Cuando en la idea de partida de un film asoma aunque sea tan solo un leve asomo de inteligencia (y comparando con el clásico cine comercial yanqui "de universitarios" la de esta película parece de Proust o Joyce, por citar gente conocida) lo menos que se puede pedir a los encargados de desarrollarla es que se estrujen el coco para que los espectadores no se consideren tratados durante la totalidad de su metraje como los perfectos imbéciles a quienes parece dirigirse este tipo de cine que llena las multisalas americanas (y, ay, del resto del mundo) un fin de semana sí y otro también.
Visto el resultado, o los guionistas estaban en huelga de neuronas apagadas o la idea les cayó de un árbol (proveniente de una ardilla, quizás) y desentrenados por la falta de costumbre no supieron qué hacer con ella. Y claro, el director y los actores, al leer el guión, dijeron que ellos no iban a ser menos.
Lástima de celuloide, con lo que cuesta...