo el Planeta; y cuando todo el Planeta, desde el Vaticano a La Meca, desde Bangkok hasta Estambul, desde Villafranca del Bierzo hasta Río de Janeiro; reza a todos los dioses para que los intrépidos frikis americanos nos salven a todos del terruño volador.
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Feisal
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8
4 de noviembre de 2008
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Menuda la lió el amiguete Branagh hace ahora 12 años, cuando se llevó a Cannes la última criatura que había parido. Echando la vista hacia atrás, aquella época no era demasiado benévola para Branagh, puesto que su anterior obra, la correcta y pelín infravalorada "Frankenstein" fue un fracaso de crítica, y además, se había divorciado de Emma Thompson. Por ello, sospecho que con este "Hamlet" pretendió dos cosas: alcanzar el sueño de su vida de ver representado a su personaje favorito con toda la magnanimidad y lujo que sólo el cine puede conseguir, y despedirse, en cierto modo, de las grandes producciones (de hecho, volvió a su querido teatro, y en el cine solo ha hecho otras dos de Shakespeare, "Trabajos de amor perdidos" y "Como gustéis", que no se estrenó en España, y el remake desafortunado de "La huella"). Con este "Hamlet", Branagh puso toda la carne en el asador, y consiguiendo un casting galáctico que ni el Madrid de Florentino, se lanzó a la que debía de ser la adaptación definitiva de una de las obras más celebres del Bardo. Fiel a su estilo, ambientó la obra en una Dinamarca decimonónica (casi una corte vienesa austro-húngara, más bien), bellamente fotografiada, y con unas localizaciones y unos decorados lujosos y barrocos monumentales. Bueno, huelga decir que la película hay que verla en su versión completa, y atreverse con las 4 horas de rigor, ya que merece la pena. Merece la pena contemplar y escuchar diálogos mil veces oídos ya, pero con las potentes imágenes de un Branagh en plena forma. Se tienen que destacar varias cosas, empezando con los actores. Sé que Branagh ha abusado a veces de su histrionismo (ver su "Frankenstein", sin ir más lejos), pero aquí se ajusta perfectamente a su personaje. Otorga sobriedad y emoción cuando debe, locura e histerismo cuando toca, y gravedad e intensidad en general. El suyo es un Hamlet desquiciado, volcánico, preso de mil y una emociones (donde Olivier ponía sutilidad e hieratismo, Branagh deja que su personaje saque a la superficie toda la gama de torturas y dudas que dominan al príncipe danés), y sí, a veces, incluso, llega a cargar un poco con tanta gesticulación y gritos. Pero se lo perdonamos al verle recitar el "ser o no ser", al verle hablar con la calavera de Yorick o en su duelo final con Laertes. Un digno y buen Hamlet. Los demás actores, monstruos de la interpretación, cumplen perfectamente en sus papeles, que se toman en serio, e interpretan con soltura y ganas: desde un Derek Jacobi magnífico encarnando a un sibilino y humano Claudio, pasando por unas sufridoras Julie Christie y Kate Winslet, y finalmente sorprendidos por un gigante, inconmensurable Charlton Heston, además del no menos grande Billy Crystal en su divertido papel del enterrador. Mencionar también los pequeños papeles de Robin Williams, Gérard Depardieu, Jack Lemmon, Richard Attenborough y Rufus Sewell.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Feisal
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