Hace ya tiempo que algún productor espabilado del Nuevo Hollywood (de esos que en una fiesta le preguntan a Billy Wilder qué películas ha hecho) descubrió que dándole el absoluto protagonismo en una película a un absoluto imbécil se conseguía atraer ante la pantalla a un número considerable de espectadores, quizás no el colmo de la sofisticación, reconozcámoslo, pero cuyo dinero entraba en caja como el de cualquier otro fan de Coppola o Berlolucci.
Con este atrevido planteamiento, sólo era cuestión de tiempo que a otro espabilado se le ocurriera la cuadratura del círculo: ¿y si en vez de uno ponemos en el poster tres (¡tres!) completos imbéciles? ¿Se habrá tripilcado la recaudación? En el cine americano de hoy -el que se estrena en grandes comederos de palomitas, no en la HBO- cualquier cosa puede pasar.

Lo reconozco: sólo he visto un trailer en TuTubo de apenas 50 segundos. Más que suficiente, que el tiempo está muy caro y hay novelas como "Vida y destino" por leer. Y a mí no me parece exactamente mala, me parece más bien que Telecinco ha hecho la serie que quería hacer: y lo ha hecho muy bien. ¿Que para mí es horrorosa? Sí, claro, pero a ellos qué carajo les importa si saben que no veo Telecinco desde hace no sé cuántos años... Para entender a la cadena de Belén Esteban hay que recordar que una vez hicieron una serie buena ("Vientos de agua", Campanella, 2006) y terminó en DVD, completa, por unos diez euros.

Cuando ETA mató a su primera víctima yo debía tener trece años. Recuerdo perfectamente esa época. Todos los días estudiaba el ABC de mi padre y me avergonzaba un poco más cada día de ser español, porque había nacido en un país en el que no pasaba nada y nunca venía nadie de visita .. De aquello nos sacó ETA, los únicos que se atrevieron a protestar. Luego se equivocaron unos miles de muertos y la cosa degeneró hasta el final de todos conocido. Pero a esta ETA, a los héroes de mi infancia, ni la olvidaré nunca ni le agradeceré lo suficiente haberme reconciliado con ser español, por más que nunca estuviera entre sus pretensiones. Y me hace cierta ilusión contemplar esta recreación de su "infancia" tan parecida a la que me inventé cuando el infante era yo. Propongo hacer el ejercicio que ya estoy haciendo si queréis disfrutarla. ¿Que qué ejercicio? Olvidar lo que vino después...

Cuando en la idea de partida de un film asoma aunque sea tan solo un leve asomo de inteligencia (y comparando con el clásico cine comercial yanqui "de universitarios" la de esta película parece de Proust o Joyce, por citar gente conocida) lo menos que se puede pedir a los encargados de desarrollarla es que se estrujen el coco para que los espectadores no se consideren tratados durante la totalidad de su metraje como los perfectos imbéciles a quienes parece dirigirse este tipo de cine que llena las multisalas americanas (y, ay, del resto del mundo) un fin de semana sí y otro también.
Visto el resultado, o los guionistas estaban en huelga de neuronas apagadas o la idea les cayó de un árbol (proveniente de una ardilla, quizás) y desentrenados por la falta de costumbre no supieron qué hacer con ella. Y claro, el director y los actores, al leer el guión, dijeron que ellos no iban a ser menos.
Lástima de celuloide, con lo que cuesta...